19 de julio de 2008

El agua (tercera parte)


Presas (energía hidroeléctrica)

Las presas provocan cambios en el caudal del río y en las fluctuaciones estacionales. En primavera el agua del deshilo es retenida para satisfacer nuestra necesidad de calefacción en invierno, provocando en el río una escasez de agua que supone un fuerte impacto ecológico. Además el limo no es transportado, se estanca en la presa y no es sedimentado en los deltas, llegando a provocar su propio colapso, debido al exceso de sedimentos de su fondo.

Estas infraestructuras destruyen los espacios de tierra fértil al coparlos con sus aguas; no compensa causar un impacto tal, ni con la energía generada. Las personas (pueblos enteros) quedan desplazadas, provocando un desarraigo injusto y execrable.


Asimismo existen otras consecuencias más recónditas, como la putrefacción de los árboles que quedan en el fondo de las presas por su excesivo coste de tala y su considerable expulsión de metano a la atmósfera.

Existen muchas empresas, sobre todo extranjeras, que se lucran con estas lides. Otras, además de lucrarse, se aprovechan: construyen presas en países menos desarrollados como si fueran una fuente de riqueza, pero luego no beneficia al pueblo, sino a las industrias ávidas de energía (minería, siderurgia,…); además resultan poco reentables.

Cuando el sector energético estudia nuevos proyectos para hacer frente a la demanda no se tienen en cuenta posibles estrategias de ahorro de energía que pudieran afectar tanto a productores como usuarios, sino que tira para adelante, destruyendo todo lo que se interpone en su camino. Ahorrar es el mejor medio para satisfacer la demanda de energía sin tener que aumentar su producción: es más barato y lícito ahorrar que construir una central hidroeléctrica. La energía hidroeléctrica no es una energía limpia e inocua, como se ha hecho pensar.
La clave del ahorro de energía es utilizar la energía adecuada para el fin adecuado. Consumimos la mayor parte de la energía indirectamente en aquello que compramos. Debemos basar nuestro consumo, y por tanto nuestro consumo de energía, en recursos renovables. En el cubo de basura podemos encontrar numerosos envases que suponen un despilfarro de energía.

Puede resultar negativo aumentar la demanda de energía, aunque sea por vías renovables, ya que la acción humana que precisa energía y la destrucción se corresponden: mayor energía, mayor destrucción. No debemos creer que estamos por encima de la naturaleza, que nos pertenece y podemos destruirla para mantener nuestro banal y prosaico estilo de vida.


Demanda de la industria

Aproximadamente el 23% del agua consumida en el mundo es utilizada por la industria, cuya cuota de consumo nacional se suele considerar un índice de industrialización. La mejor solución para disminuir este consumo, literal, ya que deja el agua prácticamente inservible, sería reciclar el agua, reutilizarlo varias veces, tantas como sea posible. No es normal que las industrias que ya no pueden ni utilizar el agua del río por lo contaminada que está extraigan agua del subsuelo, mientras que el agua para beber provenga de depuradoras. Por ejemplo, la industria del papel con reciclado de agua consumiría una media de 1,1 litros por kg. y sin reciclado 250 litros por kg. O la industria minera que emplea y contamina cantidades ingentes de agua.

Esto es especialmente preocupante en países menos desarrollados, ya que muchas empresas del hemisferio septentrional se trasladan allí e imponen las mismas condiciones nefastas de los medios de producción, o incluso peores por falta de restricciones, sin tener en cuenta que en muchos de estos países los ríos son fuente de agua potable y los medios para depurar el agua quedan fuera de sus posibilidades económicas y tecnológicas.

Las políticas medioambientales que se limitan al tratamiento de las aguas residuales no van a resolver nunca estos problemas, ya que hay sustancias de las que nada se sabe y son imposibles de tratar. Por tanto, las aguas residuales no deberían salir del emplazamiento de la fábrica, formando un circuito cerrado en el que el agua se trata, se reutiliza y se vuelve a tratar; todo lo que acabe en el agua corriente debe ser degradable. Este sistema ya funciona en muchas empresas (papeleras, siderurgias, textiles).

Los residuos industriales sólidos acaban en enterramientos que contaminan el agua subterránea o en vertederos terrestres en que los incineran junto con otros residuos, hacinando el polvo y la ceniza en más vertederos, los cuales se están convirtiendo en un problema por su rápido crecimiento y necesidad de expansión. Para evitar la profusión de vertederos es necesario aplicar un sistema de gestión de basuras basado en las tres erres: reducción, reutilización y reciclaje.


El agua en España

Los problemas que presenta nuestra gestión del agua son similares a los del resto del mundo: aumento del consumo, diferente disponibilidad según las cuencas, creciente contaminación, salinización de las aguas subterráneas, etcétera. Todo ello provoca conflictos entre regiones, sectores económicos y sectores sociales.

La planificación hidrológica ha ignorado el factor ambiental de los tres principios básicos de la Ley de Aguas: el agua es un bien de dominio público de titularidad estatal, es imprescindible la planificación hidrológica para satisfacer las demandas de agua y la disponibilidad de agua debe lograrse sin degradar el medio ambiente.

El cambio climático esta afectando gravemente a la península, sobre todo a la región mediterránea, donde se dan períodos largos de sequía y lluvias intensas en poco tiempo. En muchos lugares el consumo de agua es superior al agua disponible, pero a pesar de ello la construcción indiscriminada de campos de golf y piscinas unifamiliares continúa. En España el consumo de agua es altísimo, a pesar de contar con un clima semiárido. La planificación debe estar en consonancia con las nuevas demandas sociales de respeto al medio natural y las mejoras tecnológicas que permiten reducir la demanda, evitando así las obras de gran impacto, como los embalses. Los bosques y riberas (sotos) son necesarios para la regulación del agua (además evitan las inundaciones, la erosión, las crecidas): el mejor embalse es el bosque, por ello es básico preservarlos.

El 80% del consumo de agua va a parar a la agricultura, por lo que la política de aguas debe tener en cuenta la política agraria. Ésta debe solventar sus deficiencias, como los sistemas de riego que son poco eficaces: el riego a manta (horas de alta evaporación) o el riego de árboles para la obtención de madera, o la utilización de fertilizantes y plaguicidas perniciosos. La contaminación de aguas subterráneas va a ser la herencia más problemática para las generaciones futuras, ya que es especialmente grave por la escasa capacidad de autodepuración de las mismas.

La gestión sostenible del agua radica en la agricultura, por lo que cabe preguntarse si, hasta desde un sentido económico, merece la pena un gasto del 80% de agua para 1,4% de PIB.

La precipitación media anual es de 650mm (l/m²), pero en la cuenca del Segura, por ejemplo, es de 380mm aproximadamente, esto supone un desequilibrio hídrico entre la España seca y la España húmeda. Existe una gran variabilidad de climas en nuestro país y, por tanto, las necesidades de agua son muy variadas. El déficit de agua en muchas provincias supone la puesta en práctica de medidas extremas, como la construcción de embalses o trasvases, medidas que provocan conflictos, ineficacia e impacto ambiental. El agua excedentaria para traspasar de una cuenca a otra no existe si se tiene en cuenta las necesidades ecológicas del río, por tanto no es plausible la construcción de trasvases. La agricultura debe ser compatible con el medio ambiente (agricultura ecológica), por ello es necesario aplicar cada tipo de cultivo al clima y a las condiciones edáficas que le corresponden.

Es necesario proteger los ríos, no basta con la superchería de mantener el caudal ecológico (cantidad de agua capaz de sostener la vida natural del río). En España no existe la figura del río protegido (parque nacional a lo largo del curso de un río) y más del 33% de las aguas fluviales están contaminadas. Hace menos de 30 años y hasta hace relativamente poco las playas de los ríos españoles servían de zonas de recreo y baño incluso en las grandes ciudades, pero ahora…
La industria, la gran contaminadora, debería aplicar medidas preventivas, en vez de soluciones ineficaces como depuradoras, filtros o incineradoras, que lo único que hacen es trasladar el contaminante de un medio a otro.
También es necesario separar las aguas residuales de las urbanas; así como evitar su gasto innecesario. Se debe cambiar el chip y planificar la demanda de agua, no la oferta.

Cualquier manipulación en gran escala de ríos, lagos y aguas subeterráneas pondrá en peligro el equilibrio de un sistema que es la base misma de la supervivencia humana.

No hay comentarios: