Esta mañana me he encontrado a un hombre junto al río Kuma, cubierto por la nieve. Todavía respiraba, pero estaba más muerto que vivo; quizá esperando que le hicieran hueco. Lo llevé a mi humilde
mukeleng. No se liberaba del implacable invierno, eso que he empleado todos los resortes a mi alcance: calor, tisana al samovar… No había nada que hacer, a las pocas horas murió.
Le quité las ropas del cercano
gulag Perm-36, del que se habría escapado, y lo enterré. Pronuncié el mejor responso que un pobre
mujik puede expresar, por su alma y por la de todos los rusos.
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