15 de agosto de 2009

Ring. Una llamada telefónica

El teléfono no paraba de sonar. No quería cogerlo, seguro que era él… Llevaba dos días sin salir, sumido en una intranquilidad enorme, y no había recibido ninguna llamada. Ahora repiqueteaba en mi cabeza; sin poder sacármela del cuerpo, se convertía en una calva agonía. El tono variaba, su intensidad también; era como si, en vez de uno, fueran muchos teléfonos… Descendía y descendía, por un abismo junto con aquel hilo musical kafkiano… Mis ojos fijos en el artefacto inquisidor –había perdido todo rasgo reconocible, ¿para qué servía?, ¿era ésta su única función, o destrucción, mejor dicho?– llameaban, deseaban acabar, kaputt, aunque fuera conmigo mismo; sin compasión ni pena, no podía soportarlo por más tiempo… Volvía a sonar. Regularmente. En el intervalo entre llamada y llamada, había tres segundos de reloj: tic, tic, tic… El infierno se instalaba en la pieza. Una bruma seca me envolvía, un sudor frío me irritaba, y la vista se empavonaba con cada intento desafortunado de fijar la mirada. Cogí un reloj cercano, comprobé la periodicidad del denominado “teléfono”: las saetas se abotargaban…, finalmente se dirigían en sentido contrario, ¿qué? No, no podía ser, estaba sufriendo algún tipo de alucinación: lo tiré sin mucho tino contra el mueblebar, hecho añicos durante una de mis crisis precedentes… Sin remisión, volvía a sonar otra vez. Grr… Tic, tic, tic… Y otra vez… Grrr… Tic, tic, tic… Saqué las pilas, aun sabiendo a lo que me exponía. Pero, ¡¡volvía a sonar!!… Imposible. Una y otra vez. Mis uñas escarificaban la carne sin sentir nada. Estaba perdido, no tenía escapatoria… No sé cuánto tiempo había pasado cuando me tiré por la ventana; pero lamentablemente no conseguí deshacerme del infernal zumbido. Hasta hoy, 21 de abril, San Anselmo. (Anónimo)

No hay comentarios: