He visitado no pocas veces la catedral de burgos, recorriendo y admirando los primores de arte que encierra en sus gallardas naves, en su capilla del Condestable, donde todo es de suprema elegancia, en su claustro y altares, y los sufrimientos de inefable contento de la vida no me abandonan en ninguna parte de aquel magnífico edificio. Y no me avergüenzo de decir que jamás, en mis frecuentes visitas, perdí el encanto inocente de ver funcionar el infantil artificio del Papamoscas.
Prólogo a Vieja España, Benito Pérez Galdós
16 de agosto de 2009
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