11 de mayo de 2009

Septum pellucidum

Saqué todos los muebles del salón. Las mesitas y los tecnológicos también. Todo artefacto luminoso y planta terminal… Sólo quedaba el encalado rancio de modernidad apestosa. Y yo. Un solo cuerpo en medio de la nada. Lo imposible en la sala de experimentación. Luego de estar sentado, con las piernas cruzadas, sentí lo absurdo de la situación. Mi ropa. No era yo; seguía siendo otro. Me deshice de ella arrojándola por las rendijas. Volví a mi posición primordial. La mente vagaba como siempre. Tan sólo la agonía me separaba de la normalidad, a la que acostumbro alimentar con carne cruda. Estupideces me rondaban. “Banal, banal, banal…”. Decidí abrir los ojos. Ver la alegoría creada, fundirme en ella… La terapia no funcionaba. Si me sentía solo con todos aquellos muebles, imagínense ahora… Pasaron los días y aparecieron las cucarachas. Cada una que aplastaba era un delirio de placer, más visceral cuanto más chasqueaba. Las vibraciones subyugaban nervaduras y peristilos. Crac, qué maravilla de chasquido. El restallar de cada uno de sus pedacitos; el hallarme solo ante ese eco embriagador… Aunque había decidido no comer, la tentación era irresistible. La explosión sería igual en mi boca…Era insípida y viscosa. Sólo crujiente al principio.


Anónimo

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