1 de noviembre de 2009

-Muerto en vida- (15ª Entrega)

Viernes, 27 de octubre de 1995, Santiago de Compostela (1ªparte)

Hoy es el día –tiene que ser hoy-. Estoy harto ya de seguir una pista extraña, como si persiguiera a una sombra, o a un fantasma, mejor: sombra suena a alucinación y de momento loco no estoy, aunque podría; debo tener un espíritu fuerte.

Esta noche he vuelto a soñar, o más bien, he vuelto a acordarme de los sueños. No ha regresado el martirio onírico repetitivo de cuando estaba dentro de un ectoplasma expulsa fluidos, alegoría, creo yo, de toda la mierda que tengo dentro. No. Esta vez ha sido peor. He soñado conmigo mismo, por duplicado, y mi imposibilidad de destrucción –suena a superhéroe, pero no, más bien superjodido, diría yo-. Bueno, este es mi corto mental surrealista:

Entraba en un bar, era diferente, pero tenía la conciencia de que era el Tuto; me apoyaba en la barra, pedía algo y entablaba conversación con diversa gente. Me sentía joven y jovial, como si fuera otro, o quizá yo mismo, pero en otro tiempo. Al rato vislumbro a un tipo sombrío que está al final de la barra, tiene el abrigo y el sombrero puesto, me acerco a él, y le pregunto algo –no sé el que-, me contesta hoscamente, pero sigo insistiendo; él hace caso omiso a mi porfía y a mi presencia. De repente eleva el rostro y lo vuelve hacia mí: era yo mismo, aunque desvirtuado, desmejorado –cómo supongo seré ahora, cuando estoy borracho al menos-. Pero me quedo impertérrito –no sé por qué no me asusto-, y sigo sondeándole inútilmente. Entonces él –o yo, o cómo sea- comienza a despotricar contra mí, echándome en cara mil pestes, soltando injurias con cada espumarajo. Yo sigo impávido, sin mostrarme ofendido ni nada. Vuelvo a mi sitio y comienzo ha analizar a aquel tipo –sin percatarme de que somos iguales-. De súbito en mi cabeza empiezan a aflorar críticas encendidas como palomas echan a volar cuando cruzas una plaza mayor en época. En una rápida mutación, esas críticas, que parecen nacer de un conocimiento minucioso, e incluso real, del tipo sometido a estudio, es decir, yo, se convierten en insultos, calumnias y esputos lingüísticos, que cada vez se alzan en mí con mayor ira. Entro en cólera, el furor no me deja respirar; lo que ocasiona que todo comience a desmoronarse –la imagen es similar a una fotografía antigua quemándose lentamente-, las formas se contornean, todo se desfigura, los cuerpos comienzan a derretirse, todo desaparece poco a poco en una amalgama de formas imperfectas, abstractas, y colores difusos, desvaídos. La nada. Lo siguiente que se ve es el vacío –negro en este caso-. Pero, aparte de ello, hay algo más. Claro que hay algo más. Yo. Yo en un estado de privación sensorial en que sólo mi cerebro da señales de vida; o quizá solo ella, mi mente, mi psique, flotando; o… una voz que resuena con fuerza. No puedo precisar el qué, pero hay algo que recita: “no podrás morir, no podrás escapar”, y sigue: “no podrás huir de una vida cíclica y abominable”. Estas frases se repiten una y otra vez, una y otra vez… –no entiendo cómo no me han despertado; madrugando el día, me ha encontrado casi al revés en la cama, y las capas de fino blancor desperdigadas por la habitación-.

Una vez despierto, las recuerdo, las susodichas frases, y no puedo olvidarme.

Suelo interpretar mis sueños, y, aunque éste es sencillo, no lo destriparé ni descifraré; a nadie le gusta mirarse por dentro y descubrir un estercolero.

Salgo de la cama, me introduzco en el baño -estoy totalmente desnudo; no sé por qué-, me miro en el espejo. Ahí estás, ¿eh? Sombra de mi mismo, miasma encarnada, astuta suplantación. ¿Cómo te atreves a robarme la vida?

Vuelvo en mí. Siento miedo al observar objetivamente. No quiero perder la cabeza. Me doy cuenta de que sólo es mi propia imagen reflejada en un espejo –suerte que la raja que luce me ha arrancado de la fantasía, si no hubieran sido mis nudillos los que también la lucirían-. Me lavo la cara, mi cara. Me vuelvo a mirar. Observo detenidamente. Hay que ver lo dejado que soy, debería afeitarme un día de éstos.

No sé si ha sido mi “maravilloso” sueño, pero ni pizca de resaca: hoy no saco mis pastillas a pasear, espero que me perdonen.

He de coger ánimo, aguzar mis sentidos y matar el caso de una vez: una copita me vendrá bien –pa´calmar los rescoldos del sueño-.

Camino al mueblebar, descubro una carta junto a la puerta, parece certificada -grave negligencia de quien la haya traído-: llamaría sin obtener respuesta hasta optar por lo más fácil. Veamos… Joder, de la comisaría. ¿Qué querrán? Me lo puedo suponer… Me citan a la 13.30. Ya veré si voy, lo primero es lo primero.

Asomo mi mirada por la vieja ventana del despacho, con mi “copita”. La calle refleja la amargura de no saber qué se supone que hacemos aquí, convictos de una vida prosaica, sin sueños ni memoria; sombras descarriadas, destinos perdidos por nosotros mismos: Casas Reales, vieja y olvidada, y sin embargo llena de vida. No debería dejar que los matices me engañen. Sólo es oscura, como un lienzo de William Turner en el que al fondo aparece la luz que llegará. Aun así, nunca un bourbon me supo tan amargo. De nuevo las palabras malditas vuelven a repiquetear en mi cabeza…

Desayuno metílico y no salgo de mi morada sin antes haber cogido todo lo necesario para esta jornada -incluidas las hermanas Christine y Léa Papin*1, así como mi querida y valiosa LOMO LC-A*2, la cual no suelo exponer a peligros, pero la necesidad de pruebas me obliga-, y apercibirme de la hora en la que me muevo: las 12.33.

Piso la calle, acaba de empezar a llover. Mejor dicho arrecia, pero no subo a por el paraguas; prefiero mojarme, no vendrá mal. La cabina más cercana me espera. Descuelgo, la doy de comer –no sé qué me ha dado “ahora” con el animismo- y marco…

- ¿Sí?

- ¿María?

- Sí, soy yo.

- Soy Charly, necesito hablar contigo urgentemente.

- Me acabo de levantar, no he ido a clase y no quiero salir de casa.

- ¿Quiere decir eso que me acerque?

- Sí, si quieres hablar en persona.

- De acuerdo, hasta ahora.

- Hasta ahora –se despide sordamente.

Tiene la voz y el carácter agrio, como si hubiera salido ayer y la noche se le indigestara.

Guío mis pasos inconscientemente. Mientras, pienso en ese tipo, mi principal pista, acerca del cual voy a sondear a María. Espero que tenga algo que ver, es el único “dato” que se relaciona con el resto del sociograma del caso. Él tiene o es la llave que abre la puerta del crimen. (…) Me traiciono a mí mismo y vuelve la jodida melopea, como cuando se te pega una canción que ni siquiera te gusta en contra de tu voluntad, pero aún peor.

(…)




*1 La metáfora hace referencia a sus dos pistolas, comparándolas con dos criadas, y hermanas, que mataron a su patrona y a la hija de ésta por un simple comentario desaprobatorio (“¿Y bien?”). Fue un encarnizado doble asesinato que, marcado por el enigma del móvil, horrorizo a toda la opinión pública y a los poderes estatales por su extremada crueldad: les sacaron los ojos, y los instrumentos utilizados para descuartizar se los intercambiaban. El crimen fue comparado con la imagen de dos perras rabiosas que muerden la mano del amo que les da de comer.

Jean Genet, un delincuente con pasión de escritor, se inspiró en esta historia y elaboro una obra genuina del teatro contemporáneo: Las criadas.

Es curioso, en la vida de las asesinas, y significativo, en la metáfora, que ellas fuesen vírgenes, y, tras el doble homicidio, se les cortara el ciclo menstrual, como si esto fuese lo único que engendrarían.

*2 Cámara fotográfica compacta de la marca soviética LOMO.

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