17 de noviembre de 2008

Corruptela

Las personas se corrompen fácilmente. Muy fácilmente. Es difícil mantenerse íntegro, corruptiófugo, imperturbable ante esos “agentes externos” que te pudren poco a poco. Por tanto, tuve que tomar una decisión. Yo sufro una gran indolencia, a escala superior, la definiría como el mayor lastre con que puede cargar un hombre, tanto que mis miras son limitadas, me explico: hago lo mínimo (y no me gusta que me llamen minimalista, pero sí misántropo), incluso en el terreno mental, con lo cual los pasos a seguir en una tarea, en mí, se reducen a uno, aunque suponga un conato de actividad. No puedo, no da mi condición de haragán para más. Mis silogismos funcionan así: si quiero un helado y tengo que ir a comprarlo, ya no quiero helado. Si estoy cansado y una ducha me iría de puta madre, pero tengo que ducharme yo, ya no estoy cansado. Si A es B, B es C, y D es C: D es… es…* me quedo in alvis antes de empezar a reflexionar. Mis sentimientos y emociones se solapan de este modo como estrategia de autodefensa, quedando como única cognición sincera mi desesperada inactividad. Por tanto, soy feliz con muy poco; incluso la apatía me hace cosquillas de vez en cuando, pero no sonrío exteriormente, ya que supone un desgaste físico… Bueno, a lo que iba. Como cuesta mucho pensar por sí mismo he decidido imitar, basar mi comportamiento en conductas observables, a primera vista, claro; lo que comporta que no sea yo mismo nunca. Y, llegados a este punto, os preguntaréis: ¿qué? Pues eso, he conseguido no existir, o lo que es lo mismo, la sublimación de mi ser, de mi idiosincrasia, de mi orgullo antiobrero. Ahora soy un extraño, un honrado ciudadano, consecuente consigo mismo, que ha salvado las dificultades que le imponían los constantes esfuerzos; mi mente: una tabula rasa continua, como una pizarra en que se escribe y se borra, se escribe y se borra…, lo único que queda al final es caliginoso e indefinido –como todo proceso, tiene desperdicios– . Sin embargo he observado ciertos efectos secundarios que no me han gustado un pelo. Un día y otro día, ante mis “sinceros” comentarios reaccionarios, oía risas. Al principio las despreciaba, pero poco a poco fui encariñándome con ellas, hasta convertirme en un socarrón descerebrado y autocrítico. Soy como “se dice” un pobre esnob vagabundo, pútrido –en vez de mordaz–, y tremendamente extravagante.

*Descodificación del silogismo: Si Dios (A) es amor (B), el amor (B) es ciego (C), y Steve Wonder (D) es ciego (C): Steve Wonder es Dios.

No hay comentarios: