10 de febrero de 2009

El ocaso de “la ciudad”

Fat City (1972, John Huston) es “la ciudad dorada”. La ciudad lucrosa, repleta de oportunidades, que susurró el escritor Leonard Gardner y dibujó, a base de trazos grises y asfixiantes, John Huston. Fat City se insinúa en nuestros días, como un monstruo de tres cabezas, como Cerbero, tres miradas en las que se funden la realidad y la ficción. Es la fractura entre el sueño (puede que el americano, pero que más da) y la vida que se desvanece como un espejismo, como eterno pretérito de apenas algo más que una ilusión. Fat City es un relato desgarrador, en una obra olvidada, bajo un Sol que alumbra poco más que las ruinas de Stockton, donde se desarrolla todo.


Fat City es la historia de Tully un boxeador en horas bajas, una sombra que recuerda sus viejos tiempos de gloria esbozando una sonrisa, ¿orgullo?, se ha difuminado hace tiempo por entre los rincones del inframundo, como un melancólico Aquiles tras la visita de Odiseo. “Le vi pelear una vez” le dice a Billy Tully (Stacy Keach), en un viejo gimnasio, Ernie Munger, un joven aspirante a púgil (Jeff Bridges). “¿Sí?, ¿gané?”. “No”. En la siguiente escena, Tully aparece tomándose una copa en un bar.

No hay que explicar nada, es Fat City, como Tully, aplastada por viejas hazañas del pasado. Sólo busca alguien con quien hablar, con quien jugar sus últimas cartas en la vida, aun conociendo de antemano la derrota. ¿Cómo no conocerla? Si jamás comprendió las reglas del juego, si el estadio hace tiempo que está en ruinas. Las míticas “Cayo Largo”, “El Hombre que pudo reinar” de Kipling o “La reina de África”, todos ellos grandes éxitos de John Huston, son una losa imposible de levantar para una solitaria ciudad del centro de California, Stockton, por hoy, nuestra ciudad dorada; aunque tenga que recurrir al bourbon para sobrevivir. No es casualidad que J. Huston adaptase la obra de Joyce “Dublineses. Los muertos”, “…su propia identidad se esfumaba a un mundo impalpable y gris: el sólido mundo en que estos muertos se criaron y vivieron se disolvía consumiéndose…”. El protagonista de la película Stacy Keach no conoció mejor destino, uno de los mayores talentos desaprovechados del implacable imperio de Hollywood, perfecto protagonista de una novela de Bukowski.


La historia, la obra, ¿y el decorado? Stockton. Son los años ’70, años del ocaso pausado del sueño californiano, de un eterno medio oeste desolado que jamás encontró el Pacífico, ciudades desiertas se amontonaban por doquier por las llanuras de uno y otro lado de las Rocosas. Un poco un retorno al Londres de Dickens pero a ritmo de country, con una increíble banda sonora de Kris Kristofferson. California se levanta con resaca del espíritu de “Easy Rider” (1969, Dennis Hooper), el espejismo “hippie”, una sincera búsqueda de experimentación y comprensión interior que se da de bruces con la cruda realidad americana; la profunda América del fotógrafo Robert Frank. El Stockton de Huston es una prolongación de su objetivo.


Esto es un pequeño homenaje a aquellas ciudades que hubieron de sufrir, como señala Mike Davis, uno de los grandes representantes de la New Left americana, “los malvados vientos del postindustrialismo; las grandes ciudades se han enfrentado a la falta de inversión federal (desde la década de los ’70) en el momento en que la desindustrialización y las epidemias de los ’80 (el SIDA, el crack, los sin techo) estaban imponiéndoles cargas financieras inmensas”. El mundo urbano, estigma de la modernidad, se deshace entre “ciudades grises inhabitables, donde realizamos un trabajo alienante, en medio de una sociedad materializada, regida por una política de poder y violencia, donde los jóvenes se avergüenzan de ser románticos: de ser como Byron, como Shelley o como Blake” (Luis Racionero, Filosofías del Underground); menos mal que Mickey Rourke y Matt Dillon, en “La Ley de la Calle” (F.Ford Coppola, 1983), otro magnífico fresco al respecto, se atrevieron a buscar el mar, cuyo reflejo, a veces, está demasiado lejos. ¿No será como dijo Walter Benjamín que “este vendaval es lo que llamamos progreso”?, y es que lentamente, pero de forma inexorable, parece que nos acercamos a la “Metrópolis” de Fritz Lang (1926). La ciudad del futuro, con hombres cabizbajos de comportamientos robóticos, ya ni siquiera con la opción de tomar un bourbon y saborear las derrotas. Las cosas no parecen mejorar desde los tiempos de Tully. Dice el economista Paul Krugman que “la política americana de estas últimas tres décadas ha llevado… a un importante aumento de las desigualdades económicas, que ha tenido como objetivo favorecer a los más ricos, desmontar y rebajar las políticas de protección social…” La vida y el cine parecen confluir en: “el final de 'Fat City', con el tiempo congelado y la vida paralizada, es uno de los más hermosos, subyugantes y tristes de la historia del cine." (Miguel Ángel Palomo: Diario El País)


Texto:D.D.M.; Ilustración:D.B.P.

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