25 de enero de 2009

Ideología, Idealismo e Identidad

Ideología hace referencia a las ideas de un grupo humano –ya sean políticas, culturales, sociales, religiosas…, o incluso sincréticas–; por lo tanto existe una cohorte de personas que comparten algo, algo muy valioso y personal. Ahora veamos, ese valor interiorizado de dónde viene: ¿a priori, innato, inherente al ser humano?, no; ¿de nuestra propia experiencia?, puede; ¿de la sugestión, quizá colectiva?, ¿de la ósmosis?, “a lo mejor”. Los seres humanos estamos dentro de un ciclón, expuestos a las irregularidades del tiempo; la vorágine de las ideas nos envuelve y golpea con fuerza. ¿El juicio crítico dirige nuestros pasos ideológicos?, o, como en la metáfora, es el capricho de los dioses el que marca nuestro devenir. Buena disyuntiva, teniendo en cuenta que creo, sin pretender ser categórico, saber la respuesta. Punto y a parte. Lo que leemos, vemos o escuchamos es sometido a análisis -subjetivo, claro-, y de ahí sacamos conclusiones. Todas estas conclusiones preceden y constituyen un ideal, que defendemos, corregimos y postulamos. Pero, ¿realmente se es consciente?, quiero decir, realmente esa reflexión se lleva a cabo con razones especiales, propias, nacidas de uno mismo, o todo es producto de una inercia, de una “espontánea divergencia” inveterada cuyo paulatino desarrollo lleva a la sectarización. Otro y mayor punto y a parte. Voy muy deprisa; el asunto es éste: el ser humano es el único animal que da extrema importancia a los símbolos, casi más que a su significado (ej. Habrá gente que bese la bandera de un país, pero no “bese”, ni mucho menos, a sus compatriotas, sin darse cuenta que “patria es humanidad”), a lo que subyace el sentido de identidad, de identificación, en base a una colectividad; existimos dentro de una sociedad. Buscamos la semejanza y la diferencia respecto a otros. Somos gregarios, familiares: sectorizamos y desconfiamos. Viene de nuestra propia naturaleza, y, actualmente, en ésta, en nuestra inteligencia, conviven instinto y razón; como diría algún existencialista convencido: “somos dueños de nuestro propio destino”. Pero, ojo, ahora no nos comportamos de una forma natural, todo lo contrario, los cambios acaecidos en nuestro planeta suponen la transgresión de lo connatural; se han dado la vuelta a las tornas, de manera que los esbirros de las “máquinas” nos engañan fácilmente, juegan “tiernamente” con la mente del hombre. Uno siempre está condicionado por la circunstancia, pero eso no le impide ver más allá; reflexionar, evaluar, analizar todo su “mundo” y crear su propio yo, su forma de ser, de pensar, de interaccionar…, ideas al fin y al cabo, nacidas de la espontaneidad, del pensamiento libre… Ya estaría conformada una ideología, aunque sea una ideología propia. Luego, puede que su pensamiento coincida, en parte, con los de otras personas, y así se crearía una unión, una doctrina o lo que fuera, respetable si tiene una base ética y está abierta a nuevas ideas (no cerrada o concluida). Pero ahora, en los tiempos que corren, por no decir vuelan, no sucede así; “todo está inventado”, las personas utilizan su arbitrio y traban la ideología que les es más cercana –con cercana me refiero a multitud de variables–. ¿Esta aprehensión es libre realmente?, se podría decir que sí, ¿no?; uno la ha elegido, nadie se la impuso, pero…, siempre hay un pero, y éste es con letras mayúsculas. PERO… ¿Hablo de alienación? Lo dejo ahí porque a nadie le gusta que le digan que no es libre. Es como la definición del hombre-masa, aquel que no valora, no razona por sí mismo, que hace “lo que hace todo el mundo”.

Otro error, el más grave, es lo que producen, lo que gestan, estas ideologías con cerrojo. Generan odio, antagonismo, intolerancia, estigmatización, conflictividad… Suponen la degeneración del pensamiento humano, la extirpación de la moralidad; pretenden hacernos creer que sus dogmas son los verdaderos, no hay lugar para el diálogo, se imponen por la fuerza, su discurso es incuestionable: conflicto socio-cognitivo y brutal. Ortega y Gasset ya hablaba de esta cuestión; consideraba la violencia, y decía que la violencia a la que se recurre cuando se han agotado todos los demás medios para defender la razón y la justicia era “el mayor homenaje a la razón y la justicia”. La llamaba la razón exasperada, la última ratio. Pero, seguía diciendo, la acción directa subvierte el orden y hace de la violencia la prima ratio, la única razón, “la Carta Magna de la Barbarie”. Esto sigue ocurriendo actualmente, el maniqueísmo reinante hace que planteemos debate entre los que fían todo a la violencia y los que ingenuamente creen que todo se puede solucionar sin ella. Todo parece señalar que no hay una verdadera ideología que guíe los pasos libres a buen puerto, o, lo que es lo mismo, la esperanza parece un mar entre dos continentes y el presente un barco mil veces hundido. Quizá haya que olvidarse de esta simplificación, de esta reducción de la intelección, de esta ceguera periférica, que es la ideología. Seamos libres, si podemos…

El último punto, y el más importante, es la cura. Difícil pero posible. Todo empieza en la familia –por familia se entiende el grupo de referencia–, unidad básica de toda sociedad, e ingrediente capital del equilibrio de la persona. Ahí ha de haber comprensión, apoyo, diálogo, etc.; esas cosas tan bonitas y “difíciles” en la actualidad. En una familia también hay conflictos, sin embargo suelen solucionarse, quizá por la “ilusión” anterior o porque vemos más fácilmente los lazos sanguíneos –todos venimos de uno, pero olvidamos fácilmente, ése es el problema; no aprendemos de la historia, “tropezamos con la misma piedra” una y otra vez–. No sigo en este aspecto porque el ejemplo expuesto de sociedad comprensiva, en el sentido de que lo que prima es nuestra condición humana, no las diferencias ideológicas, étnicas, etc., me parece claro. Paso a algo en lo que me voy a extender aún menos, debido a su desembocadura actual, repugnante y vomitiva. Sólo diré una frase: lo político está muy por debajo de lo social, lo cultural, lo económico, lo moral, lo religioso…, entendiendo que no es nada sin todo lo demás, sólo es una forma de organización, un nexo, no un concepto por cuenta propia, y en ello no radican las soluciones; por tanto, es un error creer y confiar en su omnipotencia porque revertirá negativamente en todos nosotros.
D.C.O.

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