10 de octubre de 2010

¿Si me pinchas, sangro?

A menudo me cuestiono sobre mi parcial, o entera, insensibilidad, es difícil precisarlo. Reflexiono brevemente buscando el origen; unas veces susceptible, otras hermético, intraspasable. En seguida llego a la conclusión: soy producto de una sociedad avanzada, llena de artificios o inventos del hombre, antinatural y hedonista. ¿Qué puedo hacer? ¿Puedo luchar contra “mi destino”?... Es fácil rendirse –o resignarse, si se prefiere–, arguyendo que “así son las cosas, qué le vamos a hacer”; lo difícil es vislumbrar el camino y perseguirlo –y más a estas alturas–, porque es escurridizo, huidizo, sólo visible a los más íntegros.

La impotencia de sacar mis sentimientos a flote me desborda; me siento incapaz, incapaz pero consciente, lo que carga una losa más sobre mi espalda. Sigo adelante sin pensarlo demasiado, jalonando mi andadura de actos honestos –y otros no tan honestos–, pero sin sentir apenas nada: pequeñas chispas que crepitan ahogadamente sin llegar a hacer fuego… Pienso en lo que tiene que costar convertirse en un ser emocional a mi edad; desprovisto en mi niñez de experiencias indefectibles para desarrollar esa capacidad, más vital que cualquier otra, encaro el futuro con no poco miedo e incertidumbre.

Además, todo esto me hace sentir culpable. Siento que no merezco muchas de las experiencias que, aunque no sepa apreciar en su última esencia, son el abrigo en el que me arrebujo, cubriendo mi aterido cuerpo, en medio de la tempestad. Intuyo las emociones, eso no lo puedo negar, pero siempre echo en falta algo: cierta emoción, cierto sentimiento. Sentir que no estoy solo ante esto o aquello, que me acompaña la sensación de vida que hace precisamente estar vivo, se ha convertido para mí en una odisea, en una meta hecha polvo, en un camino escarpado en las estribaciones del Himalaya, sin sherpa, equipo adecuado y preparación… No tiro la toalla, sino simplemente acierto al otorgar tanta dificultad a mi pretensión; como insuperables pueden resultar para cualquiera muchas cosas.

Carezco de la capacidad de análisis para tratar este tema en profundidad; tan sólo lo suelto, lo escupo, como algo con lo que me atraganto una y otra vez sin saber qué es. Puedo conocer de dónde viene y a dónde va, eso sí, pero no quiero darle muchas vueltas, simplemente quiero vivir dignamente, sin atormentarme cada dos por tres con esta tara, mal endémico, posiblemente, de gran parte de nuestra sociedad, que no conoce y debería conocer –puede equivocarme, claro está, pero como todo el mundo tengo prejuicios y esos rostros no me transmiten nada bueno–. Quizá suene paradójico esto de no pensarlo pero querer encontrar la solución, sin embargo intento seguir unas directrices claras, intuitivamente descubiertas y puestas en práctica, pero que me alejan poco a poco de todo esto de lo que estoy hablando sin contar nada.

¿Si una persona a tu lado llora, lloras tú? ¿Si una persona a tu lado ríe, ríes tú?... ¿Si te falta el aire, dejas de respirar?

No hay comentarios: