18 de febrero de 2011

Cerca

Una necesidad, extraña y ambigua

me sobrepasa, me atraviesa.

Necesito tenerte cerca.

No alcanzo a observar más allá

me limito tanto, algunas veces tan vulgar.

Necesito tenerte cerca.

Lo repetiré como un mantra

hasta desatar tempestades en el mar.

Necesito tenerte cerca.

22 de diciembre de 2010

El fantasma de la máquina



El tópico acerca del cual versa este texto es el de “El fantasma de la máquina”, término mediante el cual el filósofo del siglo XX Gilbert Ryle pretendía satirizar el dualismo mente-cuerpo que proponía Descartes. Según el dualismo cartesiano, la mente y el cuerpo constituirían dos entidades diferenciadas que pertenecerían a mundos completamente distintos y se unirían mediante la glándula pineal. El cuerpo pertenecía al mundo físico y se regía mediante sus leyes mientras que la mente no se sometía a éstas por no pertenecer al plano físico. Descartes se apoyaba para defender esta idea en la aparente unicidad de la mente (ya que era incapaz de dividirla en diferentes partes) que contrastaba con la capacidad del cuerpo físico para ser dividido. La dualidad que proponía Descartes se oponía al auge de las ideas mecanicistas del siglo XVII que, con Hobbes a la cabeza, llevaron a una concepción de un ser humano como una máquina, y que se diferenciaba de éstas únicamente en el grado de complejidad. Este reduccionismo fue una idea muy interesante en su momento ya que contribuyó a derribar el aristotelismo imperante en la cosmovisión medieval. No era sin embargo válido el mecanicismo para Descartes ya que según su “duda sistemática” podemos dudar de la existencia real del cuerpo físico, pero no de la mente, ya que el mero hecho de dudar ya le otorga existencia.


He escogido el tema del dualismo mente-cuerpo porque es una idea tan impregnada en nuestra cultura que hasta hace poco ni siquiera había pensado sobre ella. Opino que esta idea hunde sus raíces en la sobrevaloración del yo que se da en la cultura occidental. Esta sobrevaloración del yo nace de la necesidad que parecemos tener en nuestro mundo cultural de sentirnos especiales, de vernos como los amos de la naturaleza; y parece aferrarse a ese último rinconcito que nos parece tan divino y que llamamos mente con cada varapalo que nos llevamos (Heliocentrismo, teoría de la evolución, revolución cognitiva, etc). También opino que se debe relacionar la dualidad mente-cuerpo con las ideas de perpetuarnos como individuos y el miedo a la muerte ya que, si bien es irrevocable la destrucción de nuestro cuerpo, si hubiera en nosotros una parte espiritual independiente de este mundo físico, podríamos seguir existiendo. De todas formas nuestra tradición cultural parece habernos llevado irrevocablemente a esta “manía” de separar la mente del cuerpo: lo filósofos griegos, el Cristianismo e incluso la “Tabula Rasa” requieren de este punto de vista dualista. Sin embargo, opino que en nuestro marco cultural han surgido las ideas más interesantes a este respecto y éstas son las teorías funcionalistas, las cuales, bajo el prisma de la selección natural que nos brindó Darwin, nos hacen ver la mente como un mecanismo de adaptación al medio seleccionado en nuestra historia evolutiva. Yo en particular, defiendo las ideas que sitúan a mente y cuerpo en el mismo plano biológico y que son postuladas por la ciencia cognitiva actual. Cabe señalar que estas ideas no distan mucho del concepto de “Talidad” que ofrece la filosofía del Budismo Zen desde hace siglos y que promueve un concepto unitario de la persona y un abandono del pensamiento dualista.



Jesús Javier Alonso González

2 de diciembre de 2010

Tres árboles

La disposición de los árboles era extraña. Al verlos daba la sensación de entrar en un mundo de pavor, parecían salidos de una película de terror. El que estaba situado a la izquierda era alargado, se desviaba hacia la derecha y su tronco chirriaba sin parar debido a la quejumbre que lo invadía. El que estaba situado a la derecha tenía el tronco en zig-zag, y parecía estar lleno de termitas. En cambio, el de en medio parecía tener fuerza, ser vigoroso, y destrozaba la falta de equilibrio de los otros dos. Está imagen junto a un cielo grisáceo y las primeras hojas caídas del otoño en el suelo, provocaba un ambiente tétrico. A mis espaldas estaba la casa, de arte barroco, y poco coste, era perfecta, exceptuando la visión de aquel horrible jardín.

Decidí dar una vuelta por el pueblo para observar el clima local. Southhuntville era un pueblo pequeño, pero con los sitios suficientes donde poder adquirir lo esencial. Había quedado con el agente inmobiliario para confirmar la venta a las seis de la tarde en la taberna. Eran ya las cinco y media, así que me dirigí al lugar. El lugar era tranquilo, decidí tomarme una copa, y otra, y otra, y otra…

- ¡¡Menuda mierda, me voy!! –dije al tabernero tras mirar en mi reloj digital la hora. Mi agente inmobiliario no iba a aparecer.

Salí fuera, me quedé en un banco observando el ambiente con mi “ligera” borrachera. De repente, apareció un hombre con un aspecto deplorable y se dirigió hacia mí.

- ¡Váyase de esa casa!, ¡váyase cuanto antes!, en este pueblo hay gente horrible –dijo el hombre enloquecido.

- ¿De que está hablando? –pregunté en un estado entre sorpresa e incredulidad.

Fue entonces cuando rápidamente apareció un agente de policía por detrás de él separándolo de mí. Otros dos agentes salieron corriendo hacia él. Mientras le reducían el hombre no paraba de gritarme que me fuera del pueblo. El agente comenzó a dialogar conmigo.

- Ese hombre es peligroso, es un ladrón de la zona, le andábamos buscando.

- ¡¡No mentira, hay una puerta!! –después de acabar la frase fue golpeado por los otros dos agentes.

- ¡¡Cállese!! –contestó uno de los agentes

- Nos llevamos a este individuo, espero que tenga un buen día y que no tenga más problemas en Southhuntville. Soy el jefe de policía Smith, para lo que necesite, estoy a su disposición. Adiós.

No supe ni siquiera si contestar, aquella escena también parecía sacada de otra película, “dos escenas chocantes en un día, menudo pueblo que he ido a escoger…”. Me reí de mi mismo y fui de vuelta a casa.

Al llegar me quede clavado en los árboles, la escena de noche era aún más tétrica, parecía que en cualquier momento iba a salir “la bruja de Blair” detrás de ti.

Me fui a la cama, la melopea me había provocado sueño… Me desperté oyendo ruidos, miré por la ventana y pude observar cuatro figuras humanas. No reconocí a tres, pero la otra era el viejo loco que me instó a irme de la casa. De repente, todos se colocaron en frente del árbol y se pusieron a cantar algo extraño, sólo entendí palabras sueltas:

♫Kill…man….house…new…enter…here♫. Al acabar la canción un resplandor impresionante me cegó, los hombres ya no estaban allí. Intenté comprender que todo había sido un sueño provocado por el whisky barato que me había tomado. “Maldito alcohol”, me dije a mí mismo.

Al día siguiente me levanté temprano, me quede mirando a los árboles, y me acordé de la “puerta” que aquel hombre me dijo mientras enloquecía. Estuve buscando algo, sin éxito. Cuando ya harto, me iba a volver a casa, me tropecé con una rama, esta saltó hacia arriba y el mismo resplandor que creí ver en un sueño me volvió a invadir. Me interné en el árbol. Había un túnel que llevaba a dos habitaciones, una estaba cerrada y había sangre en la puerta. Estuve a punto de irme, pero decidí buscar más, estaba en el “nido de la araña”. De repente oí ruidos, y decidí esconderme en el primer sitio que encontrara. Me coloqué detrás de un armario de la habitación que estaba abierta y esperé.

Entraron tres personas. Encapuchadas y muy tapadas, conforme se fueron quitando ropas les pude reconocer, eran los policías, comenzaron a hablar…

- Ha entrado alguien, lo noto –dijo uno.

- Seguramente sean imaginaciones tuyas, Mark –contestó el jefe de policía Smith.

- Vamos a mirar por si acaso… creo que el nuevo inquilino se ha podido enterar… –dijo el otro.

- No puede estar muy lejos –recalcó Smith–. John, búscale por el jardín.

Al segundo de decir eso, Smith se giró y vio movimiento en el armario, miró detrás y con su 9 mm me disparó a bocajarro.

- Nadie enturbia la paz de Southhuntville –dijo implacable Smith.

FIN

15 de noviembre de 2010


Les observaba desde su silla, estaban sobre la mesa de la cocina, inertes, arrugados. Mientras, en la sartén crepitaban las patatas y en la radio sonaba una vieja canción en inglés. Los miraba incrédulo, indeciso y demasiado perezoso, pero sentía que casi le amenazaban si tardaba en poner orden. Así que, cuidadosamente comenzó su tarea como si de una complicada ecuación se tratase. Nunca conseguía resolverlo y eso le ponía nervioso y las ideas le revolvían la cabeza, ¿cómo era posible que, en todos los años que llevaba como detective, aún no hubiera descubierto como solucionar aquel misterio? Es como si se perdiesen en un hueco o si se los llevase volando el viento para nunca más completar al resto. Jamás encontró sentido a aquellas repentinas desapariciones que se producían en todos los hogares y que el descubría en la mesa de su cocina, cuando no conseguía emparejar los malditos calcetines.

El dilema de los calcetines sueltos

7 de noviembre de 2010

La muerte.

La vida.

La vida, o la muerte. Ese sendero pedregoso que poco a poco eleva el elixir hacia el fin. Todo principio tiene fin, y todo fin, ¿tiene un principio? Claro, ese principio, en el útero materno, donde una unión de fluidos da lugar al mundo que existe. El quid de la cuestión reside en el fallo que tenemos al analizar estos dos conceptos. No tenemos que analizar el final, sino el principio. Ese motor inmóvil del que habla Aristóteles, del que yo personalmente no estoy muy confiado.

La realidad, a mi modo de ver, es un conjunto de hechos que se interrelacionan entre sí.

Por ello mismo yo he escrito esto, y usted lo esta leyendo pensando que mi persona está absolutamente como una “puta cabra”, y que no se centra en su realidad.

Pero creo que es mi forma de ser el que hace que me parezca interesante que toda una civilización inteligente hasta cotas insospechables, no se pueda basar en un comienzo establecido, nos basamos en la nada, y en experiencias sensoriales sufridas por otros, es decir, en la confianza, este es un mundo de confianzas.

Intento explicar, que para mí, lo único que nos hace establecernos en nuestra situación actual es un hecho cotidiano y maravilloso, consagrado únicamente por confianza mutua y afección, el acto sexual, la droga más potente del hombre.

Todo hombre o mujer tiene que buscarlo, sea con el polo opuesto o con polos separados, tal vez mi síntesis parezca establecer un rechazo hacia la homosexualidad, pero no es así. Creo que ese gesto es una forma de expresar su “amor” hacia lo que creen, y que de la otra no son capaces de hacerlo. Es la mente lo que evoca su capacidad de creer en ello, y por ello mismo, ese razonamiento me basta para comprenderlo.

Volviendo a lo que quería dilapidar, si, dilapidar, nosotros no estamos aquí por las matemáticas, la geometría o la forma de expresarnos en varios idiomas cada vez más perfeccionados, sencillamente estamos porque nuestra naturaleza ha hecho que un tornado de “orgasmos” haga posible la creación de un semejante capaz de seguir cuando el anterior muera.

Demasiadas teorías, demasiados idiomas, demasiadas formas para expresar lo mismo: no sabemos nada sobre nuestro origen, excepto, únicamente un dato, nacemos de un “orgasmo”, por lo tanto, si yo tuviera una maquina del tiempo, no pensaría absolutamente en otra cosa que no fuera observar ese primer “gran orgasmo creador”.

Tuvo que ser espléndido. Aquel tornado de orgasmos capaz de crear mi vida, la vuestra, la de todos los seres conocidos…

Por ello, sabiendo únicamente que no se nada, ya que parto de una base subjetiva, me baso en que el comienzo de los tiempos nació con una explosión de orgasmos, capaz de matar a todo ser viviente de un ataque de adrenalina, 100000 veces más potente (como poco) que un “chute” de heroína, es decir, la creación se basa en un mega-chute de heroína, y por lo tanto, ese “chute” seguramente es, para los que imponen sus ideas a la sociedad, su Dios.

Dios fue creado por un “chute” de heroína.

31 de octubre de 2010

Ciencias sociales y demás asuntos en la postmodernidad

Hace poco, rebuscando entre los papeles y apuntes desperdigados de mi habitación encontré unas anotaciones extraídas de una monografía acerca del Siglo de las Luces que resultan bastante oportunas para la cuestión que quiero plantear: “… No hay ni Bueno ni Malo. Todo carece de sentido, post-modernidad a la vista-… Los grandes temas, como la religión, el progreso, la nación, la ciencia, la emancipación… los da por ventilados… Sobrevive el pluralismo o mejor, la Anarquía de valores y de lenguaje…” La post-modernidad revienta alegremente, como un W. S. Burroughs desbocado, todos los ejes de nuestra civilización, convierte los asideros del hombre en cenizas. Una conjura se cierne sobre nuestros proyectos, sobre todo aquello en lo que antaño solíamos confiar –bueno, yo no porque he llegado tarde, lo digo porque algo de eso he visto por ahí-. Post-estructuralistas y deconstruccionistas arrasan todo a su paso como sanguinarios jinetes de Atila. Por donde pasan, sólo crece la duda, la sospecha, la relatividad más salvaje, y por ende, la nada. ¿Qué margen otorga la “differánce”, el “rizoma” o el “simulacro” al conocimiento social? Escuchemos a Leonard Cohen: “pues todo tiene grietas, pero por ellas entra la luz”.


Un matiz en la interpretación del párrafo anterior puede abrir innumerables posibilidades en cualquier investigación, y además, situarnos de lleno en una de las problemáticas claves de las ciencias sociales en la actualidad: la teoría del giro lingüístico. Las descarnadas páginas de W. S. Burroughs, quien consideraba el lenguaje como la mayor “cárcel del ser humano”, su prosa corrosiva y genial, parece traslucir buenas dosis de inquina destructiva, sin embargo, la “propuesta” de los grandes teóricos de la post-modernidad es netamente diferente. Nadie se va a inmolar dentro de la celda, simplemente se limitan a desenroscar los tornillos sobre los que se anclaban los barrotes, tornillos que estaban sueltos desde el principio.


El epistemólogo francés Ernst Cassirier en su obra La Filosofía de las Formas Simbólicas” advertía que la diferencia entre “mito” y “ciencia” no sería más que la sutileza con que esta última reflexiona sobre los conceptos que utiliza para dar sentido racional a la realidad. La práctica histórica, psicológica, sociológica, etc, sea cual sea el método –y su validez- que utilice en su investigación y en su proceso de adquisición de conocimiento –con mayores o menores pretensiones de verdad- desemboca inevitablemente en la exposición del mismo a través de un sistema semiótico (esencialmente el lenguaje, aunque ahora se incorporan elementos audiovisuales e interactivos…) que funciona en base a la articulación de sus tres elementos: significante, significado y referente. El problema llega ahora: un referente a menudo clave en este tipo de ciencias, el pasado, no existe. Por otro lado, ¿cómo acercarse a la realidad presente? Por todo ello se pretende dotar de la presencia del mismo/a a lo que no es sino el significante, tradicionalmente los libros. Pero la cuestión se vuelve si cabe más compleja. La teoría del giro lingüístico viene a quebrar de la mano de Saussare y Derrida, principalmente, la relación que antes se establecía entre las piezas del triángulo semiótico. El lenguaje pierde su facultad agustiniana de representar la realidad y por ejemplo la historia, apenas queda reducida a un melancólico juego –utilizando el concepto de Wittgenestein- de palabras ¿vacías? Una fantasía, una fábula que deambula ajena a su propia naturaleza por los pasillos de museos virtuales. A pesar de ello, ¿acaso no se puede abrir un horizonte inmenso?: más allá de la legitimación, de la justificación y de la verdad. Y es que, Lyotard, Deleuze o Derrida .-culminando el camino de los filósofos de la sospecha y Heidegger- centran sus ataques contra la metafísica de la historia occidental desvelada como una descabellada y salvaje ficción asentada sobre ídolos y mitos excesivamente poderosos. Mitos que son desmontados con las mismas herramientas con las que fueron construidos. Lo peligroso de la post-modernidad no es su afán destructivo sino que quizá su descripción de la sociedad se haya materializado hace tiempo. Las ciencias sociales han de asumir su espacio y papel en la nueva sociedad post-moderna conscientes de sus límites y con ello, de la inmensa cantidad de puertas que se pueden abrir. En palabras de Julio Cortázar, Rayuela: “Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura…”


“…La razón diálogica… que se comunica y converge en la Koiné de una índole hermenéutica (y nos lleva H. G. Gadamer): ser texto de inagotables lecturas, al modo de la obra de arte que siempre se sabe ser interpretación racional… La verdad, así, renuncia a imponerse de modo autoritario y perentorio de las ciencias indiscutibles y radicaliza la crítica de toda pretensión dogmática, rigurosamente contextualizada…haciendo sitio a la pluralidad de las razones…” Mª Teresa Oñate en El nacimiento de la filosofía en Grecia. Inicio al origen de Occidente nos sitúa en todos aquellos pasados-presentes humanos olvidados que remiten a lo otro (de la mano de M. Foucault) a aquello dis-armónico con el patrón racional unívoco occidental. La práctica histórica se encuentra comprometida con la búsqueda, desde las ciencias sociales en su conjunto –como ya hiciese la Esc. de Francfort-, de un sentido de la historia que se proyecte hacia el futuro de forma viable y de bucear en las propias condiciones que hacen posible la labor investigadora en la actualidad como si de una arqueología del saber se tratase. Tales aspiraciones totalizadoras fueron duramente criticadas por Karl Popper quien rebajó a la historia a saber de segunda categoría. No hiere mi orgullo. Me jode que tenga el valor de jerarquizar algo que pululaba por ahí antes de que él naciese. A la vez, privilegió un desarrollo científico-técnico que se ha constituido como único fundamento y creador de toda realidad y que se mueve exclusivamente en variables de cálculos numéricos y económicos. Sus beneficios menguan cada día más en un contexto arrasado.


No es una cuestión de esgrimir u hondear nuevos y mejores conocimientos, sino de ver la practicidad de los mismos, la capacidad de transformar la realidad, de acaso atisbar que no es lo mismo saber explicar el movimiento de rotación terrestre que interconectar el mundo a través de teléfonos móviles. La cuestión deja de ser aséptica. Me refiero a una practicidad eminentemente negativa e impulsora de la desigualdad más atroz. Como ciertas cosas que pasan por ahí, por ejemplo Darfur.


Y no sólo eso, sino preguntarnos cómo soy capaz de pronunciarlo sin ningún tipo de dolor ni remordimiento, cómo he llegado a creer que soy un tipo autónomo e independiente –yo personalmente elijo mi estilo de música favorita- que poco o nada tiene que ver con todo aquello. Cómo cojones por el mero hecho de pensar que soy buena gente tengo huevos de decir: Darfur y mezclarlo con citas de libros que no me he acabado de leer. ¿Por qué allí hay muerte sistemática y aquí se ha conseguido transformarla en un accidente? ¿Están ambas muertes relacionadas? Igual Darfur no existe. Yo personalmente sólo lo he visto por el telediario y éstos ¿no hacen más que mentir? Ah, no. A veces sí. Depende. Me voy a poner mi neutral cazadora en mi neutral habitación para dar un paseo por mi neutral calle que nada tiene que ver con las putadas que pasan por el mundo –o por la misma calle-. Ah, no. A veces sí. Depende.


Tengo la sensación de empatizar más con el dr. Richard Kimble en el Fugitivo que con cualquiera de las personas marginadas de nuestro way of life, (por cierto, recordar a modo de ironía que estamos cada vez más enfadados por americanizarnos). Si les respetamos tanto, ¿por qué les matamos? Ah, no. A veces sí. Depende.


La necesidad de algo –no sé qué- es manifiesta.



D.D.M.



22 de octubre de 2010

Mis primeros relatos...

Dos menestrales por el precio de uno

La noche es fría y cerrada. Las calles desiertas invitan a la reflexión, no como algo rutinario, sino como algo desesperado, íntimo. El silencio inunda cada resquicio con su soterrado y mudo grito. La humedad hiela los huesos. Otoño, barrio obrero. De repente, aparecen en escena dos trabajadores del polígono industrial anejo; suponemos, de camino a casa. Escuchemos fisgonamente:

- ¿Qué vamos a hacer ahora, Juan? –dice el más joven con acento atribulado.

- Yo entrar en casa, dar un beso a mi mujer, beberme una cerveza e irme a la cama.

Los hombres se separan, se despiden con gesto desganado. El más joven camina con paso tímido, desamparado en la noche.

El tiempo es pura pamplina

Hoy es domingo, y estamos mi amigo Pedrín y yo apurando las últimas horas del vermú, antes de irnos a casa, con unos dulces, e incluso helados. Nuestros padres están departiendo felizmente en el bar de enfrente. El banco está cálido y las chicas pasan muy bien vestiditas por delante de nuestros ojos. A Pedrín le gusta la Margarita, y no le gusta nada que le diga: “mira, allí va la Amarga”. Le enfurece, pero a mí me hace mucha gracia; es un romántico…

- Oye, Diego, voy a ir al quiosco de la vuelta a por unos cromos, ¿quieres tú algo?

- No, gracias, Pedrín -le contesto.

Me quedo allí mirando a las chicas. Qué guapas son todas…

Vuelve mi amigo, ¡pero qué!… Ya no veo a Pedrín. El mismo rostro pero distinto ánimo, es como si hubiera pasado un siglo por él. Le miro, me mira desconfiado. “¿Qué pasa?”, me interpela. “Nada, nada”, le digo para que no sospeche negativamente de sí mismo. Seguimos allí, el tranquilo, yo no. Estoy preocupado por lo que ha sido del otro yo de Pedro, se ha desvanecido en la nada. Tengo miedo de lo que pueda pasar a partir de ahora… ¿Seguiremos siendo amigos?... O esto supone un punto de inflexión.

Para comprobar si estoy en lo cierto, le espeto: “Hoy no se la ha visto el pelo a la Amarga, ¿eh?”. Pero no dice ni “mu”, como si no hubiera escuchado nada. Me entra un azogue irreprimible.

- ¡Vamos! ¡A casa chicos! -grita mi madre saliendo con la tropa del bar.

Benedetti y Bukowski

Martes, 10 de Febrero del 2009, Afueras de la Universidad de Granada

- ¿Qué haces tan concentrado, Anxo?

- Ah, hola, Jaime. Estoy indagando en este libro.

- ¿Indagando? Será leyendo. Es una novela.

- Ya, pero es que estoy investigando sobre la personalidad de dos grandes escritores.-Jaime levanta levemente las cejas. Anxo continúa:

- Mi trabajo fin de carrera. He pensado titularlo: “Vidas paralelas”. Se trata de una comparativa contextualizada de las vidas de dos grandes literatos coetáneos: Benedetti y Bukowski; fijo que te suenan.

- Pues sí, pero no sabía que eran de la quinta.

- ¿Has leído algún libro de ellos?

- Pocos, pero sí.

- Y qué te ha parecido. Sus obras son muy personales.

- Pues no sabría decirte…-Pasa un rato. -Quizá, Bukowski un guarro, y Benedetti… un romántico.

- Buenas definiciones.

- ¿Y tu qué piensas? Habrás tenido que empollarte sus biografías.

- En realidad no. Estoy intentando esclarecer sus conciencias por las obras.

- Qué chungo.

- Qué va, son muy expresivos e intimistas; ten en cuenta que por encima de todo son poetas. Sin embargo, pretendo ver más allá. Hoy, por ejemplo, creo que he descubierto algo muy interesante… Yo ya sabía que los dos son almas errantes; aventureros, idealistas, románticos. Y que las condiciones en que vivieron, las distintas circunstancias, motivaron que sus caracteres divergieran: Benedetti inmerso en una época y lugar de cambio, de revolución, de inspiración; Bukowski en una sociedad decadente, fruto del “progreso”, inmovilista y resignada. Sin embargo, esto no es del todo cierto, porque en realidad convergen; se complementan. Con amenazas y fortalezas invertidas. Uno ama y otro odia. Ambos con gran fuerza y sentimiento. Muy diferentes y muy similares a la vez. Un espejo frente a otro espejo… Bueno…, a lo que iba. Hoy, a tenor de lo expuesto, he pensado, aunque probablemente me equivoque, que lo que les define realmente es su predisposición; me explico: Bukowski es un valiente que quiere ser cobarde, no…, mejor dicho, una persona positiva que pretende ser negativa; y, Benedetti una persona negativa que pretende ser positiva. El primero se viste con tristeza siendo alegre, y el segundo se viste con alegría, con esperanza, siendo triste. Un cambio de chaqueta que abrigue mejor… Pero ya sabes Jaime que yo no voy para sastre…

19 de octubre de 2010

Más allá del tiempo

Mozuelos, tierra extraña

donde se juntan cielo y tierra

donde se deshacen las cábalas

y la vía láctea te envuelve

sigue en el camino, fuera

del tiempo de la vida

te sumerge en el fuego y el agua

y nunca más te devuelve

a esta otra tierra, incierta

a esta tierra pesada

te despereza te persigue te acompaña

te deja anclado, no te merece

vuelve en otro sueño en otra vida

nunca sabe decir no a nada

te da una de sus tantas estrellas

y hagas lo que hagas, imposible…

no desaparece.


El fin del camino IV

Las campanas seguían con su cadencia mientras el latido de mi corazón se descontrolaba. ¿Qué estaba ocurriendo? Sentía una fuerza muy superior a mí. Era como si flotara sobre un denso pavor que atenazaba mi mente… Las siete campanadas cesaron; dejaron un zumbido retumbante y mis pasos se pusieron solos camino de la puerta… Estaba frente a ella, temblando, cuando detuve mis impulsos. Pero éstos fueron más fuertes y agarré con una fuerza inusitada el pomo, para después girarlo muy lentamente… Fue como si la puerta se abriera sola. Frente a mí se recortaba una figura amorfa pero reconociblemente humana. La intensa luz de la mañana no dejaba estudiar sus facciones o formas; pero no hizo falta, se identificó como el recepcionista, y con su voz se descubrió: era el mesonero. “Se me olvidó darle la llave del baño. Tome, y disculpe las molestias”. Aquello no tenía sentido: eran las siete de la mañana y su comportamiento distaba mucho del de ayer… Cerré la puerta sin pedir explicaciones. Una sensación indescifrable me embargaba, no sabía qué pensar… Todo quedó en suspenso durante un instante. Súbitamente una idea chisporroteó en mi cabeza: había que abrir el baño. No me daba cuenta, ¡esto fue lo que le ocurrió a Antonio! Exactamente lo mismo. Y después…, la redacción concluía. Giré mi cuerpo sobre sí mismo y acerté a encajar la llave en la cerradura del baño. Las cartas estaban sobre la mesa y me echaba un farol de valor… Entonces abrí la última puerta… Imaginé sangre sobre los blancos azulejos. Imaginé un cuerpo descuartizado en la bañera. Imaginé algo escrito en el espejo… Pero no vi nada, a parte de un baño igual de cutre que la habitación… Y así acabó todo. Sigo solo dentro de este relato de terror.

Recogí mis cosas, guardé el diario en el canapé y me fui lo más rápido que pude, evitando ser visto por nadie, especialmente por aquel tipo al que adeudaba una noche de espanto en su alojamiento. Había decidido olvidarlo todo, y por tanto, no tenía intención de revivirlo en ninguna recepción o comisaría. Debía irme y no volver jamás.

Antes de irme, y sin saber por qué, subí al promontorio de Finisterra. Encontré una valla abierta, y un sendero que conducía a una pequeña instalación eléctrica; preferí atravesar la maleza hasta unas grandes rocas. Me senté en lo más alto. Observé la mañana. Respiré profundamente. Y cambié mi nombre por el de él.

13 de octubre de 2010

Cine de ciencia ficción: ¿racionalidad?


André Bazin –teórico y crítico de cine– escribió: “el cine es el arte de la realidad”.


¿Qué esperaba que hiciese la gente cuando leyese esto? “Muy bien, es cierto, joder, nunca lo había pensado”, o “buff, vaya tontería, el cine posee cierta ontología en sí mismo, etc…” ¿Qué cojones es el arte, la realidad…?


Todo es una pequeña broma, un fotomontaje. John Heartfield hizo muy buenos fotomontajes en la época de entreguerras. Ya está. Un dato. Voy a recopilar información para criticar al personal. Y así se suceden los momentos: con gente, con oraciones gramaticalmente bien construidas –tildes, “m” antes de “p” (ejemplo, por ejemplo)–, placeres extáticos, tiroteos en Detroit, epidemias tropicales y demás. Se plantean supuestos para justificar o refutar acciones –si viviese en la selva como Mowgli…, puede ser un buen empiece–, se hacen fotos para recordar no sé el qué exactamente y se pasa la vida extendida como una alfombra sobre el tiempo. Hasta que arde por auto-combustión (= muerte).


He decidido suspender la ficción y adentrarme en la única realidad posible –y factible–. He abandonado el mundo de los “hola, ¿qué tal?”, “¡no! ¡Eres una chica muy guapa!”, “habrá alguna forma de hacerlo”, “dame media barra de pan”, “las estructuras demográficas de los países…”… Y esas cosas. El lenguaje es lo que es por dinero. Tiene que serlo. Citemos autores: Saussare, Quine, Russell, Frege, Chomsky… Qué más da. Nuestros ojos sólo miran por interés. Tengo la sensación de vivir en una maqueta de lego. Las calles, no sé si os habéis fijado, pero son como los estudios de la Warner Bros. Unas sirven para rodar una escena y las otras….


Forest Whitaker es un tipo grande y negro –lejos de cualquier connotación racista, si acaso misantrópica– que vive en el ático de una ciudad miserable del desgastado este de los Estados Unidos. Se rige según el código samurai, el bushido, y, quizá, se impregne de cierta dosis de sabiduría zen de vez en cuando. Es asesino a sueldo y trabaja haciendo encargos para la mafia local, con la que se comunica gracias a palomas mensajeras. Su vida es sencilla. Uno de sus mayores placeres es la lectura y también acostumbra a pasear por el parque. Su mejor amigo vende helados con una furgoneta y sólo habla francés, idioma del que el bueno de Forest Whitaker no entiende ni una palabra.


El planteamiento de esta película –“Ghost Dog, El camino del samurai” de Jim Jarmusch– quizá resulte un tanto absurdo, pero no imposible. Por ejemplo, es genial ver como un tipo puede meterse a través de un recoveco de su oficina en la cabeza de John Malkovich, bueno, en su pupila –“Como ser John Malkovich” de Spike Jonze– y luego veinte minutos después, caer en la cuneta de una carretera cualquiera. Sin embargo, lo que suscita Jim Jarmusch es otro tipo de, digamos, “irracionalidad”. Algo posible físicamente, algo que está a nuestro alcance, pero que choca de frente con ciertas estructuras invisibles –tiempo presente–. Algo que no alcanzo a comprender, pero no por ello ajeno a las personas que nacen, juegan, hablan, trabajan… ¿Suicidarme por honor en el siglo XXI? Irracional. Sigamos el camino de la razón humana.


“Es racional levantarse muy temprano para ir a trabajar, para que la fábrica funcione bien, para que produzca muchos coches y la empresa obtenga muchos beneficios, para que los reinvierta y así fabrique más coches, para que la gente los compre y pueda ir a muchos sitios con ellos; aunque al final de todo ese proceso racional, el trabajador esté tan agotado que ya no utilice ese coche hasta el lunes, donde irá él a una lejana fábrica a seguir produciendo más coches”. Corrientes Actuales de Filosofía de Javier Hernández Pacheco en relación al pensamiento de Herbert Marcuse, uno de los referentes de Mayo del 68. No se trata de hacer más carreteras de circunvalación. No. De eso estoy seguro. En la serie aquella que hubo hace un par de años atrás de “Voces contra la Globalización”, un economista planteaba que si acaso alguien pensaba que al ascender constantemente los índices macroeconómicos iba a mejorar algo, porque la cuestión era más bien: ¿hacia dónde llevamos toda la vida ascendiendo? Como si construyésemos un mundo inhabitable, como si las hormigas se dedicasen a hacer termiteros y las termitas a varar en playas desiertas de océanos perdidos esperando la muerte. Como si alguno creyese todavía que un mero accidente, de algo menos que “un cascote que meramente gira alrededor del Sol” –en expresión de Hegel–, pudiese destruir la naturaleza –como si = supuesto, = 6+3=9, = nada, = lenguaje, = …–.


La gente que camina por tiras de asfalto adornadas con postes eléctricos, por calles, lleva las manos en los bolsillos y escucha música. A veces, necesita apoyarse sobre un bastón y sólo puede avanzar con paso lento, torpe, al ritmo de la radio. Camina cansado, baldosa a baldosa. Otras, corretea salvaje por entre las farolas y los bancos dando brincos y gritando. La gente suele ir pensando en cosas que ha hecho y en cosas que tiene que hacer. La gente se detiene prendida de la mano de alguien a quien ama a mirar un escaparate. La gente se caga en la madre que lo parió por cualquier tontería y ríe a carcajadas cinco minutos después por lo mismo. Me estoy imaginando a un par de tipos (J.S.C. y G.J.K. que trabajan para I.M. Inc. S.A.) en Silicon Valley, con la cara frente a un monitor de plasma, pensando cómo poder crear un mundo en el que no se necesite a toda esta marabunta humana, sólo unos pocos, o ni siquiera eso. Cualquier cosa. Creo que es en “El Tigre y la Nieve”, de Roberto Benigni, donde oí que “el mundo comenzó su andadura sin el ser humano y la terminará sin él…”