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26 de septiembre de 2010

30 de junio de 2010

El sol que deja de brillar

El día de hoy ha nacido extraño. El cuerpo dolorido habla de días pasados sin mucha trascendencia empero de mucho movimiento. No tengo ganas de leer, ni de escribir, ni de trabajar, ni de hacer nada… Sin embargo he tenido una ensoñación que me ha encantado. Me ha hecho soñar con universos infinitos en los que mi vida prospera. No es que lo envidie, pero sí lo deseo.

Estaba recostada en mi hombro. El sol se ponía frente a nosotros; se hundía en el inmenso océano que le da cabida perfectamente. Las olas rompían bajo nosotros y ella respiraba a mi lado. Yo estaba plácidamente meciendo mis pensamientos, todos dormidos; sólo se escuchaba una sensación de tranquilidad que algunos llaman felicidad. Qué suerte la mía viendo aquel inmenso sol irse a la cama, y mi chica, mi amada, yéndose con él a soñar…

2 de junio de 2010

“Hipareta era una mujer discreta y fiel a su marido; pero sintiéndose infeliz en su matrimonio y viendo que Alcibíades frecuentaba a cortesanas extranjeras y atenienses, abandonó su casa y fue a la de su hermano. Como Alcibíades no le dio la menor importancia y continuó viviendo licenciosamente, ella se vio obligada a presentar la demanda de divorcio ante el arconte, pero no a través de un intermediario, sino ella misma en persona. Cuando acudió para hacerlo, según la ley, Alcibíades se abalanzó sobre ella, la agarró y la llevó de nuevo a su casa cruzando el ágora sin que nadie se atreviese a hacerle frente o a quitársela”

Plutarco, “Vida de Alcibíades”

6 de abril de 2010


Miguel Tomé

" Las palabras son lágrimas que fueron escritas.
Las lágrimas son palabras que necesitan salir a borbotones.
Sin ellas, ninguna alegría tiene brillo, y ninguna tristeza tiene final.
Por lo tanto, gracias por tus lágrimas". (Transcripción)

21 de diciembre de 2009

80

(Mujeres, Charles Bukowski)

Continuamos bebiendo. Cecilia tomó sólo una más y paró.

- Quiero salir a contemplar la luna y las estrellas –dijo–. ¡Es todo tan hermoso ahí fuera!

- Está bien, Cecilia.

Salió junto a la piscina y se sentó en una silla de mimbre.

- Ahora sé por qué murió Bill –dije–. Murió desamparado, hambriento. Esta tipa no se enrolla para nada.

- Ella dijo algo parecido de ti durante la cena, cuando estabas en el lavabo –dijo Valerie–. Dijo: “Oh, los poemas de Hank están tan llenos de pasión, pero como persona no llega a tanto”.

- Dios y yo no siempre elegimos el mismo caballo.

- ¿Ya te la has jodido? –me preguntó Bobby.

- No.

- ¿Cómo era Keesing?

- Estupendo. Pero me pregunto cómo pudo aguantar con ella. Quizás la codeína y las píldoras ayudasen. Tal vez era como una especie de superenfermera para él.

- Qué se joda –dijo Bobby–, vamos a beber.

- Sí. Si tuviese que elegir entre beber y joder, creo que dejaría de joder.

- El joder causa problemas –dijo Valerie.

- Cuando mi mujer está fuera jodiéndose a algún otro, yo me pongo mi pijama, me echo las colchas encima y me pongo a dormir –dijo Bobby.

- Es un tío frío –dijo Valerie.

- Ninguno de nosotros sabe bien cómo usar del sexo, qué hacer con él –dije yo–. Para la mayoría de la gente el sexo es sólo un juguete, para echarlo a correr.

- ¿Qué hay del amor?

- El amor está bien para aquellos que pueden soportar una sobrecarga psíquica. Es como tratar de llevar sobre tus espaldas un cubo lleno de basura a través de una enorme riada de orina.

- ¡Oh, no es tan malo!

- El amor es una forma de prejuicio. Tengo muchos otros prejuicios.

Valerie se acercó a la ventana.

- La gente está de juerga, tirándose en pelotas a la piscina, y ella está ahí sentada contemplando la luna.

- Su hombre acaba de morir –dijo Bobby–, dale un respiro.

Cogí mi botella y me fui al dormitorio. Me quité los calzones y me eché en la cama. Nada estaba en armonía. La gente sólo abrazaba a ciegas lo que se le pusiese delante: comunismo, comida natural, zen, surfing, ballet, hipnotismo, terapia de grupo, orgías, paseos en bicicleta, hierbas, catolicismo, adelgazamiento, viajes, psicodelia, vegetarianismo, la India, pintar, escribir, esculpir, componer, conducir, yoga, copular, apostar, beber, andar por ahí, yogurt helado, Beethoven, Bach, Buda, Cristo, jugo de zanahorias, suicidio, trajes hechos a mano, viajes en jet, Nueva York, y de repente todo ello se evaporaba y se perdía. La gente tenía que encontrar cosas que hacer mientras esperaba la muerte. Supongo que estaba bien poder elegir.

Yo hice mi elección. Cogí la botella de vodka y me pegué un buen trago. Los rusos conocían el tema.

Se abrió la puerta y entró Cecilia. Tenía buena pinta con su cuerpo compacto. La mayoría de las mujeres americanas eran o bien muy delgadas o elefantiásicas. Si les dabas fuerte, algo se les rompía y se convertían en neuróticas y sus hombres en deportistas o alcohólicos y obsesos por los coches. Los noruegos, los islandeses, los finlandeses sabían cómo debía estar construida una mujer: amplia y sólida, con un gran trasero, grandes caderas, grandes flancos blancos, grandes cabezas, grandes bocas, grandes tetas, mucho pelo, grandes ojos, grandes agujeros de nariz, y abajo en el centro, lo bastante grande y lo bastante pequeño.

- Hola, Cecilia, ven a la cama.

- Se está muy bien ahí fuera por la noche.

- Supongo que sí. Ven a decirme hola.

Entró en el baño. Apagué la luz del dormitorio.

Salió pasado un rato. Sentí subir a la cama. Estaba oscuro, pero algo de luz pasaba a través de las cortinas. Cogí la botella, se la pasé. Tomó un pequeño sorbo, luego me la devolvió. Estábamos sentados, apoyados con las almohadas en la cabecera. Nuestros muslos estaban pegados.

- Hank, la luz era como una tenue pincelada. Pero las estrellas eran brillantes y hermosas. Te hace pensar, ¿no crees?

- Sí.

- Algunas de esas estrellas llevan muertas millones de años luz y todavía podemos verlas.

Me acerqué a ella y atraje su cabeza. Su boca se abrió. Estaba húmeda y fresca.

- Cecilia, vamos a joder.

- No quiero.

En cierto modo yo tampoco quería. Creo que lo había dicho por eso.

- ¿No quieres? ¿Entonces por qué besas así?

- Creo que la gente debe esperar a conocerse.

- Algunas veces no hace falta mucho tiempo.

- No quiero hacerlo.

Salté de la cama, me puse mis calzones y llamé a la puerta de Bobby y Valerie.

- ¿Qué pasa? –preguntó Bobby.

- No quiere joder conmigo.

- ¿Y qué?

- Vamos a nadar un poco.

- Es tarde. La piscina está cerrada.

- ¿Cerrada? Hay agua, ¿no?

- Me refiero a que están apagadas las luces.

- Me parece bien, ella no quiere joder conmigo.

- No tienes traje de baño.

- Tengo mis calzones.

- Muy bien, espera un momento…

Bobby y Valerie salieron con unos bonitos trajes de baño perfectamente ajustados. Bobby me pasó un porro de colombiana y yo le di una calada.

- ¿Qué pasa con Cecilia?

- Química cristiana.

Fuimos a la piscina. Era verdad, las luces estaban apagadas. Bobby y Valerie se tiraron juntos a la piscina. Yo me senté al borde, con las piernas metidas, bebiendo a morro de la botella de vodka.

Bobby y Valerie salieron juntos a la superficie. Bobby se vino nadando hasta el borde de la piscina. Tiró de uno de mis tobillos.

- ¡Vamos, so mierda! ¡Muestra tus cojones! ¡ÉCHATE!

Tomé otro trago de vodka, luego dejé la botella. No me tiré. Entré con cuidado poco a poco. Luego me solté. Era extraña la sensación del agua a oscuras. Me sumergí lentamente hacia el fondo. Medía uno noventa y pesaba más de cien kilos. Esperé a tocar el fondo y entonces subir dándome impulso. ¿Dónde estaba el fondo? Allí estaba, y a mí apenas me quedaba oxígeno. Me impulsé. Subí lentamente. Finalmente rompí la superficie.

- ¡Qué se mueran todas las putas que me han tenido entre sus piernas! –grité.

Se abrió una puerta y un hombre salió corriendo de un apartamento de la planta baja. Era el administrador.

- ¡Hey, no se permite nadar a estas horas de la noche! ¡Las luces de la piscina están apagadas!

Nadé hasta donde él estaba, llegué al borde de la piscina y le miré.

- Oye, mamón, me bebo dos barriles de cerveza diarios y soy luchador profesional. Soy por naturaleza un ser amable, ¡pero pienso nadar a estas horas y quiero esas luces ENCENDIDAS! ¡AHORA! ¡Sólo te lo voy a decir una vez!

Me alejé nadando.

Las luces se encendieron. La piscina se iluminó brillantemente. Era mágico. Me acerqué hasta donde estaba el vodka, lo agarré y tomé un buen trago. La botella estaba ya casi vacía. Miré hacia abajo y vi a Valerie y Bobby nadando en círculos entre sí bajo el agua. Eran buenos haciendo esas cosas, ligeros y ágiles. Qué raro que todo el mundo fuera más joven que yo.

Acabamos con la piscina. Me dirigí a la puerta del administrador con mis calzones mojados y llamé. Abrió la puerta. Me gustaba.

- Eh, colega, ya puedes quitar las luces. He acabado de nadar. Eres un buen tipo, hombre, un buen tipo.

Regresamos al apartamento.

- Tómate una copa con nosotros –dijo Bobby–, sé que estás algo jodido.

Entré y me tomé dos.

Valerie dijo:

- ¡Mira, Hank, tú y tus mujeres! No puedes jodértelas a todas, ¿lo sabes?

- ¡Victoria o muerte!

- Duérmela, Hank.

- Buenas noches, chicos, y gracias…

Volví al dormitorio. Cecilia estaba tumbada boca arriba y estaba roncando, “Gzzz, gzzz, ggzzz”…

Me pareció gorda. Me quité los calzones húmedos, subí a la cama y le sacudí el hombro.

- Cecilia, ¡estás RONCANDO!

- Oooh, oooh… lo siento.

- Está bien, Cecilia. Es igual que si estuviésemos casados. Ya te cogeré por la mañana cuando esté más fresco.

81

Un ruido me despertó. Todavía no había mucha luz. Cecilia estaba de pie, vistiéndose.

Miré mi reloj.

- Son las cinco de la mañana. ¿Qué estás haciendo?

- Quiero ver salir el sol. ¡Adoro las salidas de sol!

- Se nota que no bebes.

- Volveré. Desayunaremos juntos.

- No he sido capaz de tomar un desayuno durante cuarenta años.

- Voy a ver el amanecer, Hank.

Encontré una botella de cerveza sin abrir. Estaba caliente. La abrí y me la bebí. Luego me dormí.

A las 10:30 de la mañana, alguien llamó a la puerta.

- Adelante.

Eran Bobby, Valerie y Cecilia.

- Acabamos de desayunar –dijo Bobby.

- Ahora Cecilia quiere ir a dar un paseo por la playa con los pies descalzos –dijo Valerie.

- Nunca había visto el Océano Pacífico, Hank. ¡Es tan bonito!

- Me vestiré…

Caminamos por la playa. Cecilia parecía feliz. Cuando las olas llegaban hasta sus pies gritaba.

- Seguid vosotros –les dije–, yo voy a buscar un bar.

- Voy contigo –dijo Bobby.

- Yo vigilaré a Cecilia –dijo Valerie…

Encontramos un bar cercano. Había sólo dos sitios vacíos. Nos sentamos. Bobby tenía a su lado un hombre. Yo, una mujer. Pedimos nuestras bebidas.

La mujer que estaba junto a mí tendría unos 26 o 27 años. Algo la había desgastado, sus ojos y boca perecían cansados, pero a pesar de ello mantenía una expresión firme. Su pelo era oscuro y bien peinado. Llevaba una falda y tenía buenas piernas. Su alma era puro topacio y podías verlo en sus ojos. Pegué mi pierna a la suya. Ella no la apartó. Acabé mi bebida.

- Invítame a una copa –le dije.

Ella llamó al camarero.

- Un vodka-7 para el caballero –le dijo.

- Gracias…

- Babette.

- Gracias, Babette. Me llamo Henry Chinaski, escritor alcohólico.

- Nunca he oído hablar de ti.

- Lo mismo da.

- Tengo una tienda junto a la playa. Joyas y baratijas. Sobre todo baratijas y porquerías.

- En eso nos parecemos. Yo escribo muchas porquerías.

- ¿Si eres tan mal escritor, por qué no lo dejas?

- Necesito comida, refugio y ropa. Invítame a otra copa.

Babette hizo un gesto al camarero y recibí una nueva copa. Apretamos juntas nuestras piernas.

- Soy una rata –le dije–, estoy estreñido y no se me levanta.

- No sé nada de tus intestinos, pero eres una rata y sí se te levanta.

- ¿Cuál es tu número de teléfono?

Babette buscó una pluma dentro de su bolso.

Entonces entraron Cecilia y Valerie.

- Oh –dijo Valerie–, aquí están estos cabritos. Te lo dije. ¡En el bar más cercano!

Babette se deslizó de su asiento. Salió por la puerta. La vi a través de la luna. Se alejaba por la acera y tenía todo un cuerpo. Era elástico y esbelto. Resbalaba contra el viento. Luego desapareció.

8 de junio de 2009

Y me contó una historia de un muchacho enamorado de una estrella… Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía, o creía saber, que una estrella no puede ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia delante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.

Frau Eva, capítulo VII, Demian, Hermann Hesse

5 de marzo de 2009

El dormitorio tenía una estantería encima de la cama. Había macetas con geranios. Cuando me acosté allí por primera vez con Joyce y comenzamos el trote, vi que los estantes comenzaban a temblar y agitarse.

Entonces ocurrió.

- ¡Oh, oh! -dije.
- ¿Qué pasa ahora? -preguntó Joyce-. ¡No pares! ¡No pares!
- Nena, me acaba de caer una maceta de geranios en el culo.
- ¡No pares! ¡Sigue!
- ¡Está bien! ¡Está bien!

Continué, iba todo bien cuando...

- ¡Oh, mierda!
- ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?
- Otra maceta de geranios, nena, me ha caído en la espalda, ha rodado hasta el culo y ha caído por tierra.
- ¡A la mierda los geranios! ¡Sigue! ¡Sigue!
- Oh, está bien...

Durante todo el polvo siguieron cayéndome macetas encima. Era como tratar de joder durante un ataque aéreo. Finalmente lo conseguí.

Más tarde dije:

- Oye, nena, tenemos que hacer algo respecto a esos geranios.
- ¡No, déjalos ahí!
- ¿Por qué, nena, por qué?
- Ayudan.
- ¿Qué ayudan?
- Sí.

Soltó una risita. Los geranios siguieron allí arriba. La mayor parte del tiempo.


Cartero, Charles Bukowski

6 de febrero de 2009

Tien’ asero

“Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.”

Juan Ramón Jiménez, Platero y yo

13 de enero de 2009

Avatares del camino

El señor Rubim salió de su casa; muy temprano, a juzgar por su fijeza al mirar. Con su traje de seda; monóculo y albardas. Estaba cansado, la noche no resultó reparadora: puro en labios se durmió, cómo no. Sin embargo, hinchando pulmones en resorte, apoyado en el sillín, subió de un respingo al vehículo; velocípedo para los entendidos, giroscopio para sí. "Qué tarde se le hacía, su jilguero había de regar". "Morirá de hambre, morirá de hambre", le decían sus inseparables chinches y piojos, amiguitos y acompañantes, desde la tierna infancia ya. Pero el camino se le hacía temperamental y apacible. Ay, ay. Qué será...

Invocaciones disonantes

oh, Velocípedo, si mi inteligencia discursiva o dianoia fuera capaz de albergar algún día tal lógica como la razón del arlanzón y sus aguas, que nunca se confunden, sino que son confundidas, res gestae del hombre, gran depredador... Si la lonxa de peixes estuviera vacía, y esos pescadores cuyas barcas están repletas de humus, humo y homo por doquier, que libres de toda culpa sufrirían los agravios de sus compatriotas, de los humanos, mirasen la mar con lágrimas saladas en los ojos... Si el viaje de los comediantes fuese infinito, y todas las curiosidades de nuestro omnipresente planeta, realidad y ficción, hubieran visto; y la res gestae sin contaminar, de la creatividad, de la heurística, tuviese sus días contados... Ay, si los crímenes con historia se convirtieran en historia de crímenes a troche y moche, y resurgiese el folletín negro, recién salido del baptisterio, con truculentas historias que hacen de la vida y muerte un juego... Si la cultura rock fuese un movimiento imperecedero, que todo lo puede y todo lo auna, con ensordecedoras evoluciones o canciones de cuna cósmica que arropen al niño de hospicio o inclusa... Si esos teatrópodos y otros bichos de farándula, comediógrafos y afines para más señas, vislumbraran un amanecer despejado, y el Siglo de Oro volviera a reinar, como dueño y señor bailando un hulahop sin comicidad alguna... Si la res gestae fuese una ilusión, una homeóstasis de la vorágine, el gelatinobromuro de plata con el que alguien plasma sus ociosos designios divinos, y los aeronautas oníricos estuviesen de capa caída, sin historia, sociedad y drogas que les levante la cabeza... Si sentir y soñar fuese poesía, y todos los días efemérides de un gran poema, que no elegía, sobre el que recostarnos, recordar y sonreír, sin tempestades distantes y desesperada saudade...

21 de octubre de 2008

...

Al cabo de un rato volvió a acariciarme la oreja y me preguntó en qué estaba pensando.

- En lo mismo que tú -le contesté, para hacerme un poco la romántica.
- Pues eres una guarrindonga -dijo-, porque estaba pensando en darte por el culo.

Estoy segura de que soltó esa marranada sólo para hacerse el gracioso, así que no quise echárselo en cara. Luego le confesé que no sabía muy bien en qué estaba pensando, pero que me sentía muy a gusto.

- Yo también me siento muy a gusto -dijo en voz baja, como si le diese vergüenza reconocerlo.


El crimen del cine Oriente, Javier Tomeo

20 de octubre de 2008

87

Darlene se acarició las tetas, enseñándonoslas; sus ojos luminosos relucían con la plenitud del sueño, sus labios estaban húmedos y abiertos. Entonces se giró rápidamente y agitó su esplendido trasero delante nuestro. Los adornos saltaban y flasheaban entre destellos, enloquecían, centelleaban. Los focos temblaban intermitentes en el paroxismo, danzando como astros desorbitados. La banda tocaba una música frenética, desenfrenada. Darlene vibraba como una poseída. Se quitó la braguita enjoyada. Yo miré, todos miraron. Pudimos ver los pelos de su coño a través de la braga de malla color carne. La banda la estaba sacudiendo de verdad, sus nalgas parecían el corazón vivo del mundo.

Y a mí no se me pudo poner dura.



Factotum, Charles Bukowski

11 de octubre de 2008

Domingo 24 de febrero

No hay caso. La entrevista con Vignale me dejó una obsesión: recordar a Isabel. Ya no se trata de conseguir su imagen a través de las anécdotas familiares, de las fotografías, de algún rasgo de Esteban o de Blanca. Conozco todos sus datos, pero no quiero saberlos de segunda mano, sino recordarlos directamente, verlos con todo detalle frente a mí tal como veo ahora mi cara en el espejo. Y no lo consigo. Sé que tenía ojos verdes, pero no puedo sentirme frente a su mirada.

La tregua, Mario Benedetti