26 de febrero de 2009

TEATRO Y +


ANTóN PávLOVICH CHéJOV

No tenía muy claro de que quería hablar en esta pequeña sección, estuve pensando si hablar sobre obras, sobre personajes, sobre novedades del teatro o sobre autores.

Al final decidí hablar sobre lo que me toca de cerca y me decante por acercaros un poco a la obra literaria de A. P. Chéjov, ya que tengo el honor de estar trabajando sobre sus obras teatrales y metiéndome en la piel de sus personajes.


Este ruso de finales del siglo XIX y principios del siglo XX fue, junto a Konstantín Stanislausky (director del teatro del arte de Moscú), un renovador del teatro tal y como hoy lo conocemos y uno de los más representados.

Él comenzó a adquirir fama como cuentista, publicó relatos breves para ganar algo de dinero mientras estudiaba medicina, carrera que abandonó al adquirir suficiente fama como escritor. Es recordado como uno de los grandes escritores de cuentos del siglo XX y como recomendación leed “la dama y el perrito” uno de esos famosos relatos sobre la vida rusa. Porque si algo hizo este autor, es hablar sobre la realidad de su tiempo, desde un punto de vista bastante humorístico y adelantado a las ideas de la época.

Quizás esto choque con sus obras dramáticas, todas ellas teñidas de fuertes dramas, pero a las que solía aportar algún personaje con intervenciones humorísticas, e incluía su idea sobre un futuro lejano, bastante acertado en cuanto a algunas realidades de hoy día, como la destrucción de la naturaleza. Así como también solía incluir un médico bebedor que hablaba de frente.


Lo que más caracteriza a Chéjov es la apariencia de que en sus obras nunca pasa nada, dan la impresión de ser lineales, hasta un final bastante devastador. Sin embargo, como os digo, es una simple apariencia con la que se queda quien lee sus obras por encima, porque, puedo aseguraros, como humilde estudiante de arte dramático, que a los personajes chejovianos les pasan muchísimas cosas. Las obras de Chéjov son como una cazuela de agua puesta en un fuego lento hasta que hierve, como una botella de champagne cuando la agitas y la quitas el tapón. Hay algo en esos personajes que se va encendiendo por dentro.

Quizá yo no sea objetiva porque adoro a este autor y sus personajes. Pero es, seguramente, esa humanidad que todos muestran lo que más me atrae de ellos; sus conversaciones, aparentemente de “besugos” o sus incoherencias personales.

En fin, es un autor cuando menos interesante y que merece la pena conocer.Si os apetece saber más de su obra teatral os recomiendo: “El jardín de los cerezos”, “Tres hermanas”, “Tío Vania” y “La gaviota”.


Espero hayáis disfrutado de esta pequeña incursión en el teatro más conocido del Naturalismo, y pueda contaros más cosas pronto.

Un saludo.

Claudia Bustillo Martínez

"Tercera guerra mundial", Tahamtan Aminian

“Tercera guerra, cara a cara con el nacimiento de la raza humana”

19 de febrero de 2009

-Muerto en vida- (8ª Entrega)

Miércoles, 25 de octubre de 1995, Santiago de Compostela (7ª Parte)

Camino despacio… La Rúa de República Arxentina está casi vacía. En el atrio de la igrexa San Fernando encuentro un cortejo fúnebre que difícilmente me dejará pasar; intento abrirme paso torpemente, resisto a la inercia del rebaño, pero acabo cambiándome de acera. Sigo andando... Mi mirada se cruza con la suya, se atenaza en sus pupilas, sentimos miedo, no sé por qué, más ella; sin dejar de mirarme se adentra en su tienda y oigo como cierra el pestillo. ¿Qué le sucederá? Miro el letrero de su establecimiento: Esoterismo.La claridad religiosa no debe ser lo suyo. Por la tipografía del cartel -en vivos colores representadores- y su tez morena... debe ser brasileña, pueblo de gran espiritualidad. Por qué la habré asustado (?). Quizá "huela" a sangre... Debería asustame...; menos mal que carezco de sensibilidad y sentimientos...

Sigo andando por la Rúa das Orfas; me encantan estas calles (!). Igual la “providencia” ha hecho que encontrara a esa santera: ha puesto cara de saber más que yo. Si esto sigue mucho en estado de latencia habrá que hacerla una visita… De momento lo mejor será desconectar un poco, estoy cansado y las pistas no llevan a ningún sitio, lo más que pueden ocasionar es confusión.
En la Plaza de Algalia de Abaixo me adentro en el Malas Pécoras. No está Ahmed.


- Oye, André, ¿has visto a Ahmed? –le pregunto al barman.
- Hoy no ha venido por aquí, Charly.
- Gracias… Hasta luego.
- Tómate una, ¿no?
- Bueno, venga. Ponme una pinta.-André tira genial las cañas. Además le gusta parlar.
- ¿Qué tal el día?
- Movidito.
- ¿Has oído eso de que hay un asesino suelto en el camino?
- Siempre hay asesinos sueltos en el camino.
- Ya, pero esta vez está apostado en Sahagún.
- Venga, no jodas, y no le han pillado o qué (?).
- No, macho.
- Me da igual, todo lo que pase fuera no me interesa.
- Haces bien, aquí ya tenemos bastante. Como el asesino de Conxo… Si estuviéramos en Estados Unidos estaría ya en el corredor de la muerte.
- Quizá allí fuera un héroe.
- No sé… Oye, Charly, tú no sabrás nada del tema, ¿verdad?
- Yo nunca sé nada; el nihilismo, o la ignorancia inmanente

-incluida, por supuesto, la de los putos “intelectuales”-, excusan y aguzan todo despropósito y necedad del género humano, por tanto, me da igual saber o no saber, me da igual hacer o no hacer, me da igual existir o no existir…
- Vale tío, no hacía falta que te pusieras así. (Pedante de mierda…)
- Qué dices André (?)… Que te jodan, era sólo una broma.-Yo que lo hacia para cortar el rollo a este correveidile…

Salgo de ese antro y me voy a casa. (…)


Llego cansado, tanto que no tengo ni hambre. Doy dos aldabazos en la puerta de mi vecino del tercero. No hay nadie, me vuelvo… De repente abre.

- ¿Qué quieres Charly?, estoy ocupado –me comenta Ahmed.
- Mira a ver si tienes un par de gramos.-Se da la vuelta, atraviesa las cortinas de su habitación. Me asomo un poco por la puerta…
- De lo de siempre –me grita.
- Sí.-En la sala de estar tiene dos morenas de infarto en el jergón árabe. Están más desnudas que vestidas, y muy colocadas… Yo no sé cómo lo hacen los musulmanes… Sale súbitamente, sorprendiendo a mi curiosidad…-Sonríe.
- Toma Charly…
- Gracias, Ahmed.
- Son amigas, si no te hubiera dado un toque para que te echaras la siesta con nosotros.
- Da igual. Oye, no te importa si…
- Tranqui, te lo apunto.

Arribo a casa…, por fin. El reloj marca las 9.06. Dejo mis vestimentas prescindibles en el perchero del despacho; los zapatos, tirados en el suelo. Me dirijo al dormitorio por el corto pasillo perpendicular a la entrada, en él tengo otra acuarela marinera: la señora casera me alquiló la casa más o menos amueblada. Dejo la cocina a la izquierda y llego. Mi alcoba es pequeña y sencilla, tiene una cama, un ropero, una cómoda bajo llave con su lámpara y la huella de la cruz que tiré por la ventana, o sea, un vacío existencial y material para los muebles, que no para mí, junto a la pared frente a la puerta; un tocadiscos sobre una pequeña estantería con mis discos dilectos frente a la cama, a la izquierda de la puerta; un “sillón-cama” al lado de la ventana de guillotina, en la otra vertiente en relación al pasillo y a los vecinos, cuyos pisos dan a otra calle –mi ventana saluda a Casas Reales-; y el baño aledaño, cuya puerta es simétrica respecto a la de entrada, a la izquierda de ésta.

Me apoltrono cómodamente y miro el frontispicio del edificio de enfrente a través de la ventana… El apartamento –si se le puede llamar así- que habito es demasiado viejo para seguir en pie: un récord de resistencia. Su sólida construcción debió de ser toda una proeza para aquellos años, pero ahora ha alcanzado el cenit de su decrepitud. Las paredes muestran largas grietas que forman extraños ríos cargados de soledad: todos ellos desembocan en lagunas de lágrimas que cuando se secan dejan el rastro cáustico y rojizo de la desesperanza. La casera metida a enfermera, que no a médica, le ha suministrado tiritas en forma de puntales.

Isolda, que así se llama la casera, es una mujer vieja, aunque las arrugas que surcan su rostro le dan aspecto de escultura posmodernista. En sus años jóvenes debió de ser una consolidada actriz de teatro: en su casa tiene varios afiches de sus obras, y claramente tenía una belleza especial, esa belleza que desprenden las chicas de los años 50, como Audrey Hepburn o Sofia Loren, bellezas con letras mayúsculas. La imagen que más me gusta de su colección es una ilustración cercanamente secesionista*, a pesar de la época, en la que aparece declamándole al viento; realmente me cautivo…

Dejo las divagaciones y me siento sobre la cama, abro el cajón de la cómoda, vacío mis bolsillos en él y saco las herramientas para el trabajo…; me hago el canuto y me dirijo al tocadiscos, lo enciendo, dejo que suene el dueño y representante actual de mi estado musical y anímico respectivamente. Suena Liszt (la symphonic poem nº2, tasso, lamento e trionfo), me enciendo el porrillo, me recuesto en el poltrón, y… (sobran descripciones cuando la sensación es inenarrable)

(…)


*Se refiere al estilo artístico correspondiente al Art Nouveau.


Escrito y pergeñado por: D.C.O.
Narrado por: C.G.S.

No sé mucho de casi nada…


y sin embargo creo que tengo ideas
muy pocas, muy rudimentarias, pero ideas.

Idear…, qué trasteo para la razón, para la mente
melifluo pensar que somos capaces de ellas
sin más esfuerzo o parto que ser “inteligentes”.

Palabras y palabras… y empero techumbres
de casas discernientes sin hombros ni cornisa
el hombre, el cómo, la violencia o el membrete.

Todo queda dicho para ser asaeteado. Tuviere…
buena cuenta, buenos pareceres. Pero no ahora
y vuestra suprema confianza sin más herirme puede.

Pero no matarme o adolecerme más allá de mis llagas
de mis resuellos y redaños, de mi temple derrumbado.

En fin…
Anónimo

18 de febrero de 2009

Efímero suspiro

El suelo abrasaba, y el sol no se rendía, persistente en su pira humana. Nada se interponía entre el joven arriero y el destino. Sólo el fuego. Sin embargo la piel curtida de bota y cuerpo disponía el trayecto. Sombra de algún baobab, bramidos de buey y trascendencia en las hojas: brillo de pupilas… Sigue su camino sin prisas, asegurando reatas. Sin preaviso o piedad surge el tiro furtivo. Garras predatorias a rececho y avituallamiento carroñero. Aves acostumbradas no mueven rama, ni vuelo desatan. Todo y nada queda en su leve suspiro…

14 de febrero de 2009


“Ed Gein tenía dos caras, una que enseñaba a sus vecinos y otra que sólo mostraba a los muertos” Stevens Point – Daily Journal 1957


Edward Theodore Gein nació en Agosto de 1906, en La Crose, un pueblo de Wisconsin. Vivía con su padre, una figura débil en el matrimonio, que cuando se emborrachaba pegaba a Ed y a su hermano mayor. Su madre, Augusta, fanática religiosa y dominadora, controlaba toda su infancia; para que sus hijos no se convirtieran en unos hombres lascivos, alcohólicos o ateos, como el resto de los hombres, empleaba una severa disciplina, imponiendo castigos, leyendo sermones, etc. Además intentaba evitar en la medida de lo posible que se relacionaran con otras personas, puesto que para ella todos eran malas influencias. En 1940 muere el padre, y su hermano empieza a oponerse a los mandatos de la madre y a cuestionarla, hasta que muere en 1944 en extrañas circunstancias mientras apagaba un fuego con Ed. A finales de diciembre de 1945 muere su madre, dejando solo a Ed tras 39 años de sobreprotección, con un retraso emocional y social considerable, y un descunsuelo “consolable”.
El carnicero de Plainfield
Tras la muerte de su madre, Ed realizaba pequeños trabajos para los vecinos de Plainfield, entre los que destacaba el cuidado de niños. Como confesaría años después, continuó comunicándose con su madre tras su muerte; según él, la hablaba cuando se iba a dormir. Empezó ha visitar el cementerio por la noche para desenterrar cadáveres la misma noche en que habían sido enterrados; se llevaba el cuerpo entero, o los trozos que le interesaban, puesto que quería convertir su granja en un museo de los horrores.

En Diciembre de 1954 Ed fue al bar de los Hogan, donde regresó a la hora de cerrar con su viejo rifle y disparó a la camarera, Mary Hogan, la arrastró hasta su camioneta y la transportó a su granja; allí moriría. En Noviembre de 1957 fue a la ferretería de Bernice Worden, compró anticongelante y disparó a la dueña; después se la llevo a su casa. En el libro de cuentas Bernice apuntó como último cliente a Ed Gein, lo que propició su detención por parte de la policía. Las víctimas de Gein y muchos de los cadáveres que robó tenían “casualmente” cierto parecido a su difunta madre. Durante este período Ed Gein se travestía y salía fuera de su casa en luna llena.
El museo de los horrores
Cuando la policía fue a la casa de Ed no podían ni imaginarse lo que les esperaba allí. La casa estaba llena de basura, moscas, herramientas oxidadas, revistas de terror y pornográficas, libros de anatomía… Descubrieron el cuerpo de su última víctima (Bernice Worden) colgado del techo, decapitado y abierto en canal; la cabeza y el corazón fueron encontrados en una caja. En su habitación tenía auténticas cabezas humanas colgadas, además de máscaras hechas con tiras de piel facial y una calavera en cada esquina de la cama. Y la cosa no acaba ahí: poseía una caja llena de vaginas humanas, otra de narices, un collar hecho con pezones..., y las pantallas de las lámparas, las fundas de los cuchillos y el tapizado de una silla estaban hechas de piel humana curtida por él mismo. En la cocina aparecieron cráneos cortados por la mitad que utilizaba como cuencos para desayunar. Sus piezas más importantes eran un chaleco que incorporaba senos y un pantalón de piel, con los cuales Ed se transformaba en mujer.

Una de las habitaciones estaba intacta; era la de la madre de Gein, la cual, como él confeso, le pidió, después de morir, que tapiara la puerta para que todo permaneciera como ella lo dejó.

La casa fue quemada por algún vecino que no quería que se convirtiera en un auténtico “museo del horror”; la furgoneta con la que transportaba los cadáveres se salvó y fue vendida a un feriante.

Ed decía que nunca había matado un ciervo, aunque alguna vez invitaba a sus vecinos a comer venado. También dijo que la carne del ser humano tenía sabor a cerdo. No mantuvo relaciones con muertos porque, según decía, olían mal. Incluso se le pasó por la mente castrarse y hacerse el mismo un cambio de sexo... Ed Gein fue condenado a ingresar en una institución psiquiátrica; sólo se le culpó de la muerte de dos personas, aunque confesó haber robado nueve tumbas. Pasó sus últimos años siendo un paciente modelo que no causaba ningún problema, hasta que murió en el verano de 1984. En la actualidad tiene un club de fans formado por personas de todo el mundo.

Influencia de Ed Gein en el cine

Este caso hizo que la gente desconfiara de sus propios vecinos, lo que dio alas a los cineastas americanos. A partir de entonces los personajes de las películas ya no venían de lejanos países, como Drácula o la momia, sino que el enemigo estaba en casa... Tres películas que dieron lugar a tres sagas de terror, y se convirtieron en grandes clásicos cinematográficos, fueron:

- “Psicosis” (1960), basada en la novela “Psicho”. El personaje de Norman Bates está basado en Ed Gein; se puede apreciar en la relación de amor-odio con su madre, incluso después de morir, así como en la amnesia que sufre después de cometer los crímenes.

- “La matanza de Texas” (1974). El personaje Caradecuero lleva una máscara hecha con trozos de piel humana; los hechos suceden en una casa alejada del pueblo, la cual estaba decorada con restos humanos extraídos de tumbas; y los cuerpos cuelgan de ganchos como si fuera una carnicería. Un notable parecido, ¿no?

- “El silencio de los corderos” (1991), basada también en una novela. El personaje Bufalo Bill mata féminas para curtir su piel y hacerse un traje de mujer destinado a extraños rituales de travestismo.

También la vida de Gein ha sido llevada al cine de forma directa: “Deranged” (1974) -aunque cambian nombres, lugares y hechos-, “Ed Gein” (2000) y “Ed Gein, the butcher of Plainfield” (2007).



Juan Carlos Segundo

10 de febrero de 2009

El ocaso de “la ciudad”

Fat City (1972, John Huston) es “la ciudad dorada”. La ciudad lucrosa, repleta de oportunidades, que susurró el escritor Leonard Gardner y dibujó, a base de trazos grises y asfixiantes, John Huston. Fat City se insinúa en nuestros días, como un monstruo de tres cabezas, como Cerbero, tres miradas en las que se funden la realidad y la ficción. Es la fractura entre el sueño (puede que el americano, pero que más da) y la vida que se desvanece como un espejismo, como eterno pretérito de apenas algo más que una ilusión. Fat City es un relato desgarrador, en una obra olvidada, bajo un Sol que alumbra poco más que las ruinas de Stockton, donde se desarrolla todo.


Fat City es la historia de Tully un boxeador en horas bajas, una sombra que recuerda sus viejos tiempos de gloria esbozando una sonrisa, ¿orgullo?, se ha difuminado hace tiempo por entre los rincones del inframundo, como un melancólico Aquiles tras la visita de Odiseo. “Le vi pelear una vez” le dice a Billy Tully (Stacy Keach), en un viejo gimnasio, Ernie Munger, un joven aspirante a púgil (Jeff Bridges). “¿Sí?, ¿gané?”. “No”. En la siguiente escena, Tully aparece tomándose una copa en un bar.

No hay que explicar nada, es Fat City, como Tully, aplastada por viejas hazañas del pasado. Sólo busca alguien con quien hablar, con quien jugar sus últimas cartas en la vida, aun conociendo de antemano la derrota. ¿Cómo no conocerla? Si jamás comprendió las reglas del juego, si el estadio hace tiempo que está en ruinas. Las míticas “Cayo Largo”, “El Hombre que pudo reinar” de Kipling o “La reina de África”, todos ellos grandes éxitos de John Huston, son una losa imposible de levantar para una solitaria ciudad del centro de California, Stockton, por hoy, nuestra ciudad dorada; aunque tenga que recurrir al bourbon para sobrevivir. No es casualidad que J. Huston adaptase la obra de Joyce “Dublineses. Los muertos”, “…su propia identidad se esfumaba a un mundo impalpable y gris: el sólido mundo en que estos muertos se criaron y vivieron se disolvía consumiéndose…”. El protagonista de la película Stacy Keach no conoció mejor destino, uno de los mayores talentos desaprovechados del implacable imperio de Hollywood, perfecto protagonista de una novela de Bukowski.


La historia, la obra, ¿y el decorado? Stockton. Son los años ’70, años del ocaso pausado del sueño californiano, de un eterno medio oeste desolado que jamás encontró el Pacífico, ciudades desiertas se amontonaban por doquier por las llanuras de uno y otro lado de las Rocosas. Un poco un retorno al Londres de Dickens pero a ritmo de country, con una increíble banda sonora de Kris Kristofferson. California se levanta con resaca del espíritu de “Easy Rider” (1969, Dennis Hooper), el espejismo “hippie”, una sincera búsqueda de experimentación y comprensión interior que se da de bruces con la cruda realidad americana; la profunda América del fotógrafo Robert Frank. El Stockton de Huston es una prolongación de su objetivo.


Esto es un pequeño homenaje a aquellas ciudades que hubieron de sufrir, como señala Mike Davis, uno de los grandes representantes de la New Left americana, “los malvados vientos del postindustrialismo; las grandes ciudades se han enfrentado a la falta de inversión federal (desde la década de los ’70) en el momento en que la desindustrialización y las epidemias de los ’80 (el SIDA, el crack, los sin techo) estaban imponiéndoles cargas financieras inmensas”. El mundo urbano, estigma de la modernidad, se deshace entre “ciudades grises inhabitables, donde realizamos un trabajo alienante, en medio de una sociedad materializada, regida por una política de poder y violencia, donde los jóvenes se avergüenzan de ser románticos: de ser como Byron, como Shelley o como Blake” (Luis Racionero, Filosofías del Underground); menos mal que Mickey Rourke y Matt Dillon, en “La Ley de la Calle” (F.Ford Coppola, 1983), otro magnífico fresco al respecto, se atrevieron a buscar el mar, cuyo reflejo, a veces, está demasiado lejos. ¿No será como dijo Walter Benjamín que “este vendaval es lo que llamamos progreso”?, y es que lentamente, pero de forma inexorable, parece que nos acercamos a la “Metrópolis” de Fritz Lang (1926). La ciudad del futuro, con hombres cabizbajos de comportamientos robóticos, ya ni siquiera con la opción de tomar un bourbon y saborear las derrotas. Las cosas no parecen mejorar desde los tiempos de Tully. Dice el economista Paul Krugman que “la política americana de estas últimas tres décadas ha llevado… a un importante aumento de las desigualdades económicas, que ha tenido como objetivo favorecer a los más ricos, desmontar y rebajar las políticas de protección social…” La vida y el cine parecen confluir en: “el final de 'Fat City', con el tiempo congelado y la vida paralizada, es uno de los más hermosos, subyugantes y tristes de la historia del cine." (Miguel Ángel Palomo: Diario El País)


Texto:D.D.M.; Ilustración:D.B.P.

8 de febrero de 2009

-Muerto en vida- (7ª Entrega)

Miércoles, 25 de octubre de 1995, Santiago de Compostela (6ª Parte)

Voy por la carretera principal, hacia Conxo. Es necesario visitar el lugar del crimen; aunque no va a ser nada fácil…
Freno en seco y observo un cartel publicitario algo obsceno en la esquina de Bucks Row* mientras pasa por detrás mi amigo Alfredo, el sargento Brañas para los picoletos, que venía de la transversal. Raro que no me haya visto tan claramente como yo, al pasar frente a él por el paso cárdeno. Se nota que está preocupado.

- No es posible… -escucho de su boca.-Su compañero parece un magnetófono. Me giro, sólo habla él.

Qué coño harán aquí (!). Decía que el caso estaba prácticamente cerrado… Espero un poco a que monten en el coche, y desando sus pasos, de cangrejos cámara hacia atrás.

La residencia está cerrada hasta para los estudiantes, que se agolpan en la puerta esperando una resolución. La policía no pone orden… pero cumplen órdenes: la entropía acabará destruyendo este mundo.
Sopeso las posibilidades, observo la zona, me encaramo a una verja que engloba una urbanización: la localización del edificio es buena para una incursión, aunque mala para una evacuación de emergencia de cientos de estudiantes. Sigo andando, atravesando el punto concurrido, con esperanzas de pseudovuelta. El flanco izquierdo está en desuso, da a una carretera y tan sólo hay ventanas, las más bajas con rejas; y la parte trasera da a un amplio jardín, abierto a todos los públicos. Si no fuera por el flanco derecho el lugar parecería inexpugnable: en este lado se encuentran unas escaleras de emergencia totalmente abandonadas, inservibles, posible entrada de infiltrados so pena de muerte o tétanos, que va a parar dentro del recinto de una urbanización aneja. Me acerco a la portería y entrada de ésta, en la calle paralela a la maldita, llamo y espero. Sale un señor bastante mayor y me interpela sobre mis propósitos:

- ¿Qué desea señor?
- Hola, buen hombre, soy Carlos Gutiérrez, detective privado, deseaba hacerle un par de preguntas.
- De acuerdo, pase.-Me abre la puerta corrediza de coches en vez de la puerta humana.
- ¿Qué tal está? ¿Se ha enterado del crimen de al lado, verdad?
- Sí, una tragedia, con lo majos que son esos chavales, a veces les veo ahí en el jardín y me dan envidia o nostalgia, no sé diferenciarlas.
- Bueno, el caso es que… ¿No ha venido la policía a hablar con usted?
- No, porque deberían hacerlo.
- No sé.-Por dónde se supone entonces que entró el asesino (?)
- ¿Qué le trae a usted por aquí, señor Gutiérrez?
- Mire, le voy a ser sincero: en este complejo, exactamente ahí, hay unas escaleras de emergencia que pretendo observar si usted me lo permite, ya que pienso que es el camino obvio que habría tomado el asesino y es el camino que quiero tomar yo para escudriñar el lugar del crimen.
- Pero… usted no puede. Esas escaleras no se han usado en años, uno puede matarse si intenta subir por ahí. Además, los asesinatos son asunto de la policía.
- Se equivoca, éste es asunto mío. La policía no tiene ni idea, ellos se basan en las pruebas, yo en los indicios, que no es lo mismo.
- Bueno, no sé lo que quiere usted decir, pero… no puedo, se me puede caer el pelo.
- Tranquilo, yo le compro un antialopécico.
- ¿Qué?
- Déjeme por favor, es necesario que entre ahí.
- … No sé…
- En serio, es importante.
- … Bueno, pero sea rápido, si en media hora no ha vuelto llamo a la policía. De acuerdo.
- Capichi.

El buen hombre se queda en su centralita, no quiere saber nada; normal, lo mejor que me puede pasar es que las escaleras plegables no respondan. No tengo herramienta para coger uno de sus extremos, por lo que me quito el cinto e intento alcanzarlo: imposible… Veo una manguera, puede servir. Alcanzo la escalera, tiro…, está oxidada; trepo como una hiedra hasta llegar a la plataforma sano y salvo. Comienzo a subir hasta alcanzar un piso, al azar; las rejas de la ventana son inamovibles, subo a la azotea. Joder, que chungo (!). Entro por fin al interior de la residencia. Peligra mi pellejo, menos mal que ya sólo quedan los guardias de tráfico… Bajo escaleras y miro a derecha e izquierda, los pasillos. Bajo escaleras y miro a derecha e izquierda, los pasillos. Bajo escaleras y miro a izquierda y derecha, los pasillos. Bajo escaleras y miro el pasillo izquierdo… ahí está. El trasiego de agentes con material pertinente deja sus frutos. Me aproximo hacia la puerta del crimen… Será mejor no dejar huella, aunque ya estará todo muy trillao; me pongo mis guantes de cuero y giro el picaporte, nada… Saco mi chochera de ganzúas, observo la bocallave, elijo la cuña cuatro… Listo, ya estoy dentr… ¡Dios!, parece el interior de una bestia. Las formas diabólicas que presentan las manchas de sangre, unido al desorden de todo moblaje, provoca una mareante sensación de movimiento. Compruebo el interruptor de la luz: parece intacto…-tenía que haberme traído mis escasos productos químicos, pulverizador* incluido, aunque quizá no haya huellas en dicho lugar-. La estancia entera está jalonada de anotaciones periciales, me acerco a una, reza: bazo. ¡Dios!, no puedo evitar imaginármelo… La sangre está seca, sino chorrearía por todos lados. Observo las trazas policiales. El diagrama de la investigación es difuso, no revela método alguno… Busco algo, pero el qué. Estoy desorientado, este olor a benzol es insoportable… Las ventanas han sido retiradas de sus rieles y puestas contra la pared, sería para ventilar. Me acerco a ellas, no tienen demasiada sangre impregnada; me aproximo al vano, nunca ha habido contraventanas; bajo las cortinas venecianas, ni pizca de sangre… Me doy la vuelta: ¡joder!, no consigo alejar mi estupor, está todo anegado de coladas de sangre… Me acerco al escritorio, o eso es lo que parece, abro cajones, no hay nada; miro su superficie, hay una muesca bastante grande –bien diferenciada entre tanta sangre-, podría ser de machete o cuchillo carnicero. Me acerco al baño, no hay nada. Se han llevado todo lo aprovechable: en las estanterías tampoco hay nada limpio… La cadena de música está desenchufada, la enchufo, limpio un poco la pantalla y observo parpadeando en el visualizador: 12.16, buena hora para morir…
Todo coincide, salvo cómo llegó el jifero hasta aquí. Bueno, creo que esto es todo…, me las piro, vampiro.

El buen hombre me está esperando con los brazos abiertos.

- Perdone, me he entretenido –le digo a modo de disculpa.
- Váyase, no quiero problemas. No debí dejarle entrar.
- Tranquilo, no he tocado nada. Además, su ayuda ha sido providencial –miento en parte-. Gracias…

Esto es muy raro… Sea quien sea, su modus operandi es deplorable. Con la luz encendida, la ventana cómplice…, y los gritos de dolor… -aunque viendo la dantesca escena, pudo haber cercenado la lengua lo primero, incluso pudo habérsela comido: es muy común en esta clase de criminales la condición de antropófagos-. No le veo a Aleixo…

Debería volver a mi casa: es tarde y necesito a Liszt...


*1. Calle situada en la zona de Whitechapel, en Londres. Esta zona se hizo famosa, al menos en los círculos criminalistas, por ser donde actuaba Jack “el Destripador”.
*2. Spray revelador de huellas.



Escrito y pergeñado por: D.C.O.
Narrado por: C.G.S.

7 de febrero de 2009

Canción de las ideas fugaces

Aparecen en su desnudo
descascarilladas
aprehensión incompetente
asidero cochambre

ideas fugaces
alzheimer y alzheimer.

En su sed rebuscadas
sin encuentro remanente
flujo sin surco
de la mente el riachuelo

fugaces ideas
alzheimer y alzheimer.

Qué tendrá mi rapaz edad
para fallar champón y piolet
mielina cáustica
herrumbre o desbarajuste

ideas fugaces
y al cabo, ya lo veréis
alzheimer.


Anónimo

Machada

- ¿Quieres pasar?
- Claro, yo nunca rechazo una puerta.
- Y si te dan con ella en las narices...
- Tampoco la rechazo.
Anónimo

Cómo descubrí al superhombre

A los lectores de Bernard Shaw y de otros escritores modernos les interesará la noticia del descubrimiento del Superhombre. Yo lo descubrí: vive en South-Croydon. Mi hallazgo será un severo desengaño para Mr. Shaw, que ha seguido una pista falsa y anda buscándolo por Black-pool; y en cuanto a la esperanza de Mr.Wells de producirlo, a base de cuerpos gaseosos, en un laboratorio particular, siempre la creí predestinada al fracaso. Afirmo que el Superhombre de Croydon nació de una manera normal, aunque, por supuesto, él no tiene nada de normal.

Sus padres no son indignos del ser prodigioso que han dado al mundo. El nombre de Lady Hypatia Smythe-Browne (ahora Lady Hypatia Hagg) nunca será olvidado en los barrios pobres, tan atendidos por su benéfico celo. Su constante grito de Salvad a los niños fustigaba la negligencia cruel de quienes permiten al niño la posesión de juguetes de color vivo, pernicioso para la vista. Alegaba estadísticas irrefutables que demostraban que los niños a quienes no les vedan el espectáculo del violeta y del bermellón propenden muchas veces a la miopía en la extrema vejez; y a su cruzada infatigable se debe que el azote de las bolitas casi fuera barrido de las casas de inquilinato. La abnegada señora recorría las calles de sol a sol quitando los juguetes a los niños pobres, bondad que les llenaba los ojos de lágrimas. Su obra fue interrumpida, en parte por su nuevo interés en la religión de Zoroastro, en parte por un paraguazo feroz. Se lo infirió una disoluta verdulera irlandesa, que, al regresar de alguna orgía, se encontró en su dormitorio insalubre con Lady Hypatia descolgando una oleografía vulgar, cuya influencia, para no decir otra sosa, no podía ser edificante. La celta, analfabeta y alcoholizada, no sólo agredió a su bienhechora, sino que la acusó de robo. La mente exquisitamente equilibrada, de Lady Hypatia, padeció un eclipse transitorio, durante el cual contrajo enlace con el doctor Hagg.

Hablar del doctor Hagg es innecesario. Quienes tengan la más leve noticia de esos atrevidos experimentos de Eugenesia Neo-Individualista, que constituyen la preocupación esencial de la democracia británica, sin duda conocen su nombre y lo han encomendado más de una vez a la protección personal de una Entidad impersonal. De4sde muy joven aplicó a la historia de la religión su vasta y sólida cultura de ingeniero electricista. Poco después era uno de nuestros geólogos más ilustres, y logró esa clara visión del provenir del socialismo, que es patrimonio de los geólogos. Al principio pareció advertirse una grieta, fina pero visible, entre sus opiniones y las de su aristocrática esposa. Ella era partidaria (para decirlo con su poderoso epigrama) de proteger a los pobres contra sí mismos; él sostenía, con una nueva y vigorosa metáfora, que en la lucha por la vida el triunfo debía adjudicarse a los triunfadores. Los dos, sin embargo, acabaron por percibir que sus respectivas opiniones eran inequívocamente modernas y en este luminoso adjetivo sus almas encontraron la paz. El resultado es que la unión de los dos tipos más altos de nuestra cultura, la gran dama y el hombre de ciencia autodidacto, fue bendecida por el nacimiento del Superhombre, del ser que aguardan día y noche todos los obreros de Battersea.

Encontré, sin mayor dificultad, la casa del doctor Hagg: está ubicada en una de las últimas calles de Croydon y la domina una fila de álamos. Llegué a la hora del crepúsculo y es comprensible que me pareciera advertir algo oscuro y monstruoso en la indefinida mole de aquella casa que hospedaba a un ser más prodigioso que todos los seres humanos. Fui recibido con exquisita cortesía por Lady Hypatia y su esposo, pero no vi en seguida al Superhombre, que ya ha cumplido los quince años y vive solo en una pieza apartada. Mi diálogo con los padres no aclaró del todo la naturaleza de esa misteriosa criatura. Lady Hypatia, que tiene un rostro pálido y ansioso, ostentaba esos grises y madias tintas con los que ha dado alegría a tantos hogares pobres en Hoxton. No habla del fruto de su vientre con la vanidad vulgar de una madre humana. Tomé una decisión audaz y pregunté si el Superhombre era lindo.

- Crea su propio canon, como usted sabe –respondió con un leve suspiro–. En ese plano es más bello que Apolo. Desde nuestro plano inferior, por supuesto…–y volvió a suspirar.

Tuve un horrible impulso y dije de golpe:

- ¿Tiene pelo?

Hubo un silencio largo y penoso. El doctor Hagg dijo con suavidad:

- Todo en ese plano es distinto: lo que tiene no es… lo que nosotros llamaríamos pelo, aunque…
- ¿No te parece –murmuró su mujer–, no te parece que, para evitar discusiones, conviene llamarlo pelo, cuando uno se dirige al gran público?
- Quizá tengas razón –dijo el doctor, después de un instante–. Tratándose de pelo como ése hay que hablar en parábolas.
- Bueno, ¿qué diablos es –pregunté con alguna irritación– si no es pelo? ¿Son plumas?
- No plumas, según nuestro concepto de plumas –contestó Hagg con una voz terrible.

Me levanté, impaciente.

- Sea como fuere, ¿puedo verlo? –pregunté–. Soy periodista y sólo me traen aquí la curiosidad y la vanidad personal. Me gustaría decir que he estrechado la mano del Superhombre.

Marido y mujer también estaban de pie, muy incómodos.

- Bueno, usted comprenderá –dijo Lady Hypatia con su encantadora sonrisa de gran dama–. Usted comprenderá que hablar de manos… su estructura es tan diferente…

Olvidé todas las normas sociales. Arremetí contra la puerta del aposento que encerraba sin duda a la criatura increíble. Entré: la pieza estaba a oscuras. Oí un triste y débil gemido; a mi espalda retumbó un doble grito:

- ¡Qué imprudencia! –exclamó el doctor Hagg, llevándose las manos a la cabeza–. Lo ha expuesto a una corriente de aire. ¡El Superhombre ha muerto!

Esa noche, al salir de Croydon, vi hombres enlutados cargando un féretro que no tenía forma humana. El viento se quejaba sobre nosotros, agitando los álamos que se inclinaban y oscilaban como penachos de algún funeral cósmico.


G. K. Chesterton

6 de febrero de 2009

Tien’ asero

“Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.”

Juan Ramón Jiménez, Platero y yo

Mirada en el suelo

Camina por un famoso paseo, la mirada en el suelo… El día le ha sido agradable: tranquilo, sin sobresaltos. No tiene prisa por llegar a casa, y sus pensamientos fluyen en relación a lo que sus ojos ven: hojarasca mil veces pisada –ya es otoño–, alguna que otra hoja marginal de color morado –las cuales no se explica cómo han podido llegar a una sombra de plataneros; sin embargo no levanta la vista para descubrirlo-, piernas de distintos tamaños y atavíos, calzada, humedad… No se siente mal ni reflexivo, simplemente no quiere tener una visión mayor, no quiere ver el mundo y sus ocupantes. Quizá lo que siente es miedo, pero no lo sabe. De repente alguien conocido se cruza en su camino…

- ¿Tomás? ¿Eres tú?, Tomás –le saluda con amplia sonrisa una chica de suaves facciones.-Él yergue su pesada cabeza.
- Ahí va, hola… Gloria.
- Qué tal, cuanto tiempo, ¿no?
- Sí, la verdad es que sí.
- ¿Cómo te va?
- Bien, supongo…-La conversación bosteza. Sus ojos vidriosos parecen inexpresivos.
- Bueno, te dejo, a ver si otro día estás más hablador…-Se separan sin un triste “hasta otra”.

Se aleja con sus pensamientos: “Ésa es la única persona a la que he amado, y nunca seré capaz de decírselo…, si es que la vuelvo a ver”.


Anónimo

Colombófilo apesadumbrado


5 de febrero de 2009

La verdad sobre Sancho Panza

Sancho Panza –quien, por otra parte, jamás se jactó de ello–, en las horas del crepúsculo y de la noche, en el curso de los años y con la ayuda de una cantidad de novelas caballerescas y picarescas, logró a tal punto apartar de sí a su demonio –al que más tarde dio el nombre de Don Quijote– que éste, desamparado, cometió luego las hazañas más descabelladas. Estas hazañas, sin embargo, por faltarles un objeto predestinado, el cual justamente hubiese debido ser Sancho Panza, no perjudicaron a nadie. Sancho Panza, un hombre libre, impulsado quizás por un sentimiento de responsabilidad, acompañó a Don Quijote en sus andanzas, y esto le proporcionó un entretenimiento grande y útil hasta el fin de sus días.


Franz Kafka

Retoños de escozor

Siento vértigos de inconsciencia, de demencia,
de nadería y despertar.
El otro día pensando en mí
descubrí simas oscuras, integérrimas…
Para qué, para mí, para sentir que hay algo,
algo, aunque sea lo que tú, tú, me refirieres.
Pero… dime algo.
Sin ti sentir, qué difícil.
Sin mí vivir, qué feliz.


Anónimo

El indiferente

…como el andaluz a quien le preguntaban si era Gómez o Martínez y contestaba: “Es igual; la cuestión es pasar el rato”.

Pío Baroja, Memorias, I, 1952

4 de febrero de 2009

-Muerto en vida- (6ª Entrega)

Miércoles, 25 de octubre de 1995, Santiago de Compostela (5ª Parte)

¡Joder! Vaya paseíto. Las cuatro y media y yo sin comer. Voy a morir de inanición…
Después de una bonita singladura por el Casco Viejo y la Ciudad Universitaria, por fin llego a mi destino.

Meqqqq, meqqqq.-Puto timbre, parece un díptero mutante.
- Sí…
- Soy Charly, ya he llegado.
- Ya era hora.
- Es que he tenido que parar a repostar.-Aire, por que otra cosa…
- Sube.
Bringgg…

Me acerco al ascensor, y resulta que esta fuera de servicio… Conclusión: que trabaje el hombre. Las máquinas están contra nosotros, es la invasión, la subversión de la dominancia, la hégira comenzará cuando nos domeñen y seamos esclavos o abono.
Subo a pie…
Y a mano…
Y como las sierpes…
En las postrimerías de mi ascensión, a altitudes en que cuesta respirar y otear es hermoso, cuando la vista se nubla y la cumbre está cerca, tengo una visión: un ángel me abre la puerta del cielo… Allí me espera, en el dintel, para enseñarme las mieles del éxito, la muerte levítica.
En realidad llego vivo, lamentablemente.

- ¡Uf! Hola María.-Ella me espera a la puerta de su casa.
- ¿Estás bien?
- No, pero creía que estaría peor. Debo tener buena salud para no haber dejado este mundo ya.
- Pasa, anda…
- Gracias.

Qué amable (!). Me coge el gabán. Me invita a darme una ducha, que no me doy. Me da de comer…

- Es lo mejor comer a mesa puesta. Hace mucho que no lo experimentaba.
- Yo tengo la suerte de vivir con mis padres. No están, por eso le he permitido venir a comer. Ellos no saben nada de usted; me entiende…
- Sí, claro.

Tras un silencio incómodo en el cual ella no está –sus ojos viajan perdidos-, le doy mi opinión como gourmet:

- Está todo buenísimo.-Se me queda mirando como si estubiera loco; la verdad es que un poco sí lo estoy, pero lo disimulo bien.
- Gracias… Perdone que este así, pero no puedo…
- Tranquila, y tutéeme por favor.
- No sé si podré pagarte, quizá deberías dejar el… la situación.
- La situación, como dices, no está nada clara. Huele a gato encerrado. Y por lo de mis honorarios… no se preocupe: lo que puedas darme estará bien.
- En serio (!)… Gracias, Charly.
- Muchas veces se dice.–En las facciones de María aparece un gesto contrariado-. ¡Huy!, perdón, es la costumbre.
- Nada.
- ¿Te puedo hacer unas preguntas?
- Claro.
- A ver… Dices que el chaval era vegetariano… Tú, ¿le viste alguna vez hacer algo fuera de lo normal, algo que no se ajustara a la imagen que tenías de él?
- No, aparte siempre era muy correcto, y Lara siempre decía que le gustaba porque era muy integro, justo y apasionado con sus ideales.
- Nada raro entonces… Y… ¿había algo que estorbara esa “paz de espíritu”?, me refiero a la paz de los dos: la relación, vamos.
- No sé. Desde que estaba con él yo la veía menos, pero… estaba hasta los huevos de un tipo con el que salió justo antes. Era japonés, creo. No paraba de llamarla y escribirla… Bueno, el caso es que hacía tiempo que ya no la molestaba, fue sólo al comienzo de la relación con Aleixo; además ella no sabía si volver con él o no, quizá hasta le gustaba verse acosada. Aparte de eso…, no sé, tenían broncas de vez en cuando. Ella estaba muy solicitada, la verdad; y él estaba más pendiente de sus cosas…
- ¿Solicitada? Te refieres a otros chicos…
- Sí, pero ella no les hacía caso. Alguno la llamaba por teléfono y esas cosas…
- Sabes quién, por ejemplo.
- No.
- … ¿Los padres de ellos sabían que estaban juntos?
- Los de ella no…, creo que son de León; además… llevaban poco, pero los de él sí que lo debían saber, ya que iban a veces a comer a su casa. Pero se llevaban muy bien, si es lo que quieres saber.
- No lo entiendo, no parece haber nada raro. Pero… ¿tenían enemigos o alguien que les mirara mal?
- No que yo sepa. Caían bien yo creo. Aunque ahora que lo dices… Hacía unos días que le preocupaba algo a Lara. Algo relacionado con su padre. Me dijo que le habían llegado amenazas, por teléfono y por carta; debía de tratarse de algún asunto sucio de su viejo. Éste debe ser algo importante en una central nuclear de esas… Ella no trataba mucho con su padre. Me dijo que lo que querían era presionarle y por eso la asustaban, para que fuera con la movida al viejo. Ella pasó, aunque algún día sí que la vi alterada.
- Joder… (…)

Le di las gracias por alimentarme –fueron de las mejores viandas que he probado, casi ambrosía- y la apercibí de que no estaba todo dicho en este asunto, pero que lo mejor que podía hacer es mantenerse tranquila y ajena a él. Dejarlo en mis manos no es ningún error… o sí (?).

(…)



Escrito y pergeñado por: D.C.O.
Narrado por: C.G.S.

3 de febrero de 2009

Ángelus

N.L.J.

Energía psíquica subconsciente

Había salido a la calle pensando en lo bien que el cielo envuelve a la Tierra, sin dejar ningún aspecto sin colorear en el horizonte, introducidos todos nosotros en esta cápsula de éter en la que vivimos rodeados de colores, de olores, de sensaciones.

Caminaba por la vereda a la par del río, días de aislamiento me habían dejado un poco aturdido y desconcertado. Mis oídos habían dejado de estar inmiscuidos en ruidos abstrayentes procedentes del tocadiscos-tarta para escuchar el ruido de la naturaleza, la música del fluir del río, constante y en paz.

Extraños espectros, tal vez personas, se cruzaban en mi camino; “lo sé, debería afeitarme más a menudo”, me disculpaba bajando la mirada. La irrealidad estaba metida en mí sin saber distinguir ficción y verdad. Vagaba por la hierba, miraba a mi alrededor con extrañeza, toda la realidad era un lienzo perfectamente trazado y combinado: el verde de los jardines, los edificios perfectamente perfilados, las personas estratégicamente colocadas, los rayos de luz golpeando mi introspectiva palidez, y para completarlo, el azul celeste envolviéndonos y ocultándonos lo que había detrás.

Seguí merodeando sin rumbo fijo, pero andar y andar cada vez tenía menos sentido, así que me agaché, fui a gatas unos metros, y finalmente me tumbé. Rodeado de musgo sería un caracol más, que llevaría una vida tranquila, babeando, arrastrándome y fornicando con otros caracoles. Así que me relajé y me dormí. Y en mi letargo pude llegar a una gran verdad: en realidad somos el sueño de un gigantesco animal.


Islandés en el caos

2 de febrero de 2009

Disyuntiva del decúbito

A poco de irme a la cama escribo estas líneas. Para expresar lo que voy a vivir. Algo muy interiorizado; inconsciente, instintivo…, vital. / Todos tenemos unas pautas propias para todo, incluso para dormir, que es a lo que quiero referirme. / El decúbito es la posición del descanso, del reposo; la única forma de reparar todo el trasiego diurno. Somos animales soñolientos, como todos, supongo; pero lo bueno es que cada noche nos acompaña una cama, un colchón, y con menos suerte, en este primer mundo, un jergón. Lo que sigue al acostarnos es una serie de movimientos automatizados destinados a establecer el sueño. Es curioso observar que todos los días el proceso es similar, aunque la disyuntiva surge y prende, inconsciente la mayoría del tiempo, en una alternancia irrepetible, como las fases del sueño:

1. Decúbito supino. Reflexión diaria: inquietudes, pensamientos añejos, expectativas próximas o lejanas, recuerdos…
2. Decúbito lateral izquierdo. No lo sé a ciencia cierta pero le creo distinto psicológicamente a su opuesto. Os preguntaréis por qué. Lisa y llanamente porque supone una elección, inconsciente pero fundada.
3. Decúbito lateral derecho. En ambas posiciones de seguridad mis alucinaciones hipnagógicas se van amoldando, apareciendo y desapareciendo como escaleras mecánicas, en su camino hacia sueños plácidos o desagradables.
4. Decúbito prono. Finalmente llega la posición dilecta y el sueño.
5. Quién sabe qué posiciones me depararán los sueños...

Lo dicho, a descansar. Buenas noches a todos aquellos que no duerman de pie…, o de rodillas.

Anónimo

Nacho y Juanillo

Luceros de bondad

Cuando entró en el mismo ascensor tan sólo la saludé, sin poder trabar su mirada. Sabía que sus ojos eran increíbles, y con ellos, su alma –no hace falta que recuerde una de mis frases hechas favoritas–. No sabía que decirla ni que hacer para tomar contacto con esa magia desbordante, que, como un ignes fatui del más allá, notaba a su alrededor e invadía el aire que respirábamos. Sin más, reaccioné, muy elocuentemente, por cierto, y lo conseguí… Durante unos segundos –quizá llegó al minuto–, ya fuera del artefacto humano, pude zambullirme en sus luceros y flotar y flotar en su mar de probidad y sal. La ablución me sentó genial; lo que falló fue el declive posterior que me depositó en la realidad… Realmente es una chica especial. Apenas la conozco y sin embargo ya sé que tiene algo que casi nadie tiene. Puede que no tenga una exactitud total, aunque lo contemplo como certero, pero la fisionología aplicada –término quizá empleado con poco acierto en el presente “ensayo”, en razón de “ciencia” que practico asiduamente– es uno de mis canales de discernimiento social; y a tenor de ello debo decir que esta chica cumple todos los cánones de bondad establecidos en mi conciencia. Si fuera poeta escribiría un poema, y no esta mísera expresión escrita, que comparada con mi experiencia es una birria; qué pena no poder decirlo con palabras hermosas, de beldad proporcional… Tan sólo diré que su luz traía la mejor estación fría, aquella que no afecta emocionalmente al soñador, la de niña con bufanda de punto y ojos de hoja de arce otoñal.


Anónimo

Paradoja de Tristram Shandy

Tristram Shandy, como todos sabemos, empleó dos años en historiar los primeros dos días de su vida y deploró que, a ese paso, el material se acumularía invenciblemente y que, a medida que los años pasaran, se alejaría más y más del final de su historia. Yo afirmo que si hubiera vivido para siempre y no se hubiera hartado de su tarea, ninguna etapa de su biografía hubiera quedado inédita. Hubiera redactado el centésimo día en el centésimo año, el milésimo día en el milésimo año, y así sucesivamente. Todo día, tarde o temprano, sería redactado. Esta proposición paradójica, pero verdadera, se basa en el hecho de que el número de días de la eternidad no es mayor que el número de años.


Bertrand Russell, Mysticism and Logic, 1917