14 de octubre de 2008

El tiempo es pura pamplina

Hoy es domingo, y estamos mi amigo Pedrín y yo apurando las últimas horas del vermú, antes de irnos a casa, con unos dulces, e incluso helados. Nuestros padres están departiendo felizmente en el bar de enfrente. El banco está cálido y las chicas pasan muy bien vestiditas por delante de nuestros ojos. A Pedrín le gusta la Margarita, y no le gusta nada que le diga: “mira, allí va la Amarga”. Le enfurece, pero a mí me hace mucha gracia; es un romántico…

- Oye, Diego, voy a ir al quiosco de la vuelta a por unos cromos, ¿quieres tú algo?
- No, gracias, Pedrín -le contesto.

Me quedo allí mirando a las chicas. Qué guapas son todas…

Vuelve mi amigo, pero qué… Ya no veo a Pedrín. El mismo rostro pero distinto ánimo, es como si hubiera pasado un siglo por él. Le miro, me mira desconfiado. “¿Qué pasa?”, me interpela. “Nada, nada”, le digo para que no sospeche negativamente de sí mismo. Seguimos allí, el tranquilo, yo no. Estoy preocupado por lo que ha sido del otro yo de Pedro, se ha desvanecido en la nada. Tengo miedo de lo que pueda pasar a partir de ahora… ¿Seguiremos siendo amigos?... O esto supone un punto de inflexión.

Para comprobar si estoy en lo cierto, le espeto: “Hoy no se la ha visto el pelo a la Amarga, ¿eh?”. Pero no dice ni “mu”, como si no hubiera escuchado nada. Me entra un azogue irreprimible.

- ¡Vamos! ¡A casa chicos! -grita mi madre saliendo con la tropa del bar.

No hay comentarios: