25 de enero de 2009

Corolario

La tenencia de un culo hermoso dota a la mujer de una belleza parcial –sin tener en cuenta lo demás–, pero inconmensurable. Quizá se deba a que el crecimiento cefalo-caudal que se da en el desarrollo físico de la persona haga de este atributo fuente de ideación divina y singular; así como Dios creo el mundo en siete días, y el último, el domingo, el día de descanso por antonomasia, es el dilecto, la zona excretora del ser de costilla de hombre lo es también. Sí, será eso. A no ser que me esté equivocando y la razón real sea biológica, es decir, de ámbito reproductivo, o, si se prefiere algo más lascivo, superficial y soez, acorde a la situación de reflexión, de ámbito del triqui-traca, ya me entendéis… Lo que está claro es que no se pude menospreciar a un envoltorio tan parecido al corazón, siendo éste también icono idolatrado por una idea muy extendida pero parcial; no digo que sin razón, ya que sin páncreas creo que se puede vivir, pero sin corazón no… El culo tiene muchas facultades narcóticas, es como aquellos objetos que simplemente por su constitución ya son considerados hipnóticos; tiene, por tanto, facultades parecidas, que no iguales; ya que éste, el foco del presente estudio, tiene una belleza exuberante, propia de toda fabulación, convertida en apoteósica cuando se hace realidad. Sí, eso es. Exactamente. Las nalgas son de la misma naturaleza que los mofletes, marchamo de calidad: entendiendo dicha locución como identidad –eso sí, identidad relativa y a piacere–; y, por tanto, hay mofletes tan “monos” que te entran ganas de apretarlos y besarlos, jugar con ellos con aquella energía desbordante del día en que los nómadas adorantes te trajeron del lejano Oriente el barco pirata de lego, capitaneado por Barbarroja, claro, el legendario pirata que llegó a ser rey. Suaves… Tiernos… Concomitantes… De ascendencia celestial. Ay…, cómo suspirarían los hebreos por María Magdalena, por mucho que lo nieguen; y cómo suspiro yo por esas caderas prohibidas que cimbrean a mi lado por la calle, y que, cuando no hay mucha gente al acecho, aprovecho para mirar aunque ello suponga una serie de espirales de sentido inverso en desequilibrados vuelcos corporales y mentales… No puede ser, odio a la naturaleza por inducir esos instintos irreprimibles e insidiosos en mi mente. Pero… da igual, yo sigo a lo mío: “Jugo de tomate frío… Jugo de tomate frío… En las venas… En las venas deberás tener” (Manal).


Anónimo

No hay comentarios: