31 de octubre de 2010

Ciencias sociales y demás asuntos en la postmodernidad

Hace poco, rebuscando entre los papeles y apuntes desperdigados de mi habitación encontré unas anotaciones extraídas de una monografía acerca del Siglo de las Luces que resultan bastante oportunas para la cuestión que quiero plantear: “… No hay ni Bueno ni Malo. Todo carece de sentido, post-modernidad a la vista-… Los grandes temas, como la religión, el progreso, la nación, la ciencia, la emancipación… los da por ventilados… Sobrevive el pluralismo o mejor, la Anarquía de valores y de lenguaje…” La post-modernidad revienta alegremente, como un W. S. Burroughs desbocado, todos los ejes de nuestra civilización, convierte los asideros del hombre en cenizas. Una conjura se cierne sobre nuestros proyectos, sobre todo aquello en lo que antaño solíamos confiar –bueno, yo no porque he llegado tarde, lo digo porque algo de eso he visto por ahí-. Post-estructuralistas y deconstruccionistas arrasan todo a su paso como sanguinarios jinetes de Atila. Por donde pasan, sólo crece la duda, la sospecha, la relatividad más salvaje, y por ende, la nada. ¿Qué margen otorga la “differánce”, el “rizoma” o el “simulacro” al conocimiento social? Escuchemos a Leonard Cohen: “pues todo tiene grietas, pero por ellas entra la luz”.


Un matiz en la interpretación del párrafo anterior puede abrir innumerables posibilidades en cualquier investigación, y además, situarnos de lleno en una de las problemáticas claves de las ciencias sociales en la actualidad: la teoría del giro lingüístico. Las descarnadas páginas de W. S. Burroughs, quien consideraba el lenguaje como la mayor “cárcel del ser humano”, su prosa corrosiva y genial, parece traslucir buenas dosis de inquina destructiva, sin embargo, la “propuesta” de los grandes teóricos de la post-modernidad es netamente diferente. Nadie se va a inmolar dentro de la celda, simplemente se limitan a desenroscar los tornillos sobre los que se anclaban los barrotes, tornillos que estaban sueltos desde el principio.


El epistemólogo francés Ernst Cassirier en su obra La Filosofía de las Formas Simbólicas” advertía que la diferencia entre “mito” y “ciencia” no sería más que la sutileza con que esta última reflexiona sobre los conceptos que utiliza para dar sentido racional a la realidad. La práctica histórica, psicológica, sociológica, etc, sea cual sea el método –y su validez- que utilice en su investigación y en su proceso de adquisición de conocimiento –con mayores o menores pretensiones de verdad- desemboca inevitablemente en la exposición del mismo a través de un sistema semiótico (esencialmente el lenguaje, aunque ahora se incorporan elementos audiovisuales e interactivos…) que funciona en base a la articulación de sus tres elementos: significante, significado y referente. El problema llega ahora: un referente a menudo clave en este tipo de ciencias, el pasado, no existe. Por otro lado, ¿cómo acercarse a la realidad presente? Por todo ello se pretende dotar de la presencia del mismo/a a lo que no es sino el significante, tradicionalmente los libros. Pero la cuestión se vuelve si cabe más compleja. La teoría del giro lingüístico viene a quebrar de la mano de Saussare y Derrida, principalmente, la relación que antes se establecía entre las piezas del triángulo semiótico. El lenguaje pierde su facultad agustiniana de representar la realidad y por ejemplo la historia, apenas queda reducida a un melancólico juego –utilizando el concepto de Wittgenestein- de palabras ¿vacías? Una fantasía, una fábula que deambula ajena a su propia naturaleza por los pasillos de museos virtuales. A pesar de ello, ¿acaso no se puede abrir un horizonte inmenso?: más allá de la legitimación, de la justificación y de la verdad. Y es que, Lyotard, Deleuze o Derrida .-culminando el camino de los filósofos de la sospecha y Heidegger- centran sus ataques contra la metafísica de la historia occidental desvelada como una descabellada y salvaje ficción asentada sobre ídolos y mitos excesivamente poderosos. Mitos que son desmontados con las mismas herramientas con las que fueron construidos. Lo peligroso de la post-modernidad no es su afán destructivo sino que quizá su descripción de la sociedad se haya materializado hace tiempo. Las ciencias sociales han de asumir su espacio y papel en la nueva sociedad post-moderna conscientes de sus límites y con ello, de la inmensa cantidad de puertas que se pueden abrir. En palabras de Julio Cortázar, Rayuela: “Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura…”


“…La razón diálogica… que se comunica y converge en la Koiné de una índole hermenéutica (y nos lleva H. G. Gadamer): ser texto de inagotables lecturas, al modo de la obra de arte que siempre se sabe ser interpretación racional… La verdad, así, renuncia a imponerse de modo autoritario y perentorio de las ciencias indiscutibles y radicaliza la crítica de toda pretensión dogmática, rigurosamente contextualizada…haciendo sitio a la pluralidad de las razones…” Mª Teresa Oñate en El nacimiento de la filosofía en Grecia. Inicio al origen de Occidente nos sitúa en todos aquellos pasados-presentes humanos olvidados que remiten a lo otro (de la mano de M. Foucault) a aquello dis-armónico con el patrón racional unívoco occidental. La práctica histórica se encuentra comprometida con la búsqueda, desde las ciencias sociales en su conjunto –como ya hiciese la Esc. de Francfort-, de un sentido de la historia que se proyecte hacia el futuro de forma viable y de bucear en las propias condiciones que hacen posible la labor investigadora en la actualidad como si de una arqueología del saber se tratase. Tales aspiraciones totalizadoras fueron duramente criticadas por Karl Popper quien rebajó a la historia a saber de segunda categoría. No hiere mi orgullo. Me jode que tenga el valor de jerarquizar algo que pululaba por ahí antes de que él naciese. A la vez, privilegió un desarrollo científico-técnico que se ha constituido como único fundamento y creador de toda realidad y que se mueve exclusivamente en variables de cálculos numéricos y económicos. Sus beneficios menguan cada día más en un contexto arrasado.


No es una cuestión de esgrimir u hondear nuevos y mejores conocimientos, sino de ver la practicidad de los mismos, la capacidad de transformar la realidad, de acaso atisbar que no es lo mismo saber explicar el movimiento de rotación terrestre que interconectar el mundo a través de teléfonos móviles. La cuestión deja de ser aséptica. Me refiero a una practicidad eminentemente negativa e impulsora de la desigualdad más atroz. Como ciertas cosas que pasan por ahí, por ejemplo Darfur.


Y no sólo eso, sino preguntarnos cómo soy capaz de pronunciarlo sin ningún tipo de dolor ni remordimiento, cómo he llegado a creer que soy un tipo autónomo e independiente –yo personalmente elijo mi estilo de música favorita- que poco o nada tiene que ver con todo aquello. Cómo cojones por el mero hecho de pensar que soy buena gente tengo huevos de decir: Darfur y mezclarlo con citas de libros que no me he acabado de leer. ¿Por qué allí hay muerte sistemática y aquí se ha conseguido transformarla en un accidente? ¿Están ambas muertes relacionadas? Igual Darfur no existe. Yo personalmente sólo lo he visto por el telediario y éstos ¿no hacen más que mentir? Ah, no. A veces sí. Depende. Me voy a poner mi neutral cazadora en mi neutral habitación para dar un paseo por mi neutral calle que nada tiene que ver con las putadas que pasan por el mundo –o por la misma calle-. Ah, no. A veces sí. Depende.


Tengo la sensación de empatizar más con el dr. Richard Kimble en el Fugitivo que con cualquiera de las personas marginadas de nuestro way of life, (por cierto, recordar a modo de ironía que estamos cada vez más enfadados por americanizarnos). Si les respetamos tanto, ¿por qué les matamos? Ah, no. A veces sí. Depende.


La necesidad de algo –no sé qué- es manifiesta.



D.D.M.



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