22 de julio de 2008

"Palestina",Pedram Harby ("Contemplemos nuestro mundo. Al final todos somos iguales..." )


Preámbulo ("Cuentos de Eva Luna", Isabel Allende)

Te quitabas la faja de la cintura, te arrancabas las sandalias, tirabas a un rincón tu amplia falda, de algodón, me parece, y te soltabas el nudo que te retenía el pelo en una cola. Tenías la piel erizada y te reías. Estábamos tan próximos que no podíamos vernos, ambos absortos en ese rito urgente, envueltos en el calor y el olor que hacíamos juntos. Me abría paso por tus caminos, mis manos en tu cintura encabritada y las tuyas impacientes. Te deslizabas, me recorrías, me trepabas, me envolvías con tus piernas invencibles, me decías mil veces ven con los labios sobre los míos. En el instante final teníamos un atisbo de completa soledad, cada uno perdido en su quemante abismo, pero pronto resucitábamos desde el otro lado del fuego para descubrirnos abrazados en el desorden de los almohadones, bajo el mosquitero blanco. Yo te apartaba el cabello para mirarte a los ojos. A veces te sentabas a mi lado, con las piernas recogidas y tu chal de seda sobre un hombro, en el silencio de la noche que apenas comenzaba. Así te recuerdo, en calma.

Tú piensas en palabras, para ti el lenguaje es un hilo inagotable que tejes como si la vida se hiciera al contarla. Yo pienso en imágenes congeladas en una fotografía. Sin embargo, ésta no está impresa en una placa, parece dibujada a plumilla, es un recuerdo minucioso y perfecto, de volúmenes suaves y colores cálidos, renacentista, como una intención captada sobre un papel granulado o una tela. Es un momento profético, es toda nuestra existencia, todo lo vivido y lo por vivir, todas las épocas simultáneas, sin principio ni fin. Desde cierta distancia yo miro ese dibujo, donde también estoy yo. Soy espectador y protagonista. Estoy en la penumbra, velado por la bruma de un cortinaje traslúcido. Sé que soy yo, pero yo soy también este que observa desde afuera. Conozco lo que siente el hombre pintado sobre esa cama revuelta, en una habitación de vigas oscuras y techos de catedral, donde la escena aparece como el fragmento de una ceremonia antigua. Estoy allí contigo y también aquí, solo, en otro tiempo de la conciencia. En el cuadro le pareja descansa después de hacer el amor, la piel de ambos brilla húmeda. El hombre tiene los ojos cerrados, una mano sobre su pecho y la otra sobre el muslo de ella, en íntima complicidad. Para mí esa visión es recurrente e inmutable, nada cambia, siempre es la misma sonrisa plácida del hombre, la misma languidez de la mujer, los mismos pliegues de las sábanas y rincones sombríos del cuarto, siempre la luz de la lámpara roza los senos y los pómulos de ella en el mismo ángulo y siempre el chal de seda y los cabellos oscuros caen con igual delicadeza.

Cada vez que pienso en ti, así te veo, así nos veo, detenidos para siempre en ese lienzo, invulnerables al deterioro de la mala memoria. Puedo recrearme largamente en esa escena, hasta sentir que entro en el espacio del cuadro y ya no soy el que observa, sino el hombre que yace junto a esa mujer. Entonces se rompe la simétrica quietud de la pintura y escucho nuestras voces muy cercanas.
- Cuéntame un cuento –te digo.
- ¿Cómo lo quieres?
- Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie.


Rolf Carlé (personaje de la novela Eva Luna)

Una mujer desnuda y en lo oscuro

Una mujer desnuda y en lo oscuro
tiene una claridad que nos alumbra
de modo que si ocurre un desconsuelo
un apagón o una noche sin luna
es conveniente y hasta imprescindible
tener a mano una mujer desnuda.

Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera un resplandor que da confianza
entonces dominguea el almanaque
vibran en su rincón las telarañas
y los ojos felices y felinos
miran y de mirar nunca se cansan.

Una mujer desnuda y en lo oscuro
es una vocación para las manos
para los labios es casi un destino
y para el corazón un despilfarro
una mujer desnuda es un enigma
y siempre es una fiesta descifrarlo.

Una mujer desnuda y en lo oscuro
genera una luz propia y nos enciende
el cielo raso se convierte en cielo
y es una gloria no ser inocente
una mujer querida o vislumbrada
desbarata por una vez la muerte.

Mario Benedetti

19 de julio de 2008

El agua (tercera parte)


Presas (energía hidroeléctrica)

Las presas provocan cambios en el caudal del río y en las fluctuaciones estacionales. En primavera el agua del deshilo es retenida para satisfacer nuestra necesidad de calefacción en invierno, provocando en el río una escasez de agua que supone un fuerte impacto ecológico. Además el limo no es transportado, se estanca en la presa y no es sedimentado en los deltas, llegando a provocar su propio colapso, debido al exceso de sedimentos de su fondo.

Estas infraestructuras destruyen los espacios de tierra fértil al coparlos con sus aguas; no compensa causar un impacto tal, ni con la energía generada. Las personas (pueblos enteros) quedan desplazadas, provocando un desarraigo injusto y execrable.


Asimismo existen otras consecuencias más recónditas, como la putrefacción de los árboles que quedan en el fondo de las presas por su excesivo coste de tala y su considerable expulsión de metano a la atmósfera.

Existen muchas empresas, sobre todo extranjeras, que se lucran con estas lides. Otras, además de lucrarse, se aprovechan: construyen presas en países menos desarrollados como si fueran una fuente de riqueza, pero luego no beneficia al pueblo, sino a las industrias ávidas de energía (minería, siderurgia,…); además resultan poco reentables.

Cuando el sector energético estudia nuevos proyectos para hacer frente a la demanda no se tienen en cuenta posibles estrategias de ahorro de energía que pudieran afectar tanto a productores como usuarios, sino que tira para adelante, destruyendo todo lo que se interpone en su camino. Ahorrar es el mejor medio para satisfacer la demanda de energía sin tener que aumentar su producción: es más barato y lícito ahorrar que construir una central hidroeléctrica. La energía hidroeléctrica no es una energía limpia e inocua, como se ha hecho pensar.
La clave del ahorro de energía es utilizar la energía adecuada para el fin adecuado. Consumimos la mayor parte de la energía indirectamente en aquello que compramos. Debemos basar nuestro consumo, y por tanto nuestro consumo de energía, en recursos renovables. En el cubo de basura podemos encontrar numerosos envases que suponen un despilfarro de energía.

Puede resultar negativo aumentar la demanda de energía, aunque sea por vías renovables, ya que la acción humana que precisa energía y la destrucción se corresponden: mayor energía, mayor destrucción. No debemos creer que estamos por encima de la naturaleza, que nos pertenece y podemos destruirla para mantener nuestro banal y prosaico estilo de vida.


Demanda de la industria

Aproximadamente el 23% del agua consumida en el mundo es utilizada por la industria, cuya cuota de consumo nacional se suele considerar un índice de industrialización. La mejor solución para disminuir este consumo, literal, ya que deja el agua prácticamente inservible, sería reciclar el agua, reutilizarlo varias veces, tantas como sea posible. No es normal que las industrias que ya no pueden ni utilizar el agua del río por lo contaminada que está extraigan agua del subsuelo, mientras que el agua para beber provenga de depuradoras. Por ejemplo, la industria del papel con reciclado de agua consumiría una media de 1,1 litros por kg. y sin reciclado 250 litros por kg. O la industria minera que emplea y contamina cantidades ingentes de agua.

Esto es especialmente preocupante en países menos desarrollados, ya que muchas empresas del hemisferio septentrional se trasladan allí e imponen las mismas condiciones nefastas de los medios de producción, o incluso peores por falta de restricciones, sin tener en cuenta que en muchos de estos países los ríos son fuente de agua potable y los medios para depurar el agua quedan fuera de sus posibilidades económicas y tecnológicas.

Las políticas medioambientales que se limitan al tratamiento de las aguas residuales no van a resolver nunca estos problemas, ya que hay sustancias de las que nada se sabe y son imposibles de tratar. Por tanto, las aguas residuales no deberían salir del emplazamiento de la fábrica, formando un circuito cerrado en el que el agua se trata, se reutiliza y se vuelve a tratar; todo lo que acabe en el agua corriente debe ser degradable. Este sistema ya funciona en muchas empresas (papeleras, siderurgias, textiles).

Los residuos industriales sólidos acaban en enterramientos que contaminan el agua subterránea o en vertederos terrestres en que los incineran junto con otros residuos, hacinando el polvo y la ceniza en más vertederos, los cuales se están convirtiendo en un problema por su rápido crecimiento y necesidad de expansión. Para evitar la profusión de vertederos es necesario aplicar un sistema de gestión de basuras basado en las tres erres: reducción, reutilización y reciclaje.


El agua en España

Los problemas que presenta nuestra gestión del agua son similares a los del resto del mundo: aumento del consumo, diferente disponibilidad según las cuencas, creciente contaminación, salinización de las aguas subterráneas, etcétera. Todo ello provoca conflictos entre regiones, sectores económicos y sectores sociales.

La planificación hidrológica ha ignorado el factor ambiental de los tres principios básicos de la Ley de Aguas: el agua es un bien de dominio público de titularidad estatal, es imprescindible la planificación hidrológica para satisfacer las demandas de agua y la disponibilidad de agua debe lograrse sin degradar el medio ambiente.

El cambio climático esta afectando gravemente a la península, sobre todo a la región mediterránea, donde se dan períodos largos de sequía y lluvias intensas en poco tiempo. En muchos lugares el consumo de agua es superior al agua disponible, pero a pesar de ello la construcción indiscriminada de campos de golf y piscinas unifamiliares continúa. En España el consumo de agua es altísimo, a pesar de contar con un clima semiárido. La planificación debe estar en consonancia con las nuevas demandas sociales de respeto al medio natural y las mejoras tecnológicas que permiten reducir la demanda, evitando así las obras de gran impacto, como los embalses. Los bosques y riberas (sotos) son necesarios para la regulación del agua (además evitan las inundaciones, la erosión, las crecidas): el mejor embalse es el bosque, por ello es básico preservarlos.

El 80% del consumo de agua va a parar a la agricultura, por lo que la política de aguas debe tener en cuenta la política agraria. Ésta debe solventar sus deficiencias, como los sistemas de riego que son poco eficaces: el riego a manta (horas de alta evaporación) o el riego de árboles para la obtención de madera, o la utilización de fertilizantes y plaguicidas perniciosos. La contaminación de aguas subterráneas va a ser la herencia más problemática para las generaciones futuras, ya que es especialmente grave por la escasa capacidad de autodepuración de las mismas.

La gestión sostenible del agua radica en la agricultura, por lo que cabe preguntarse si, hasta desde un sentido económico, merece la pena un gasto del 80% de agua para 1,4% de PIB.

La precipitación media anual es de 650mm (l/m²), pero en la cuenca del Segura, por ejemplo, es de 380mm aproximadamente, esto supone un desequilibrio hídrico entre la España seca y la España húmeda. Existe una gran variabilidad de climas en nuestro país y, por tanto, las necesidades de agua son muy variadas. El déficit de agua en muchas provincias supone la puesta en práctica de medidas extremas, como la construcción de embalses o trasvases, medidas que provocan conflictos, ineficacia e impacto ambiental. El agua excedentaria para traspasar de una cuenca a otra no existe si se tiene en cuenta las necesidades ecológicas del río, por tanto no es plausible la construcción de trasvases. La agricultura debe ser compatible con el medio ambiente (agricultura ecológica), por ello es necesario aplicar cada tipo de cultivo al clima y a las condiciones edáficas que le corresponden.

Es necesario proteger los ríos, no basta con la superchería de mantener el caudal ecológico (cantidad de agua capaz de sostener la vida natural del río). En España no existe la figura del río protegido (parque nacional a lo largo del curso de un río) y más del 33% de las aguas fluviales están contaminadas. Hace menos de 30 años y hasta hace relativamente poco las playas de los ríos españoles servían de zonas de recreo y baño incluso en las grandes ciudades, pero ahora…
La industria, la gran contaminadora, debería aplicar medidas preventivas, en vez de soluciones ineficaces como depuradoras, filtros o incineradoras, que lo único que hacen es trasladar el contaminante de un medio a otro.
También es necesario separar las aguas residuales de las urbanas; así como evitar su gasto innecesario. Se debe cambiar el chip y planificar la demanda de agua, no la oferta.

Cualquier manipulación en gran escala de ríos, lagos y aguas subeterráneas pondrá en peligro el equilibrio de un sistema que es la base misma de la supervivencia humana.

El topo y otros animales

Ciertos animalitos
todos de cuatro pies
a la gallina ciega
jugaban una vez.

Un perrillo, una zorra
y un ratón, que son tres
una ardilla, una liebre
y un mono, que son seis.

Éste a todos vendaba
los ojos como que es
el que mejor se sabe
de las manos valer.

Oyó un topo la bulla
y dijo: "Pues pardiez
que voy allá, y en rueda
me he de meter también".

Pidió que le admitiesen;
y el mono muy cortés
se lo otorgó (sin duda
para hacer burla de él).

El topo a cada paso
daba veinte traspiés,
porque tiene los ojos
cubiertos de una piel;
y a la primera vuelta,
como era de creer,
facilísimamente
pillan a su merced.

De ser gallina ciega
le tocaba la vez,
y ¿quién mejor podía
hacer este papel?
pero él con disimulo
por el bien de parecer
dijo al mono: ¿Qué hacemos?
Vaya, ¿me venda usted?

Si el que es ciego y lo sabe,
aparenta que ve,
quien sabe que es idiota,
¿confesará que lo es?

2 de julio de 2008

La mariposa (Medardo Fraile)

Hacía un momento que habían entrado en el piso. Al llegar encendieron tres o cuatro cuartos y aún estaban con luz. Las ventanas aparecían entreabiertas y las persianas inmóviles. Fuera se veían luces de colores, lejos; llegaba un rumor impreciso de vehículos, de anuncios, de multitud frotándose, que ahondaba el silencio de la casa. Él se sentó. El tiempo, en ese instante, le pareció inmenso. Como si la respiración o los latidos del pecho no contaran. Se sumergió en la luz verde, sedante, de una lamparita y estiró las piernas. Ella estaba fuera del cuarto dejando unos paquetes, refrescándose, recogiéndose el pelo, metiendo unas flores en un jarrón. Notó él un bienestar hondo, suave. El domingo se iba. Había estado tomando el sol, había respirado el aire del campo y ahora dormiría profundamente. En otro tiempo, a esta hora de vuelta, deseaba otras cosas: ir a beber unas copas con matrimonios amigos, oír música fuerte que lo llenara todo, aturdirse charlando, bailando, mirando, riendo, hasta las dos o las tres de la mañana. Ahora la cama le devolvería ese aspecto ajustado, tranquilo, terso, que buscaba ante el espejo por las mañanas para estar a gusto consigo mismo. Ella entró en la habitación y dejó unos frascos vacíos en el armario, diciéndose en voz alta que tenía que hacer alguna cosa esta semana. “Recuérdamelo”. Y salió. Como si abrieran y cerraran una puerta lejos llegó y se fue una música ensoberbecida, estridente. Esta irrupción le removió un poco, le hizo respirar hondo, sentir una insatisfacción repentina y el cuarto en seguida le pareció recargado de cosas, estrecho, falto de aire y la luz verde, que antes le agradaba, le resultó egoísta, mezquina, e hizo de nuevo el propósito de instalar en toda la casa otra luz. Una luz que desnudara todo llamándolo por su nombre. Miró a su alrededor. Los muebles eran oscuros. De alguno de ellos saldría un buen ataúd. Y había retratos, colados subrepticiamente, que se habían aposentado allí con el tiempo, como lo hacen las pavesas o el polvo. Sin derecho de sangre para estar allí, sin saber quiénes eran realmente, de dónde venían, a qué emoción o momento debían el hospedaje. ¿Quiénes eran esos caballeros, seguramente ilustres? Y, sobre todo, a él qué le importaban. En un rinconcito, bajo un espejo, estaba Rodolfo Steiner con ojos de brasa y, poco más allá, Elena Blavatsky y Ana Bessant. La flor y nata de la Teosofía. Esto explicaba un poco todo lo demás. Pero allí nada podía explicarse del todo. Ella, ¿cómo era? Diariamente se lo preguntaba a sí mismo. Muy delgada, pálida, presta a devanarse, a debilitarse casi, en una serie, deshilvanada a veces, de pensamientos. Inquieta, sujeta, en ocasiones, a un terror momentáneo, que la sacudía y cruzaba. Con incuestionable fe en las señales etéreas o astrales, en presagios, corazonadas, “mensajes”. Creía prestar su voz y su lengua muchas veces a inaprehensibles seres del Más allá. Lo “conocía” luego. Pero hoy todo había transcurrido con normalidad. Desde por la mañana ella había sido una bendita persona normal, corriente. Ahora tomarían algo antes de acostarse y luego se echarían, con algún periódico, o hablarían, o estarían tranquilos, callados, esperando el sueño, unidos por una mano más que amorosa predestinada. Volvió a sentirse a gusto. Y deseó verla, que ella estuviera allí, decirle alguna frase de humor afectuosa, ir al lado suyo para moverse en la casa junto a ella, o, en fin, cambiarse la ropa, apagar las luces, andar por las habitaciones, hacer algo. Tenía la impresión, muchas veces, de ir demasiado lejos cuando pensaba en ella. De ser injusto o brutal o las dos cosas. Pero la cabeza siempre iba más lejos que las piernas, las manos o el corazón. En ella reside nuestra libertad. Era imposible evitarlo.

Se levantó. Giró para apagar y vio que algo revoloteaba en el aire. Apagó y se dirigió a la puerta. “Una mariposa de luz”, pensó. Se paró. Estuvo quieto, de pie, un instante. Volvióse de nuevo y encendió. ¿A qué venía ahora esa mariposa, de pronto? Vio cómo atravesaba, de un lado a otro, con incertidumbre angustiosa, el silencio confortable del cuarto. Se sentó. Ahora no era el momento de salir. Temía que ella entrara. Podría ver ese animalillo de alpaca que rubricaba sentencias en el aire de su habitación, que llegaba resuelto a trascender sus vidas, tranquilas hoy, normales, milagrosamente. Había llegado allí desde un aire pesado, oscuro, atraída por la luz cálida y suave. ¿Qué traía este animalillo torpe, ciego, que parecía dejarse matar porque lo vieran? ¿Qué alma le enviaba? ¿Y por qué ahora, en esta paz, en este grato silencio, en esta casi felicidad? No era posible que sirviese para otra cosa que no fuera avisar. Pero, ¿el qué? Chocó con la cabecera de la cama, ascendió rozando la pared pesadamente y se quedó revuelta, palpitante, en el techo. Si ahora entraba ella y la veía, los silencios, el tranquilo domingo, las palabras y el cuarto se llenarían de magia. La mariposa no volaría ya: se expresaría volando, posándose. Un ignoto, aromado mundo de fantasmas se manifestaría por sus alas de cirio con vehemencia macabra hasta rompérselas. Y había sido un día de peso, con fuerza de gravedad, con palabras de un solo significado, sencillas, sólidas; con el sol en lo alto, con el aire templado, alegre; con la comida sabrosa, buena. Un día solamente humano, a ras del mundo. Una maravilla. Un milagro. Se levantó. No permitiría hoy el morbo de aquella mariposa. Le iba en ello el recuerdo sano, redondo, de un día, la paz aún de unas horas. Arrojó con fuerza su pañuelo al techo varias veces. La mariposa cayó sobre la cama. La echó al suelo de un manotazo. La pisó. Luego, con el pie, la empujó debajo de la cama, no dejó ni rastro de su polvo dorado. Se sentó. Esperaba algo. No sabía qué. Le parecía haber abierto y leído una carta que no iba dirigida a él, haber aniquilado brutalmente lo que no entendía, haberse puesto en el camino de otro. Le pareció que los retratos de miraban más. ¿Había sólo matado una mariposa o había matado algo de su mujer, lo escatológico, lo ultraterreno, su mitad oscura? Se dirigió resuelto a la ventana. Alzó la persiana con ruido, rápido, hasta arriba; cambió de sitio unas cuantas revistas, encendió un aplique, justo al espejo. Quería cambiar “de postura” a la habitación, echar tierra encima. Entraba un airecillo confiado, cálido. Se quitó la americana y salió del cuarto. Ella ponía la mesa. Ensimismada, tranquila. Se acercó él despacio y le rozó el cuello con un beso por haberle hurtado, matado, la mariposa.