22 de enero de 2009

El poeta que escribió un relato

¿Saben quién era Juana de Arco? Yo sólo aproximadamente. Sé que era virgen y que murió virgen. Qué mártir. He visto alguna vieja película sobre ella, las actrices son tan bellas que realmente te cuesta creer que únicamente Dios se fijase en ella. Pero así fue, el Todopoderoso bajó y le dijo: “cárgate a esos perros ingleses y libera a Francia”. Pues bien, quizá no me crean, pero yo soy el Juana de Arco del siglo XXII. Dios me iluminó en un oscuro rincón del más penoso bar de la más inmunda ciudad, no recuerdo muy bien lo que me dijo porque estaba tan puesto de DISA que ni siquiera sé si me presenté, pero estoy seguro de que capté la esencia de su mensaje: debo escribir el poema más cautivador de la historia para salvar a la humanidad del pecado y llevarla hasta el paroxismo. Yo acepté entusiasmado, sin embargo, recordé a Juana de Arco y le dije que yo no era virgen, y Dios me contestó algo que se grabó en mi memoria y que me obligó a meditar: “depende por donde lo mires”.

Soy poeta, tan bueno que aún no le gusto a nadie, salvo a Dios, claro. Sin embargo, me sentía bloqueado ante un cometido tan divino: de qué debe ir un poema cuyo destino es salvar a la humanidad. Sexo. Sexo. Sexo. Por alguna razón sólo esa idea golpeaba mi cabeza aún amodorrada por la droga, ¿acaso Dios quería que hablase de eso? No. Levanté mi amarillenta sábana y vi que estaba empalmado, primero pensé en que Dios debería haber mandado esta misión a un ser más sensible y reflexivo, es decir, a una mujer, pero luego traté de animarme, no podía eludir tal responsabilidad. Juana de Arco me esperaba…virgen. Sexo. Debía solucionar mi firme problema antes de escribir el poema definitivo. Llamé a Laura, una ex prostituta de lujo venida a menos que a veces no me cobraba a cambio de unos simples pero cálidos poemas de amor.

Más sexo. Más. Laura trabajaba duro pero no podía doblegármela. Esa maldita droga es demasiado perfecta, como los férreos muslos de Laura, tendría que haberse dedicado al deporte. El DISA eleva las capacidades físicas, principalmente el vigor sexual, incrementa la velocidad de las conexiones del cerebro y embriaga a la mente con una dulce felicidad inquebrantable, además, en dosis altas produce alucinaciones con personajes y mundos de Disney. No hay otra clase de alucinaciones. Algunos dicen que Disney creó esta sustancia para despertar a Walt de su frío letargo, otros aseguran que simplemente buscaba ampliar su mercado más allá de los niños. Sin embargo, ya casi nadie recuerda que el DISA es el medicamento que cura el SIDA 2.0, una letal variante de la enfermedad degenerativa. Su historia es la del triunfo del vicio. Era un producto muy caro, los países más pobres eran los que aglutinaban más enfermos y no podían adquirirlo, así que la empresa que lo desarrolló iba a la quiebra por falta de demanda. Entonces, un desesperado yonki robó unas cuentas pastillas al azar, entre ellas había un DISA. Aquel pobre diablo se pegó el mejor viaje de su vida, ninguna vieja droga puede comparase con el DISA. La experiencia del yonki se difundió rápidamente y la demanda no tardó en dispararse. La farmacéutica recibió cantidades ingentes de dinero, gracias a ello mejoró la producción, y el precio se tornó asequible para los pobres.

Laura finalmente lo consiguió y se durmió al instante, así que decidí dejarla tranquila y pasear por la decrépita ciudad para buscar inspiración para el Poema. Las calles eran un caos de felicidad: los rostros de todos reflejaban una alegría incontenible, decenas de parejas practicaban sexo por todas partes y otros conversaban con seres imaginarios. Esos eran los efectos secundarios del DISA: una humanidad alegre como nunca lo ha sido y con capacidades mentales y físicas superiores; y sin embargo, todo se iba a la mierda. Pero yo les salvaría a todos, como Juana hizo con los franceses.

Caminé por los peores barrios para inspirarme en la decadencia que debía destruir. Allí viven los pervertidos, aquellos que se abarrotan de droga para poder fornicarse a Blancanieves o, en el caso de los más degenerados, a Daisy. Esta calaña adora como a un dios al Gurú-Ratón, aquel que asegura que ha llegado a conversar con Mickey. La hostia. Nunca nadie alucina con el gran Mickey. Me cansé de ver miseria, y aún no se me ocurría ningún condenado verso, así que decidí acomodarme en un sucio portal para colocarme un poco. Una pastilla DISA. Otra. Otra más. Adoro reírme así, qué felicidad, seguro que desvirgar a Juana de Arco es aún mejor. Pero entonces un tipo escuálido rompió el hilo de mis pensamientos eróticos, iba a decirle que me dejase en paz cuando de repente me fijé en su diadema con grandes orejas negras: el mismísimo Gurú-Ratón ante mí. “Conozco tu cometido y vengo a salvarte”, entonces me entregó una pastilla. Dios mío. Gurú-Ratón mió. Jamás había probado algo tan puro, casi podía oír hasta la voz de Mickey. Vi girar una rueca, después besé un zapato de cristal y finalmente aparecí en una colorida selva junto a un hombre en taparrabos. Joder, el pequeño Mogli había crecido o en aquella enorme selva no había hojas de su talla. Siempre creí que, si algún día sufría (o gozaba) una sobredosis de DISA, alucinaría con Bella o incluso con Pocahontas si tenía un día especialmente melancólico. Pero no. Ahí estaba el joven salvaje dispuesto a abrirse camino a machetazos en mi estrecha selva. Salí corriendo antes de que pudiese avisar a Balú y conseguí escapar.

No sé cómo, pero llegué a mi piso. Comencé a alucinar de nuevo: el suelo se tornó en hierba, el techo en un hermoso cielo azul y mi cama en un enorme león de melena rojiza. Mufasa rugió y yo me desplomé sobre mi armario, de lo alto de éste cayó una caja repleta de jeringuillas y muchas de ellas se clavaron en mi torso y en mis piernas. Las alucinaciones se esfumaron al instante. Una cantidad ingente de SIDA 2.0 recorrió mi cuerpo, busqué en mis bolsillos y sólo encontré un DISA. No era suficiente. Y entonces Dios volvió a hablarme: “sabía que fallarías, por eso te encomendé tal misión. Es la hora del Juicio Final”. “Me has dado por el culo, ya no soy virgen y ahora entiendo tus palabras”, al soltar tal sentencia ante el Todopoderoso, mi mente se iluminó y por fin lo comprendí todo: el Gurú-Ratón quería que Mogli me diese placer para que el clímax del desvirgue me llevase a escribir el Poema, pero yo había huido de la lujuria y ya no había remedio. La humanidad estaba condenada. No podía escribir ni un puto verso por la agonía que oprimía mi corazón; sin embargó, comencé a redactar a toda velocidad este mísero relato para que al menos la gente esté al corriente de lo que se aproxima. Pequen por favor, ¿o acaso es mejor ser poeta y no poder escribir un poema? Les aguardo en la cama con la desvirgada Juana y el joven Mogli.


Pablo Martín

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