23 de mayo de 2008

Las personas y el conocimiento

Poco antes del nacimiento de Tales de Mileto -por distintos motivos considerado canónicamente padre de la filosofía (y ciencia) occidental, y por ende, del pensamiento racional- se produjo en la ciudad de Mileto, una descarnada lucha entre los “plusioi” (los ricos) y “queiromaques” (los que trabajan con las manos), que culminó no se sabe exactamente, ni por quién, ni cómo, en la caída de la tiranía. Se creó, de este modo, una especie de “republica mercantil”, dirigida de una manera más o menos directa, por los grandes comerciantes de las polis, mientras los esclavos trabajaban las minas, las mujeres el textil y los hombre libres la tierra y la artesanía.

Tales, ya viniese de Fenicia, o fuera natural de Mileto, parece ser según Aristóteles, que llegó a hacer una considerable fortuna, gracias a cálculos astronómicos con los que pudo predecir una buena cosecha aceitunera. Por otra parte, la situación de Mileto en esta época a la que nos referimos, en torno al s. VI a.C., es en términos generales de suma prosperidad, un puente comercial entre Oriente y Occidente. Todo ello reporta, sin duda, un trasvase de conocimientos desde Egipto y Babilonia, de vital importancia en la evolución del pensamiento griego, cuya entrada se facilita por la ausencia de una fuerte coerción religiosa: conceptos matemáticos, geométricos,…

Nos encontramos de este modo, con un hombre que posee una situación económica desahogada, en un centro mercantil de primer orden. ¿Es una contingencia sin importancia?
Cualquiera de los trabajadores milesios antes mencionados tiene las facultades necesarias, en tanto que seres humanos, para desarrollar la “concepción racional” que tuvo del mundo Tales. Más allá de la cuestión acerca de la verisimilitud de estos hechos en relación a Tales, me parece curioso preguntarse, como sin duda han hecho muchos, acerca de las circunstancias que suscitaron, precisamente, el surgimiento de este simbólico punto de partida de la filosofía en un tiempo y espacio, más o menos, concreto. Quizá, resulte simplificador -lo cual, por una parte, es obvio, pero la cuestión no es acerca de la herencia que recoge, si es un proceso de ruptura total con el mito o no, por ejemplo, sino, por así decirlo, el origen, uso y forma de extensión social de toda innovación-. Es normal que nadie admita que el surgimiento de la filosofía occidental tuvo lugar entre los escitas de las estepas rusas o entre los braceros que entregaban en la Atenas anterior a Solón los 5/6 de su cosecha a los terratenientes. Lo cual, no me parece una cuestión totalmente frívola y trivial.

En todo ámbito del saber, como la filosofía, se produce un fenómeno universalista en dos sentidos, más bien paralelos. La verdad objeto de conocimiento torna en seguida universal y necesaria. A la par, el sujeto cognoscente no es únicamente el individuo que ha desarrollado ese “méthodos” para conquistarla, sino que siempre, de forma más o menos voluntaria, se presupone que lo es toda la humanidad. Las consecuencias alcanzan y sobrepasarán nuestros días: “la historia de la humanidad”, “el progreso de la humanidad”,…

Atendamos a la Metafísica aristotélica cuya primera frase es: “el hombre se inclina al saber (eidenai)”; a Heráclito, que le sitúa como el único ser capaz de comprender el orden que rige el “cosmos”; y a Platón, quien afirma que el hombre (el alma) contempló “las Ideas” (la auténtica realidad, la ciencia) en el Mundo Inteligible, pero las olvidó al reencarnarse en el Mundo Sensible. Por todo lo dicho, podríamos suponer que en cualquiera de los extractos sociales antes mencionados, pudiera haber surgido el adalid del pensamiento racional occidental o ilustres epígonos innovadores.

Sin embargo, enseguida Heráclito apuntilla su afirmación, y señala, cómo sólo serán capaces de comprender la unidad que encierra el mundo, oculto tras la continua apariencia de cambio y transformación, aquellos que estén despiertos, que escuchen el “logos”. Platón afirma que para llegar a recordar esas Ideas, esos conceptos puros, es necesario, entre otros, un proceso de aprendizaje dialéctico, que te permita ascender por los distintos grados del saber. Y, finalmente Aristóteles, señala cómo cuando uno tiene todo resuelto materialmente, es cuando posee “sjolé”, es decir, tiempo libre para conseguir su plena realización. El ejemplo puede extrapolarse a muchas más corrientes de pensamiento (filosófico o científico), que presuponen la existencia de una verdad, o una aproximación a la misma, y un camino (método) para alcanzarla.

No se trata de poner en duda el impulso que otorgaron estos hombres a la investigación en todos los campos del saber y a la sinceridad en los propósitos que manifiestan; sino de advertir que todo avance acaecido en nuestro pasado y presente carece de virtud alguna si no se manifiesta en términos de igualdad, y no sólo a la hora de propagarse, también en el mismo momento de surgir.

El armazón intelectual, cada vez con mayores aplicaciones prácticas, con el que se alimentan y protegen las minorías selectas económicas (y políticas) y que, a fin de cuentas, son las únicas capaces de financiar, hace cundir, cuanto menos, ciertas sospechas. Un sutil mecanismo que divide, separa, e, involuntariamente, diferencia. Todos “podemos” llegar a conocer, participar activamente del “progreso humano”, pero, ¿quién lleva las riendas, quién conoce?

El constante fluir y abstracción conceptual del mundo, el devenir científico-tecnológico o algo tan clave como el desarrollo epistemológico, ¿acaso no es y ha sido ajeno a la inmensa mayoría de la Humanidad, que se supone el sujeto activo de todo ello? ¿No se encuentra el ser humano alienado, enajenado ante ella, incapaz de comprender algo que se le atribuye y jamás ha creado; y, en consecuencia, no lo admite todo apabullado, sin hacer uso de la maltrecha razón, clave de su ser?, ¿quién nos ha considerado a todos igual de interesados, en objetivos que no nos hemos planteado?

A veces, la ignorancia es atrevida, pero el conocimiento prepotente; no es nada, no posee rencor ni bondad, necesita alguien que le guíe. Miremos a nuestro alrededor. El debate no es gnoseológico o científico, sino humano.


Nota: Thomas Newcomen, gracias a un proceso de optimización experimental consiguió desarrollar una máquina de vapor atmosférica para bombear agua fuera de las minas, de forma más fiable y eficaz. Corren las primeras décadas del siglo de las luces, nos situamos en Cornualles. Los mineros ya no tendrán que desaguar las galerías antes de extraer el mineral, ahora pueden dedicar a ello todo su tiempo. Los beneficios se multiplican, pero, ¿cuáles?
D.D.M.

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