13 de enero de 2009

Avatares del camino

El señor Rubim salió de su casa; muy temprano, a juzgar por su fijeza al mirar. Con su traje de seda; monóculo y albardas. Estaba cansado, la noche no resultó reparadora: puro en labios se durmió, cómo no. Sin embargo, hinchando pulmones en resorte, apoyado en el sillín, subió de un respingo al vehículo; velocípedo para los entendidos, giroscopio para sí. "Qué tarde se le hacía, su jilguero había de regar". "Morirá de hambre, morirá de hambre", le decían sus inseparables chinches y piojos, amiguitos y acompañantes, desde la tierna infancia ya. Pero el camino se le hacía temperamental y apacible. Ay, ay. Qué será...

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