Dos menestrales por el precio de uno
La noche es fría y cerrada. Las calles desiertas invitan a la reflexión, no como algo rutinario, sino como algo desesperado, íntimo. El silencio inunda cada resquicio con su soterrado y mudo grito. La humedad hiela los huesos. Otoño, barrio obrero. De repente, aparecen en escena dos trabajadores del polígono industrial anejo; suponemos, de camino a casa. Escuchemos fisgonamente:
- ¿Qué vamos a hacer ahora, Juan? –dice el más joven con acento atribulado.
- Yo entrar en casa, dar un beso a mi mujer, beberme una cerveza e irme a la cama.
Los hombres se separan, se despiden con gesto desganado. El más joven camina con paso tímido, desamparado en la noche.
El tiempo es pura pamplina
Hoy es domingo, y estamos mi amigo Pedrín y yo apurando las últimas horas del vermú, antes de irnos a casa, con unos dulces, e incluso helados. Nuestros padres están departiendo felizmente en el bar de enfrente. El banco está cálido y las chicas pasan muy bien vestiditas por delante de nuestros ojos. A Pedrín le gusta la Margarita, y no le gusta nada que le diga: “mira, allí va la Amarga”. Le enfurece, pero a mí me hace mucha gracia; es un romántico…
- Oye, Diego, voy a ir al quiosco de la vuelta a por unos cromos, ¿quieres tú algo?
- No, gracias, Pedrín -le contesto.
Me quedo allí mirando a las chicas. Qué guapas son todas…
Vuelve mi amigo, ¡pero qué!… Ya no veo a Pedrín. El mismo rostro pero distinto ánimo, es como si hubiera pasado un siglo por él. Le miro, me mira desconfiado. “¿Qué pasa?”, me interpela. “Nada, nada”, le digo para que no sospeche negativamente de sí mismo. Seguimos allí, el tranquilo, yo no. Estoy preocupado por lo que ha sido del otro yo de Pedro, se ha desvanecido en la nada. Tengo miedo de lo que pueda pasar a partir de ahora… ¿Seguiremos siendo amigos?... O esto supone un punto de inflexión.
Para comprobar si estoy en lo cierto, le espeto: “Hoy no se la ha visto el pelo a la Amarga, ¿eh?”. Pero no dice ni “mu”, como si no hubiera escuchado nada. Me entra un azogue irreprimible.
- ¡Vamos! ¡A casa chicos! -grita mi madre saliendo con la tropa del bar.
Benedetti y Bukowski
Martes, 10 de Febrero del 2009, Afueras de la Universidad de Granada
- ¿Qué haces tan concentrado, Anxo?
- Ah, hola, Jaime. Estoy indagando en este libro.
- ¿Indagando? Será leyendo. Es una novela.
- Ya, pero es que estoy investigando sobre la personalidad de dos grandes escritores.-Jaime levanta levemente las cejas. Anxo continúa:
- Mi trabajo fin de carrera. He pensado titularlo: “Vidas paralelas”. Se trata de una comparativa contextualizada de las vidas de dos grandes literatos coetáneos: Benedetti y Bukowski; fijo que te suenan.
- Pues sí, pero no sabía que eran de la quinta.
- ¿Has leído algún libro de ellos?
- Pocos, pero sí.
- Y qué te ha parecido. Sus obras son muy personales.
- Pues no sabría decirte…-Pasa un rato. -Quizá, Bukowski un guarro, y Benedetti… un romántico.
- Buenas definiciones.
- ¿Y tu qué piensas? Habrás tenido que empollarte sus biografías.
- En realidad no. Estoy intentando esclarecer sus conciencias por las obras.
- Qué chungo.
- Qué va, son muy expresivos e intimistas; ten en cuenta que por encima de todo son poetas. Sin embargo, pretendo ver más allá. Hoy, por ejemplo, creo que he descubierto algo muy interesante… Yo ya sabía que los dos son almas errantes; aventureros, idealistas, románticos. Y que las condiciones en que vivieron, las distintas circunstancias, motivaron que sus caracteres divergieran: Benedetti inmerso en una época y lugar de cambio, de revolución, de inspiración; Bukowski en una sociedad decadente, fruto del “progreso”, inmovilista y resignada. Sin embargo, esto no es del todo cierto, porque en realidad convergen; se complementan. Con amenazas y fortalezas invertidas. Uno ama y otro odia. Ambos con gran fuerza y sentimiento. Muy diferentes y muy similares a la vez. Un espejo frente a otro espejo… Bueno…, a lo que iba. Hoy, a tenor de lo expuesto, he pensado, aunque probablemente me equivoque, que lo que les define realmente es su predisposición; me explico: Bukowski es un valiente que quiere ser cobarde, no…, mejor dicho, una persona positiva que pretende ser negativa; y, Benedetti una persona negativa que pretende ser positiva. El primero se viste con tristeza siendo alegre, y el segundo se viste con alegría, con esperanza, siendo triste. Un cambio de chaqueta que abrigue mejor… Pero ya sabes Jaime que yo no voy para sastre…