25 de enero de 2009

Puerta por abrir


La primera vez que soñé con aquella puerta fue en mi niñez, me pareció extraño: estaba esperando a alguien para jugar, pero nadie apareció. Tras aquel primer encuentro, han sido muchas las veces que me arropó, ya que siempre me sentí protegido, a pesar de no sobrepasar nunca su umbral. La puerta siempre estuvo cerrada a cal y canto; alguna vez intenté abrirla, incluso poniendo a prueba pequeños trucos de ganzúa, inútiles, por otro lado. Sin embargo, siempre sentí que algo me aguardaba, que no esperaba en vano, y me acostumbré. Sueño tras sueño, día tras día, fui perdiendo interés; y, aunque los sueños eran plácidos, no ocupaban mi pensamiento más allá de la matutina higiene bucal. Lo dicho, al final se convirtió en eso, una rutina. Pero una rutina desconocida, inverosímil; cómo era posible que no me irritará o angustiara ante aquel despropósito… La pubertad llegó, y con ella varias primaveras. Luego llegó el invierno de mi adolescencia. No tenía ni una edad adulta ni una mente adulta, pero ya me sentía viejo y acomodado. Lo único que me quitaba el sueño, y nunca mejor dicho, era la recurrente puerta, so pena de mil y otras vivencias oníricas que durante el día ensoñaban mi insulsa existencia, y que me hubiera gustado trabar en mis dedicadas noches. Aunque repito que siempre tenía cierta emoción, cierto dramatismo, el estar allí plantado como un arbusto al que sol y viento hacen feliz. Una vez sentí mi corazón, tac-tac, tac-tac, al ritmo de unos pasos, toc-toc, toc-toc, que golpeaban en madera, haciéndola chirriar; pero me desperté incomprensiblemente cuando la puerta comenzaba a entornarse. La vida siguió, y poco a poco, para suerte mía, fui cogiéndole gusto a la Arqueología, rama en la que no fijaba mi mirada, por desconocimiento, al iniciar la carrera. A todo esto, fui becado para una excavación en Cittareale (Rieti-Lazio-Italia), lugar mágico rodeado de monte donde nació Vespasiano, emperador romano y detalle sin importancia. Allí pasé un verano digno de mito, de sacrilegio…, de moraleja, al cabo. Y posiblemente, ese verano, sea eterno…

Un día cercano a mi llegada, paseando por las angostas calles de la villa, fui seducido por una de ellas. Siguiendo aquellas paredes de cal llegué a un lugar muy familiar, tan familiar como mis manos o mis pies, presente en todas mis largas noches; tanto que perdí todo contacto con la realidad. Obnubilado y rígido atisbé el número 8 partido; la moldura encalada, las verjas circulares sobre las hojas verdes… No podía ser…, allí estaba, frente a mí… Todo se oscureció, sólo existía la puerta. Sin sentirlo, despacio, mi cuerpo fue aproximándose; como en mis sueños, flotaba, volaba, hacia esa puerta cerebralizada. Subí el escalón y llamé enérgicamente. Al poco rato la puerta se abrió; surgió de entre las sombras una figura, transformándose en una bella joven a la luz del dintel. Sus ojos negros me sumergieron en su candor y pureza. Estaba ante un ángel, o era mi sueño completado… “Perché non mi aprivi” (“Por qué no me abrías”), le pregunté, totalmente arrobado. “È la prima volta che apro a qualcuno...” (“Es la primera vez que abro a alguien...”), me contestó, con cierto arrebol en sus mejillas. “Come è possibile”, retruqué. “È il primo giorno che vivo qui” (“Es el primer día que vivo aquí”). “Allora... porto molto tempo aspettandoti” (“Entonces… llevo mucho tiempo esperándote”).
D.C.O.

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