18 de mayo de 2009

¿Cómo será el mundo cuando no pueda yo mirarlo
ni escucharlo ni tocarlo ni olerlo ni gustarlo?
¿cómo serán los demás sin este servidor?
¿o existirán tal como yo existo
sin los demás que se me fueron?
sin embargo
¿por qué algunos de éstos son una foto en sepia
y otros una nube en los ojos
y otros la mano de mi brazo?
¿cómo seremos todos sin nosotros?
¿qué color qué ruidos qué piel suave qué sabor
qué aroma
tendrá el ben(mal)dito mundo?
¿qué sentido tendrá llegar a ser protagonista del
silencio?
¿vanguardia del olvido?
¿qué será del amor y el sol de las once
y el crepúsculo triste sin causa valedera?
¿o acaso estas preguntas son las mismas
cada vez que alguien llega a los sesenta?

ya sabemos cómo es sin las respuestas
mas ¿cómo será el mundo sin preguntas?


Happy birthday, Mario Benedetti

12 de mayo de 2009



José Corno

11 de mayo de 2009

Septum pellucidum

Saqué todos los muebles del salón. Las mesitas y los tecnológicos también. Todo artefacto luminoso y planta terminal… Sólo quedaba el encalado rancio de modernidad apestosa. Y yo. Un solo cuerpo en medio de la nada. Lo imposible en la sala de experimentación. Luego de estar sentado, con las piernas cruzadas, sentí lo absurdo de la situación. Mi ropa. No era yo; seguía siendo otro. Me deshice de ella arrojándola por las rendijas. Volví a mi posición primordial. La mente vagaba como siempre. Tan sólo la agonía me separaba de la normalidad, a la que acostumbro alimentar con carne cruda. Estupideces me rondaban. “Banal, banal, banal…”. Decidí abrir los ojos. Ver la alegoría creada, fundirme en ella… La terapia no funcionaba. Si me sentía solo con todos aquellos muebles, imagínense ahora… Pasaron los días y aparecieron las cucarachas. Cada una que aplastaba era un delirio de placer, más visceral cuanto más chasqueaba. Las vibraciones subyugaban nervaduras y peristilos. Crac, qué maravilla de chasquido. El restallar de cada uno de sus pedacitos; el hallarme solo ante ese eco embriagador… Aunque había decidido no comer, la tentación era irresistible. La explosión sería igual en mi boca…Era insípida y viscosa. Sólo crujiente al principio.


Anónimo

9 de mayo de 2009

El asiento del abuelo

- Perdone, joven. Lo único que deseo en estos momentos es poder descansar durante el trayecto; mis piernas ya no son lo que eran.
- Pues, lo siento; aquí estoy sentado yo.
- Cierto. Sin embargo, viendo que su regazo está libre… –a lo que prosiguió intenciones– tomaré asiento.
- Pero… qué hace.
- Alguna vez había de estrenarlo, digo yo.


Anónimo

Fumando en colores


José Corno