Abandonada a su propia inclinación, la masa, sea la que sea, plebeya o “aristocrática”, tiende siempre, por afán de vivir, a destruir las causas de la vida. Siempre me ha parecido una graciosa caricatura de esta tendencia a propter vitam, vivendi perdere causas, lo que aconteció en Níjar, pueblo cerca de Almería, cuando el 13 de septiembre de 1759 se proclamó rey a Carlos III. Hízose la proclamación en la plaza de la villa. “Después mandaron traer de beber a todo aquel gran concurso, el que consumió 77 arrobas de Vino y cuatro pellejos de Aguardiente, cuyos espíritus los calentó de tal forma, que con repetidos vítores de encaminaron al pósito, desde cuyas ventanas arrojaron el trigo que en él había, y 900 reales de sus Arcas. De allí pasaron al Estanco del Tabaco y mandaron tirar el dinero de la Mesada y el tabaco. En las tiendas practicaron lo propio, mandando derramar, para más authorizar la función quantos géneros líquidos y comestibles havía en ellas. El Estado eclesiástico concurrió con igual eficacia, pues a voces indujeron a las Mugeres tiraran quanto havía en sus casas, lo que ejecutaron con el mayor desinterés, pues no quedó en ellas pan, trigo, harina, zebada, platos, cazuelas, almireces, morteros, ni sillas, quedando dicha villa destruida.” Según un papel del tiempo en poder del señor Sánchez de Toca, citado en Reinado de Carlos III por don Manuel Danvila, tomo II, pág. 10, nota 2. Este pueblo, para vivir su alegría monárquica, se aniquila a sí mismo. ¡Admirable Najar! ¡Tuyo es el porvenir!
José Ortega y Gasset
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