8 de febrero de 2009

-Muerto en vida- (7ª Entrega)

Miércoles, 25 de octubre de 1995, Santiago de Compostela (6ª Parte)

Voy por la carretera principal, hacia Conxo. Es necesario visitar el lugar del crimen; aunque no va a ser nada fácil…
Freno en seco y observo un cartel publicitario algo obsceno en la esquina de Bucks Row* mientras pasa por detrás mi amigo Alfredo, el sargento Brañas para los picoletos, que venía de la transversal. Raro que no me haya visto tan claramente como yo, al pasar frente a él por el paso cárdeno. Se nota que está preocupado.

- No es posible… -escucho de su boca.-Su compañero parece un magnetófono. Me giro, sólo habla él.

Qué coño harán aquí (!). Decía que el caso estaba prácticamente cerrado… Espero un poco a que monten en el coche, y desando sus pasos, de cangrejos cámara hacia atrás.

La residencia está cerrada hasta para los estudiantes, que se agolpan en la puerta esperando una resolución. La policía no pone orden… pero cumplen órdenes: la entropía acabará destruyendo este mundo.
Sopeso las posibilidades, observo la zona, me encaramo a una verja que engloba una urbanización: la localización del edificio es buena para una incursión, aunque mala para una evacuación de emergencia de cientos de estudiantes. Sigo andando, atravesando el punto concurrido, con esperanzas de pseudovuelta. El flanco izquierdo está en desuso, da a una carretera y tan sólo hay ventanas, las más bajas con rejas; y la parte trasera da a un amplio jardín, abierto a todos los públicos. Si no fuera por el flanco derecho el lugar parecería inexpugnable: en este lado se encuentran unas escaleras de emergencia totalmente abandonadas, inservibles, posible entrada de infiltrados so pena de muerte o tétanos, que va a parar dentro del recinto de una urbanización aneja. Me acerco a la portería y entrada de ésta, en la calle paralela a la maldita, llamo y espero. Sale un señor bastante mayor y me interpela sobre mis propósitos:

- ¿Qué desea señor?
- Hola, buen hombre, soy Carlos Gutiérrez, detective privado, deseaba hacerle un par de preguntas.
- De acuerdo, pase.-Me abre la puerta corrediza de coches en vez de la puerta humana.
- ¿Qué tal está? ¿Se ha enterado del crimen de al lado, verdad?
- Sí, una tragedia, con lo majos que son esos chavales, a veces les veo ahí en el jardín y me dan envidia o nostalgia, no sé diferenciarlas.
- Bueno, el caso es que… ¿No ha venido la policía a hablar con usted?
- No, porque deberían hacerlo.
- No sé.-Por dónde se supone entonces que entró el asesino (?)
- ¿Qué le trae a usted por aquí, señor Gutiérrez?
- Mire, le voy a ser sincero: en este complejo, exactamente ahí, hay unas escaleras de emergencia que pretendo observar si usted me lo permite, ya que pienso que es el camino obvio que habría tomado el asesino y es el camino que quiero tomar yo para escudriñar el lugar del crimen.
- Pero… usted no puede. Esas escaleras no se han usado en años, uno puede matarse si intenta subir por ahí. Además, los asesinatos son asunto de la policía.
- Se equivoca, éste es asunto mío. La policía no tiene ni idea, ellos se basan en las pruebas, yo en los indicios, que no es lo mismo.
- Bueno, no sé lo que quiere usted decir, pero… no puedo, se me puede caer el pelo.
- Tranquilo, yo le compro un antialopécico.
- ¿Qué?
- Déjeme por favor, es necesario que entre ahí.
- … No sé…
- En serio, es importante.
- … Bueno, pero sea rápido, si en media hora no ha vuelto llamo a la policía. De acuerdo.
- Capichi.

El buen hombre se queda en su centralita, no quiere saber nada; normal, lo mejor que me puede pasar es que las escaleras plegables no respondan. No tengo herramienta para coger uno de sus extremos, por lo que me quito el cinto e intento alcanzarlo: imposible… Veo una manguera, puede servir. Alcanzo la escalera, tiro…, está oxidada; trepo como una hiedra hasta llegar a la plataforma sano y salvo. Comienzo a subir hasta alcanzar un piso, al azar; las rejas de la ventana son inamovibles, subo a la azotea. Joder, que chungo (!). Entro por fin al interior de la residencia. Peligra mi pellejo, menos mal que ya sólo quedan los guardias de tráfico… Bajo escaleras y miro a derecha e izquierda, los pasillos. Bajo escaleras y miro a derecha e izquierda, los pasillos. Bajo escaleras y miro a izquierda y derecha, los pasillos. Bajo escaleras y miro el pasillo izquierdo… ahí está. El trasiego de agentes con material pertinente deja sus frutos. Me aproximo hacia la puerta del crimen… Será mejor no dejar huella, aunque ya estará todo muy trillao; me pongo mis guantes de cuero y giro el picaporte, nada… Saco mi chochera de ganzúas, observo la bocallave, elijo la cuña cuatro… Listo, ya estoy dentr… ¡Dios!, parece el interior de una bestia. Las formas diabólicas que presentan las manchas de sangre, unido al desorden de todo moblaje, provoca una mareante sensación de movimiento. Compruebo el interruptor de la luz: parece intacto…-tenía que haberme traído mis escasos productos químicos, pulverizador* incluido, aunque quizá no haya huellas en dicho lugar-. La estancia entera está jalonada de anotaciones periciales, me acerco a una, reza: bazo. ¡Dios!, no puedo evitar imaginármelo… La sangre está seca, sino chorrearía por todos lados. Observo las trazas policiales. El diagrama de la investigación es difuso, no revela método alguno… Busco algo, pero el qué. Estoy desorientado, este olor a benzol es insoportable… Las ventanas han sido retiradas de sus rieles y puestas contra la pared, sería para ventilar. Me acerco a ellas, no tienen demasiada sangre impregnada; me aproximo al vano, nunca ha habido contraventanas; bajo las cortinas venecianas, ni pizca de sangre… Me doy la vuelta: ¡joder!, no consigo alejar mi estupor, está todo anegado de coladas de sangre… Me acerco al escritorio, o eso es lo que parece, abro cajones, no hay nada; miro su superficie, hay una muesca bastante grande –bien diferenciada entre tanta sangre-, podría ser de machete o cuchillo carnicero. Me acerco al baño, no hay nada. Se han llevado todo lo aprovechable: en las estanterías tampoco hay nada limpio… La cadena de música está desenchufada, la enchufo, limpio un poco la pantalla y observo parpadeando en el visualizador: 12.16, buena hora para morir…
Todo coincide, salvo cómo llegó el jifero hasta aquí. Bueno, creo que esto es todo…, me las piro, vampiro.

El buen hombre me está esperando con los brazos abiertos.

- Perdone, me he entretenido –le digo a modo de disculpa.
- Váyase, no quiero problemas. No debí dejarle entrar.
- Tranquilo, no he tocado nada. Además, su ayuda ha sido providencial –miento en parte-. Gracias…

Esto es muy raro… Sea quien sea, su modus operandi es deplorable. Con la luz encendida, la ventana cómplice…, y los gritos de dolor… -aunque viendo la dantesca escena, pudo haber cercenado la lengua lo primero, incluso pudo habérsela comido: es muy común en esta clase de criminales la condición de antropófagos-. No le veo a Aleixo…

Debería volver a mi casa: es tarde y necesito a Liszt...


*1. Calle situada en la zona de Whitechapel, en Londres. Esta zona se hizo famosa, al menos en los círculos criminalistas, por ser donde actuaba Jack “el Destripador”.
*2. Spray revelador de huellas.



Escrito y pergeñado por: D.C.O.
Narrado por: C.G.S.

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