15 de octubre de 2008

La inocencia del sueño

En 1930 vivía en Queens, cerca del East River; allí, en la ciudad de los rascacielos. Estaba bien aquel barrio, al menos como yo lo recuerdo. Tenía muchos amigos; nos pasábamos la vida jugando, peleando o escamoteando frutas y bebidas con alguna añagaza divertida. Disfrutaba mucho viendo bailar charleston y a veces me aventuraba con algún amigo bailón a echar unos pasos desacompasados, era genial… Soñábamos con ir a Brooklyn de frac y bastón soltando improperios y metiéndonos en mil líos, como Buster Keaton o Charlie Chaplin. Éramos la cuadrilla “of the edge”.

Un buen día estábamos jugando al escóndete que te ando en la zona vieja; había edificios enteros vacíos y otros muchos por vaciar, ya que la zona estaba siendo desalojada a pasos agigantados. Nosotros aprovechábamos para jugar. Teníamos nuestros límites, pero, aun así, abarcábamos varios bloques: éramos muchos y el juego se desarrollaba por equipos. Yo me zafé de todos, quería jugar mis propias cartas. Encontré una vivienda a medio embalar: todo estaba tirado por aquí y por allá, pocos muebles y alguna que otra caja de mudanza. Decidí que un pequeño aparador era el mejor sitio para cobijarme, así que me agazapé dentro. Al principio la oscuridad me impacientaba, pero poco a poco me fui acostumbrando; es relajante cuando estás solo con tus pensamientos. Tras breves conatos de ideas, empecé a pensar en el brillante futuro que me esperaba como croupier compinchado o como gentleman inglés. Después, los colores de las fichas y las faldas me transportaron a un bucólico lugar: todo verde y hermoso, con nervios de agua y árboles frutales… Entre el follaje me pareció ver unos ojos entornados, que al parpadear expresaron una leve risa; sin más dilación, fui en busca del misterio... Nunca la encontré. Salí del mueble despreocupado, reparado… El aire me daba en la cara, y mis pies se encontraban en la cumbre de un enorme alcor, en medio de lo que parecía un estercolero; olía muy mal, los rayos del último sol del día se filtraban entre las nubes. El arrebol desaparecería bajo el bruno enjambre de “tumbas”…

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