7 de octubre de 2008

Capítulo VI: Inquina filicida

La reina seguía sumida en una ola de amargura. Despechada, no podía con la vida, tenía que hacer algo para que todo volviera a ser como antes. A Felón lo amaba con todas sus fuerzas, pero éste no la hacía caso, estaba también melancólico por la pérdida de su amada. Todo iba cayendo en un mar de desesperación y egoísmo, en palacio la vida había desaparecido y la muerte rondaba como hálito del viento.

Felón tenía en mente buscar a su hija, pero le retenía el pensamiento de su esposa llena de cólera mandando a numerosos esbirros a matar a todo traidor y enamorado; así que, resignado, mataba su tiempo en pecaminosos pensamientos.

La reina, al ver que no podría apagar la llama del amor prohibido nacido a despecho suyo, decidió acabar con la vida de su hija. No podía soportar que Blancanieves tuviera todo lo que ella deseaba. Mandó al caballero Algo, ascendido fulgurantemente en el escalafón de la corte por su lealtad y templanza, a buscar el paradero de su hija. Le proporcionó dinero, alimento, el mejor corcel del reino y la advertencia de que no volviera sin resultados. A los dos días volvió con la información requerida. Ella le dio un paquete cerrado y le dijo que se lo entregará en mano a su hija con el comentario de que el rey Felón se lo había hecho llegar para ella.

Una vez allí y obedecida la consigna de la reina, Blancanieves cogió el paquete y cerró la puerta, dejando a Algo apenado porque sabía que nada bueno podía pasar, siendo él cómplice y verdugo. Cogió la nota que figuraba en la tapa del misterioso paquete y leyó: “Te obsequio con este espejo para que tu belleza te de fuerzas y esperanzas”. En aquella casa no había espejo alguno, por lo que ese presente le haría muy feliz. Lo abrió y, de súbito, apareció un áspid que le mordió en el cuello causándola una muerte instantánea.

Cuando volvieron “Los Enanos” del trabajo ella yacía exánime en el suelo. Éstos se acercaron y comprobaron su estado. Al ver que estaba muerta, se asustaron, y pensaron que todos estaban en peligro. Cogieron su cuerpo, lo depositaron encima de una larga mesa y llamaron a todos los druidas, médicos y curanderos que conocían; si no se despertaba no sabrían como controlar el collar y la venganza contra ellos por guarecerla sería terrible.

Vinieron doctos seres de todos los confines del reino, así como alguno desde más allá de sus límites. Ninguno conseguía devolverla la vida: Sagaz lo intentó vertiendo en su boca un preparado de láudano, Giboso con un ritual y un ungüento de mandrágora, Bregado con su panacea mágica, así un largo etcétera. Finalmente, decidieron dar noticia de este hecho al rey para ver si conocía el misterio del collar o si podía encontrar alguna otra solución.

El rey llegó alarmado y enojado con todos. Vio a su amada, más lívida que nunca, yerta y con cárdenos labios; puso la cabeza de Blancanieves sobre su pecho y se hecho a llorar.

Los allí presentes le contaron lo de la magia del collar y el gran poder que contenía. Él, sin más dilación, arrancó de su cuello el collar, montó en su caballo y se fue al galope.

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