Camina por un famoso paseo, la mirada en el suelo… El día le ha sido agradable: tranquilo, sin sobresaltos. No tiene prisa por llegar a casa, y sus pensamientos fluyen en relación a lo que sus ojos ven: hojarasca mil veces pisada –ya es otoño–, alguna que otra hoja marginal de color morado –las cuales no se explica cómo han podido llegar a una sombra de plataneros; sin embargo no levanta la vista para descubrirlo-, piernas de distintos tamaños y atavíos, calzada, humedad… No se siente mal ni reflexivo, simplemente no quiere tener una visión mayor, no quiere ver el mundo y sus ocupantes. Quizá lo que siente es miedo, pero no lo sabe. De repente alguien conocido se cruza en su camino…
- ¿Tomás? ¿Eres tú?, Tomás –le saluda con amplia sonrisa una chica de suaves facciones.-Él yergue su pesada cabeza.
- Ahí va, hola… Gloria.
- Qué tal, cuanto tiempo, ¿no?
- Sí, la verdad es que sí.
- ¿Cómo te va?
- Bien, supongo…-La conversación bosteza. Sus ojos vidriosos parecen inexpresivos.
- Bueno, te dejo, a ver si otro día estás más hablador…-Se separan sin un triste “hasta otra”.
Se aleja con sus pensamientos: “Ésa es la única persona a la que he amado, y nunca seré capaz de decírselo…, si es que la vuelvo a ver”.
Anónimo
6 de febrero de 2009
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