27 de enero de 2009

La hipocresía del aplauso

Hoy he estado en un ciclo de cortometrajes que organiza la Caja de Burgos. Me han gustado, en su mayoría. Sin embargo ha habido algo que no me ha gustado: los aplausos. Inconsciente y simultáneamente, al aplaudir, pienso en las cosas buenas que proyecta el destinatario de los mismos. ¿En qué pensarán los demás? ¿Pensarán en algo? Sé que algunos sí. Supongo que, como yo, si en la cabeza no fluye nada que excite los nervios, las palmas no baten. Es automático, es una forma de expresión convencional, políglota y coherente. Pero hoy, allí, no he escuchado aplausos sinceros; quizá porque los espurios prevalecían. Curioso, cierto y abominable… Pensarán que por qué me sorprendo, si es algo normal que ocurra eso, si es pura costumbre, como saludar en un portal o, incluso, mirar la calle antes de pasar. No es un lenguaje visual y sonoro, es un adorno; no juzga, vulgariza. Pero de lo que realmente me sorprendo, un poco, sólo –sigo siendo algo ingenuo–, irónicamente, es de lo estúpidos que somos a veces, de las influenciables y maleables conductas que ocupan la mayor parte de nuestro tiempo. La primera información dirigida y desechable la creamos nosotros mismos, ya que las respuestas rápidas son fáciles y precipitadas. Seguimos estelas, como partículas de polvo, con constitución propia, pero manejadas y disgregadas por el viento. Yo muchas veces he hecho lo mismo, lo que todo el mundo hace; es lo más fácil, lo más cómodo para el intelecto; lo que por convención se supone que es mejor; pero, claro, lo que no pensamos es que no es coincidencia, sino que seguimos como corderitos en fila india, no al más listo, sino al que toma la iniciativa. Hoy, sin embargo y paradójicamente, estaba cansado y no he hecho caso ni al ambiente ni al consciente; vamos, que no tenía fuerza para aplaudir y he agotado mis reservas, proporcionalmente, en quien se lo merecía. El primer corto ha sido uno que está o estará nominado a los Oscar, y, entre eso y que egregias predicciones lo daban como ganador, las expectativas sobrevolaban unas altitudes que cómo no vas a aplaudir; nada más acabar el corto, por supuesto. No me ha gustado, que quede claro. El segundo ha sido la hostia, me ha tenido aproximadamente medio minuto, y más en paulatino declive, en un estado de alteración nerviosa increíble; además, la autora (Isabel de Ocampo) estuvo el primer día de ciclo en el coloquio subsiguiente y me pareció fascinante: simpática, sincera, inteligente, modesta, alegre, idealista, ocurrente… La verdad es que no se puede explicar con palabras, ya que por mucha descripción no te haces mejor idea; lo único que puedo decir es que es de esas personas que al poco de conocer ya sientes que el mundo, y con él todos nosotros, es un poco mejor, y eso ya es mucho… Al finalizar dicha reproducción, durante los créditos, nadie aplaudía, y ya tenía la esperanza de que así se quedara, porque era reflejo de que había sido tan bueno que a todo el mundo se le había olvidado aplaudir. Arrobado por los rescoldos de su obra, la gente me despertó con su estruendoso aplauso en la transición entre corto y corto; resucitaron o les resucitaron... El resto, lo normal: risas en el de risas (muy bueno), tristeza en el triste, sorpresa en el sorprendente… y aplausos, cómo no, en todos.


D.C.O.

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