9 de octubre de 2008

El fin y el principio

Hoy no es un día cualquiera. Hoy es el fin, o el principio, no lo sé, según cuál fuere mi inclinación, de la cual no creo que nunca disponga. Lo que sí sé es que estoy jodido.

El verano se presenta extraño, por no decir infernal o, mejor aún, demencial. La locura me proporcionara total libertad, ¡es genial!... Deja de reflexionar sin orden, mente ambigua, sin antes relatar la experiencia vivida este soleado día de agosto.

Hoy no he dormido. Bueno, miento. No, técnicamente, pero sí he tenido numerosas alucinaciones -de éstas que preceden al estado soñoliento- bastante divertidas, lo que, unido a mi inquietud, ha levantado una muralla infranqueable entre nosotros, el sueño y yo. Las caóticas imágenes que me han rebelado estaban acompañadas de convulsiones, sollozos y exudación nauseabunda. Lo he resistido por pura indolencia: levantarme, para qué, morirme, por qué no. Finalmente he salido de mi dédalo de sábanas, tras destrozar sus agitados vuelos como desquite de un sueño negado. Lo único que quería era dormir, pero hasta lo onírico me rechaza, sólo quiere almas libres, incondicionadas, sujetas sólo a los designios de la naturaleza. No me enfado; soñar es lo único que me queda. Miro el reloj, hago unas llamadas furibundas e intempestivas… Vuelvo a realizarlas, parece que me va la justicia retributiva. Nunca he creído en Némesis; pero igual… “va siendo hora”. Retorno a la boca que me ha escupido, por puro recreo sádico. Sigue caliente, como yo. Mis ojos no se cierran en horas. Pienso en privar sin medida, pero no me gusta nada el alcohol amargo. Destrozarme hasta olvidar quién soy, eso quiero, pero prefiero hacerlo por mis propios medios. Finalmente entra un rayo de sol.

Salgo a la calle, muy temprano, espero a que abran el bar Laguna. Compro cigarrillos, de mi marca. Busco mi hueco, buen sitio para recostarse y cavilar. Fumo y fumo hasta que mi garganta grita y llora la sequedad. Ya vale. Vuelvo a casa. Mis padres están preocupados, muy preocupados, me miran como si hubiera perdido la cabeza -no están tan alejados de la verdad-, confío en ellos y les hago confidentes de mi fantasmal circunstancia. Me entienden, se enfadan. Me meto en la cama por iniciativa ajena, no duermo, sólo pienso. Me levanto y a hurtadillas hago más llamadas infructuosas. Me visto, música de Los Suaves, lágrimas que se cuelan dentro, allá donde nunca más saldrán, sentina de esperanzas perdidas... Qué más da. Salgo de casa, ya casi es mediodía. Espero encontrar a un buen practicante, necesito una cura de urgencia, natural, claro. Busco y encuentro. Ya tengo lo que necesitaba. Voy al parque y me lío el primer canuto. Lo fumo ávidamente, con largos y rápidos calos, cabreado, tan cabreado como me incitan los pensamientos. Odio tener imaginación, las imágenes mentales me atormentan. Acabo el porro y no estoy colocado. Nada. Otro y otro. Mi cuerpo no asimila la droga o el dolor contrarresta su efecto. Sigo a lo mío. Se juntan amigos, me interpelan, pero no consiguen nada, sólo vagas reflexiones, así, como esta carta. Dicen que tengo mala cara, me río estúpidamente y abro la caja del humor negro con comentarios indeseables y grotescos. Mi bruna comicidad sólo hace gracia a mi amor propio, mucha gracia. Típica risa que da paso a tristes, muy tristes, lágrimas. De forma que casi cualquiera que te viera sentiría una lástima vergonzante, pena de autócrata, ojos de desprecio y comprensión. Pero yo soy otro, aunque “ayer” no. Desperté de súbito, pero desperté, no más cabal que cualquier humano; renací, salí de la fantasía de la ignorancia, ya no lloró ni tengo inseguridades. Pero podría hacerlo, estoy libre de todo condicionamiento, no me avergüenza ser débil, porque soy fuerte. Aun así, no me hundo, en ese momento, pero me callo y dejo que las relaciones humanas mantengan su cotidianidad.

Vuelvo a casa, me siento cansado y nervioso. Casi no como. No vuelvo en mí, en mi yo anterior, sigo en el principio del fin o en el fin del principio, sea lo que sea. No tengo sueño, no tengo hambre, todo se ha olvidado de que existo. La tarde se presenta metílica.

Salgo pronto y sigo con tesón mi decisión de acabar con toda neurona compadeciente de mí. Estoy bien con la desesperanza, noto la simbiosis entre nosotros. Es tan poderosa como lo era la agradable y contraria sensación anterior a hoy. Es increíble. Debo canalizarlo adecuadamente, distribuir esa energía, buscar más dentro de mí. Quizá ese sea mi problema, soy un monomaniaco, un loco obsesivo; nunca conseguiré subsistir en este mundo, no quiero ser "otra piedra más en el muro".

La tarde se resume así: desfase, inconsciencia, olvido -lamentablemente sólo de esta tarde-.

La noche no se resume, se sufre. Vuelta a la fatalidad.

Y al día siguiente… No es el fin, como véis, aunque algo ha muerto.


P.D.: Es estúpido sentirse así por amor, no por la gran satisfacción que supone como cualidad y acción, no, me refiero a algo mucho más simple: al amor por un miembro del género contrario. Fuente de perdición o felicidad. Monotema de alegría en una vida insignificante. Una mierda si es vivido canónicamente, “como todo el mundo”. Vida y Muerte si es real; un afluente entre otros muchos, que acabará en un río mayor, y finalmente en un mar; un fluir inconsciente de una mente libre que desea, que ama; que busca, que sueña; que da y recibe; que sufre y muere…

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